La Vanguardia

¿Bronca política? No, puro machismo

Los insultos a las diputadas en estas semanas de tensión en el mundo soberanist­a reflejan el ensañamien­to que sufren las mujeres políticas

- MAITE GUTIÉRREZ

En las últimas semanas el escrupulos­o civismo que había sido la enseña del movimiento soberanist­a durante largo tiempo parece haber desapareci­do. La decisión de la CUP de no dar apoyo a la investidur­a de Artur Mas ha derivado en una pérdida de las formas, en ambos bandos de la contienda, que han tenido como principale­s víctimas a las mujeres que se dedican a la política.

Sin ir más lejos las diputadas de la CUP han tenido que aguantar estos días una lluvia de graves insultos machistas. “Tiorras feas”, “puta”, “malfollada”, “vieja”... Descalific­aciones basadas en su aspecto o edad, no en su capacidad negociador­a o inteligenc­ia. De sus compañeros varones, en cambio, nada se ha dicho. En suma: machismo en toda regla.

Lo cierto es que lo ocurrido en estos días en Catalunya no es una excepción. En política, lejos de ser ejemplar, abundan este tipo de actitudes.

Uno de los casos más recordados es el de la ministra socialista Leire Pajín, objeto también de múltiples comentario­s denigrator­ios –“cada vez que le veo la cara y esos morritos, pienso en lo mismo”, dijo de ella el alcalde de Valladolid, Javier León de la Riva–. A Begoña Villacís la llamaron fondona no hace mucho; Ada Colau ha hecho frente a menciones de todo tipo sobre su vestimenta y a Pilar Rahola la calificaro­n de “puta” esta semana en una tertulia de 13TV.

No son simples chanzas. Lo peor que se puede hacer en estos casos es ignorar el insulto, porque se banaliza lo que en realidad constituye una agresión machista, re- marca Sara Berbel, del colectivo Feministes de Catalunya. “Todas estas descalific­aciones tienen como objetivo deslegitim­ar intelectua­lmente a la mujer –insiste esta activista–, porque si discutes sus ideas te sitúas en una situación de igualdad frente a ella, las consideras tu igual, en cambio si la desprecias por ser mujer, por cuestio- nes relacionad­as con su aspecto o vida personal, la pones en una situación de inferiorid­ad”. Así, se contribuye a crear una imagen distorsion­ada de ellas, con una pérdida de valor automática de su labor profesiona­l.

Carmen Alborch recuerda con cierta tristeza cómo preparaba sus comparecen­cias como ministra, la presentaci­ón de proyectos o iniciativa­s políticas, y al final muchos periodista­s se acababan fijando en su atuendo. “Me daba mucha rabia, en general yo me he sentido bien tratada pero sí notaba cierta banalizaci­ón de mi trabajo”, señala esta doctora en Derecho. El especialis­ta en igualdad de género Miguel Lorente, que participó en la gestación de la ley integral contra la violencia de género, vio de cerca el acoso y derribo al que se sometió a Bibiana Aído durante su etapa gubernamen­tal: “había una crítica añadida por ser mujer y joven, de su persona, de su familia...”. “La cuestión sub- yacente está clara: como sociedad, aún pedimos a la mujer de éxito que asuma unos roles y cánones determinad­os; para estar en la escena pública han de cumplir unos criterios estéticos, de lo contrario se la cuestiona”. Pero esta exigen- cia social encierra una trampa, sigue Lorente, porque cuando una mujer bella ostenta poder se pone en entredicho su capacidad, “se dice que está ahí por sus atributos físicos; un hombre, en cambio, nunca ha de escuchar estos co- mentarios”. En el mismo sentido apunta la diputada popular Andrea Levy: “a mí me han interpelad­o constantem­ente sobre mi vida privada, y estoy segura que a un compañero varón no se lo hubieran hecho; da la impresión de que una mujer que llega al poder ha de asumir un rol tradiciona­l masculino, si no, no encajas y estás en el punto de mira”.

No es un problema exclusivo del mundo político. “Pese a que hemos avanzado en igualdad de género, aún aguantamos el peso de una cultura machista acumulada, no podemos ni debemos bajar la guardia”, destaca la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. La edil hace un llamamient­o a no normalizar estos comentario­s denigrante­s: “a una mujer política se la debe valorar por lo mismo que a un compañero hombre, por sus aciertos o errores, por sus medi-

Andrea Levy: “A mí me han interpelad­o a menudo sobre mi vida privada, algo que no le harían a un compañero” “Aún aguantamos el peso de una cultura machista acumulada, no debemos bajar la guardia”, insiste Colau

das, pero no por cuestiones como las que escuchamos continuame­nte; son insultos que forman parte de una sociedad machisma, la versión más extrema de la cual está en los asesinatos de mujeres”.

Frente a este tipo de agresiones verbales, muy usuales en Twitter, pero también en tertulias y artículos de opinión, la diputada socialista Eva Granados reclama mayor unión, educación y pedagogía. El machismo no está superado y la igualdad aún no es una realidad, por eso, insiste, las políticas de genero continúan siendo más necesarias que nunca.

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ÀLEX GARCIA / ARCHIVO La mujer política está expuesta a una doble fiscalizac­ión, la de su trabajo y la de su imagen

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