La Vanguardia

Los supervivie­ntes del ébola sufren una epidemia de rechazo social

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del hermano. Para el periodista sierraleon­és Nixon Collier, la sociedad necesitará tiempo para recuperars­e de ese miedo nuevo. “Durante la guerra civil de Sierra Leona, entre 1991 y el 2002, quien venía a matarte era el enemigo; todos lo teníamos claro. Pero en la epidemia de ébola el asesino estaba dentro de tu padre, de tu abuela o de un amigo. Eso es difícil de asumir”, explica.

La paranoia, además, no entiende de fechas de fin de la epidemia. Aún hoy, los supervivie­ntes del ébola, así como sanitarios o enterrador­es que ayudaron a contener la enfermedad y estuvieron cerca de los infectados, deben convivir con el estigma y el rechazo de sus amigos y vecinos. “¿Nuestros familiares? Aún ahora no nos hablan”, dice Abi. Su situación está mejorando, pero admite que, más de un año después de su recuperaci­ón milagrosa, los vecinos aún prohíben a sus antiguos amigos que vayan a visitarles. Es miedo a un contagio imposible, pero en algunos casos también es rencor. Los hermanos Ngegba fueron los primeros enfermos de ébola en la ciudad de Moyamba. El hermano mayor, uno de los pocos cirujanos del país, se contagió al operar a un paciente enfermo y pasó el virus a la familia. A partir de ahí, el virus se extendió por la ciudad. “Hay mucha gente que nos culpa de las muertes que el virus provocó en sus familiares”, recuerda Lanphia.

Durante la epidemia, alrededor de mil enfermeros y médicos de Liberia, Guinea y Sierra Leona se contagiaro­n del virus. Murieron casi la mitad de los profesiona­les de sistemas sanitarios mínimos: en Guinea hay 10 médicos por cada 100.000 personas. En Sierra Leona, dos (en España, 370). La brecha tardará años en sanar , pero hay esperanza. Son sociedades resiliente­s, acostumbra­das a resurgir, tras la guerra civil o tras un virus.

De nuevo, los hermanos Ngegba son un ejemplo de ello. Cuando le pregunto por el futuro, a Lanphia se le enciende la voz. Acaba de terminar sus estudios como pediatra y su hermana Haja ha sido admitida en una escuela de enfermería. “Abi está esperando la llamada de una universida­d en Freetown para empezar Finanzas”, explica. En los últimos meses, Lanphia y Haja han trabajado en un centro contra el ébola de Médicos del Mundo y han podido ahorrar algo de dinero. Además, tras leer un reportaje sobre ellos en La Vanguardia, una escuela de Barcelona pagará los estudios de Abi.

La fuerza de voluntad de la familia Ngegba es la de millones. Lanphia incluso ha fundado con otras personas una asociación de ayuda a supervivie­ntes del ébola. “El objetivo es ayudar a los supervivie­ntes a afrontar el estigma, los problemas de salud y la reintegrac­ión”, dice.

Su voz es fuerte y decidida, como si el ébola fuera una pesadilla. Y pasada, además.

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XAVIER ALDEKOA. Abi Ngegba ha perdido a su padre y dos hermanos por el ébola

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