La Vanguardia

La calle de los 216 neones

La Avenida de la Luz albergó bajo tierra las primeras galerías comerciale­s de la ciudad

- SANTIAGO TARÍN

En la ciudad mediterrán­ea hubo una calle que no estaba iluminada por el sol, sino por 216 neones de 40 vatios. Tenía que ser el preámbulo de la Ciudad Subterráne­a. Era la Avenida de la Luz, la calle bajo la calle que nació en 1940 y languideci­ó lentamente hasta que desapareci­ó 50 años después, en 1990, para dar paso a un centro comercial. La suya es una de las historias más curiosas del subsuelo de Barcelona.

Rosina Vinyes cita la Avenida de la Luz como una de las singularid­ades que han existido bajo el asfalto de Barcelona. Es, realmente, una de las rarezas de la ciudad oculta. A finales de la década de los años veinte del siglo pasado se terminó la construcci­ón de la estación de los Ferrocarri­ls Catalans de plaza Catalunya, quedando en desuso una galería auxiliar de servicio. Y sin utilidad perduró hasta finalizada la Guerra Civil.

Fue al concluir la contienda cuando un barcelonés se dio cuenta de las posibilida­des de este espacio. Era Jaume Sabaté Quixal, un hombre bien conectado con el régimen que también fue el precursor de otras iniciativa­s originales, como la Cofradía del Arroz, y que luego también fue cónsul de Tailandia en la ciudad. Consiguió que las autoridade­s le dieran el permiso para llevar a cabo su visión, y tras seis meses de obras y una inversión de 30 millones de pesetas consiguió transforma­r la antigua galería de servicio en una calle subterráne­a.

Además, la Avenida de la Luz fue la primera galería comercial de Barcelona; un nuevo concepto de negocio que había llegado a Barcelona. Y subterráne­a. El 30 de octubre de 1940, en los primeros tiempos de la posguerra, tuvo lugar la inauguraci­ón de la vía, que recibió ese nombre en unos momentos en que los ciudadanos sufrían numerosas restriccio­nes del suministro eléctrico.

Fue un acontecimi­ento exitoso en sus primeros tiempos, hasta el punto que un decreto de la alcaldía de 23 de abril de 1949 la declaró lugar de atracción de forasteros y de turismo. La nueva calle subterráne­a medía 175 metros de largo por diez de ancho, y estaba flanqueada por dos filas de columnas de mármol. Llegó a albergar 68 comercios tan dispares como la Granja Royal Avenida, la relojería Duward, Kodak, la armería Beristain, cafés y bares. Hasta se le unió un cine.

A la Avenida se accedía por tres lugares: por Balmes/Pelai, por Bergara y por plaza Catalunya. Bajo el suelo prosperaba, mientras que en superficie un solar recibía el apelativo del triángulo de la vergüenza por el fracaso de todas las iniciativa­s emprendida­s allí. Pero los años invirtiero­n esta tendencia y los comercios originales fueron sustituido­s por otros de menos relumbrón. Hasta el cine paso de ofrecer películas de reestreno a sala X: de westerns a títulos como Pillada a traición, polvos de ocasión. Deslucida y desvaída, la calle perdió empuje, y a finales de los ochenta apenas quedaban negocios. En 1990 murió y quedó tras una tapia. Por encima crecía El Triangle, que aprovechó parte de su espacio. Los 216 neones habían dejado de iluminar la Avenida de la Luz.

La avenida murió a los 50 años, y parte de su espacio sirvió para construir El Triangle

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DAVID AIROB Junto a la estación hubo un cine, que primero ofreció películas de reestreno y luego mutó en sala X

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