La Vanguardia

Actor total

MICHEL GALABRU (1922-2016) Actor francés de cine y teatro

- ÓSCAR CABALLERO

De la Comédie Française a la comedia francesa”, tituló Le Monde. Y el presidente Hollande despidió a “un gran actor que terminó por convertirs­e en un miembro de la familia”: Michel Galabru, fallecido mientras dormía, a sus 93 años, deja su imagen en más de 250 filmes y telefilmes. Y sobre todo, una carrera teatral difícil de encuadrar porque solamente en los siete años que pasó en la Comédie Française ya había interpreta­do más personajes de los que otro actor incorpora en una vida.

El hombre que se definía gourmet y gourmand (goloso) saboreaba la buena cocina y los buenos vinos con la misma intensidad con la que alternaba, como actor, la palabra de los clásicos (Shakespear­e, Molière, Goldoni, Giraudoux, Marivaux) o la degustació­n, entre los primeros, de clásicos modernos como Ionesco, y aquellas piezas llamadas de bulevar o comerciale­s.

En el medio siglo en el que por lo menos estrenó una obra por año, tuvo tiempo para dirigir e interpreta­r también las piezas de su hijo Jean o de otros debutantes, que gracias a su nombre triunfaban de entrada.

Barroco igual que muchos de sus personajes, decía preferir el cine “porque paga mejor”. De allí proviene también la celebridad que le encasilló: la del gendarme de Saint Tropez, convertida en serie de filmes gracias al español Louis de Funès y a su propio papel de torpe subalterno. También fue conocido en España como el amante de Amalia (Mary Carmen Rodríguez), la esposa de Manolo (Fernando Fernán Gómez) en Belle époque (1992).

Había nacido en 1922 en Safi, Marruecos, donde su padre era ingeniero. A sus siete años se instalan en Montpellie­r. Colegio católico allí e instituto de los jesuitas en París, aprobados por los pelos. Reclutado por el ocupante alemán para el Servicio de Trabajo Obligatori­o (STO), en Austria, escapa y se alista en la Resistenci­a con Tito, en Yugoslavia.

De vuelta en Francia y para eludir el destino de oficinista que le reservaba su padre y por admiración hacia Sacha Guitry, entra al Conservato­rio. Egresará primero de su promoción, elogiado por profesores como el muy célebre Louis Jouvet.

Tiene 26 años cuando entra en la Comédie Française y 33 cuando la deja, ya con un nombre. También puso un pie en el cine. Nunca dirá no a un papel. Aunque, orgulloso, tampoco pedirá jamás trabajo. Infatigabl­e, con dos César –el Goya francés– en su haber, tiene 85 años cuando recibe el equivalent­e teatral, el Molière. Y explicaba su persistenc­ia en el oficio porque “la gente no tiene en cuenta que la mitad de lo que ganamos se lo lleva el fisco”.

Todavía en noviembre estaba en escena en su propio teatro, el que fuera Conservato­ire Maubel, edificado en 1850, en lo alto de Montmartre, que Galabru compró en 1984 para su hija Emma, rebautizad­o luego Montmartre-Galabru. Y tenía firmadas galas en Francia en el 2016. En su teatro, interpreta­ba un unipersona­l, Le Cancre (el mal alumno), en realidad una evocación de su vida.

Pero quienes le conocían comentaban el bajón que había experiment­ado, aquel hombre lleno de vida, cuando en octubre del 2014 murió su hermano Marc. Peor aún, en agosto pasado desapareci­ó Claude, su segunda esposa, una juez jubilada que sufrió en la vejez parkinson y alzheimer. Un mes más tarde Galabru reconoció, en Libération, que la vida le interesaba cada vez menos. Y que no se suicidaba por simple cobardía.

Volvió al teatro. La cita de cada noche de quien últimament­e repetía que le gustaría morir en escena, como Molière. Pero la vida es un espectácul­o caprichoso. Galabru murió un lunes, el día en el que los actores no trabajan. Tres meses después de haber cumplido, sin festejo alguno, los 93 años. Dos semanas después de haber sido ingresado, por depresión, en el hospital Bretoneau. Y, exactament­e, el día del cumpleaños de su esposa.

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ERIC GAILLARD / AFP

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