Un suicida mata a 60 libios que querían ser guardacostas
Libia vivió ayer el atentado más mortífero desde la caída de Muamar el Gadafi en el 2011. Unos sesenta jóvenes que esperaban recibir un curso de formación de guardacostas murieron cuando un terrorista suicida hizo estallar un camión lleno de explosivos en las instalaciones, ubicadas en la ciudad de Zlitan, a 170 kilómetros al oeste de Trípoli. Otros 200, de los casi 400 que se encontraban en el recinto, resultaron heridos.
El camión cisterna que debía suministrar el agua provocó fuego a las 8:30 horas, según indicó una fuente de la seguridad local.
El ataque no fue reivindicado por ninguno de los grupos armados que actúan en este país sin ley, pero sí condenado por todas las facciones salvo una: el autodenominado Estado Islámico (EI).
El atentado se produjo cuando todavía seguían ardiendo cuatro tanques de crudo de dos de los tres grandes puertos petrolíferos del golfo de Sirte: Sidr (el mayor almacén de petróleo de Libia) y Ras Lanuf. Los puertos habían sufrido sendos intentos de asalto por parte del EI el lunes y el martes pasado, dejando una decena de muertos entre los guardias de las instalacio- nes y 30 entre los milicianos.
La destrucción que conlleva este tipo de ataques es desconcertante, dado que son esas instalaciones petrolíferas las que proporcionan y proporcionarán los ingresos al gobierno que finalmente se haga con el poder.
El EI intenta campar a sus anchas en medio del caos que dejó la revuelta en Libia –país de fuerte estructura tribal– y que ha dado como resultado la formación de dos gobiernos enfrentados: uno islamista en Trípoli y otro, reconocido internacionalmente, en la ciudad oriental de Al Bayda. Impulsados por la ONU ambos firmaron un acuerdo el 17 de diciembre en Sjirat (Marruecos) para formar un gobierno de unidad nacional. El parlamento oficial deberá, no obstante, ratificarlo para llevarlo a la práctica.
La ciudad de Zlintan está bajo control de la coalición de milicias Amanecer Libio, que apoyan a las autoridades de la capital. El campo de fútbol tripolitano fue ayer por la tarde el escenario del funeral de numerosas víctimas, según las imágenes mostradas por la televisión libia.
En Trípoli, Mohamed Bashir al Naas, viceministro de Defensa, denunció un “crimen ruin”, mientras el gobierno del este del país condenó “un acto terrorista cobarde”, al tiempo que hacía un llamamiento para levantar el embargo de armas impuesto por la ONU. A pesar de dicho embargo, las armas circulan por Libia en grandes cantidades.
El EI está intentado pescar en el río revuelto libio y ya reivindicó va- rios atentados mortales el año pasado, entre ellos un triple ataque suicida en Al Quba (este), donde murieron 44 personas en febrero pasado. De momento ha conseguido el control de la ciudad de Sirte, en el golfo homónimo.
Los países occidentales temen
En el golfo de Sirte siguen ardiendo depósitos de crudo de dos puertos atacados por el Estado Islámico
que este grupo terrorista pueda sacar provecho de los hidrocarburos, desestabilizar aún más el sur de Mediterráneo y exportar yihadistas a Europa ocultos entre los emigrantes.
El emisario especial de la ONU para Libia, Martin Kobler, conde-
nó en Twitter el atentado de Zlitan e instó al gobierno legítimo a ratificar el acuerdo de Sjirat antes del día 17, como estaba previsto, porque cualquier retraso sólo beneficia al EI. La Unión Europea hizo un llamamiento en el mismo sentido.
El presidente de la Compañía Nacional de Petróleo, Mustafa Sanala, espera que la violencia de estos días convenza a todos los líderes políticos de que tienen que dejar a un lado sus diferencias para unirse contra el enemigo común, “no mañana ni la semana que viene sino ahora”.
Para Mohamed Elyarh, analista libio del Centro Rafiq al Hariri para Oriente Medio con sede en Washington, es poco probable que el atentado de Zlitan favorezca la unidad de las partes. “No ha ocurrido antes, ni siquiera cuando el EI intensificó sus ataques. Los diferentes grupos políticos siguen centrados en su lucha por el poder”, explicó.