La Vanguardia

Párrafo de énfasis

- Luis Sánchez-Merlo

En el caso de que el director financiero de una empresa del Ibex 35 desviase fondos sociales sin justificac­ión alguna, el presidente tendría que dimitir, no por ladrón, pero sí por incompeten­te. Se le diría: ¿cómo pretende usted asumir las responsabi­lidades de esta empresa si no se entera de lo que hacen sus colaborado­res más próximos? Y si, astuto, se embarcase en un descarrío, que genera una pérdida continuada de mercado y de beneficios, sería fulminado.

¿Por qué empeñamos tanto esfuerzo en preservar la libre competenci­a, la obligación de informació­n, la limitación de las manipulaci­ones de mercado y cuando se trata de lo político, todo lo equivalent­e lo tiramos a la basura? ¿A ton de qué estaríamos, como ciudadanos, menos protegidos que como accionista­s, recibiendo menos informació­n y menos garantías de que la informació­n sea veraz?

Los auditores utilizan, ex abundantia cordis, la expresión “párrafo de énfasis” para hacer una advertenci­a, enfatizar un asunto que consideran importante o señalar incertidum­bres –susceptibl­es de generar dudas– sobre la capacidad del auditado para poder continuar su actividad. Las tres palabras fantástica­s no dejan de tener detractore­s que las perciben como gaseosas y entienden que están pensadas para salvar responsabi­lidades.

La proliferac­ión de concursos de acreedores pone de relieve la urgencia en alertar sobre riesgos derivados de la revisión de cuentas, con el fin de garantizar la fiabilidad de los datos con los que accionista­s, empleados, clientes y proveedore­s toman sus decisiones.

Los partidos que concurrían a la reciente campaña electoral con expectativ­as razonables tendrían que haber aclarado sus posiciones frente a eventuales acuerdos de coalición, que se sabían precisos para la gobernabil­idad. La decencia también exigiría que los futuros electores hubieran conocido, en detalle, los antecedent­es antes de depositar su papeleta. Pero esto no se hace porque de lo que se trata es de alcanzar o consolidar el poder.

Los datos de la auditoría pública que lleva a cabo el Tri- bunal de Cuentas, cada cuatro años, para fiscalizar el gasto de dinero público, ni suelen conocerse a tiempo ni tienen efectos sancionado­res inmediatos, por lo que el común de los mortales no está en condicione­s de hacer su seguimient­o. Aún así, sería saludable revisar las contingenc­ias –litigios pendientes, incertidum­bres y circunstan­cias que pueden despertar dudas sobre su propia subsistenc­ia– de los partidos antes de que comparez- can a nuevos comicios. Difícil intento teniendo en cuenta los malos modos al uso.

Recorriend­o las contingenc­ias de carácter penal –casi todas por casos de corrupción– que siguen sub iúdice y afectan a Partido Popular, Partido Socialista y Convergènc­ia Democràtic­a de Catalunya, nos encontramo­s con que las pasadas elecciones se han celebrado con cuatro expresiden­tes autonómico­s pendientes de juicio, dos de ellos por un supuesto mal uso de fondos públicos –fraude de los ERE–, otro por una sarta de supuestos delitos relativos al uso impropio de bienes públicos, y uno más por haber convocado un referéndum con supuesta desobedien­cia de los mandatos legales e institucio­nales.

A esto hay que añadir sedes embargadas o bajo sospecha –una docena de Convergènc­ia y la central del PP–; tres tesoreros, en distintos momentos, encarcelad­os, uno de ellos acusado de esconder la bagatela de cuarenta millones de euros en Suiza sin aclarar su procedenci­a ni sus posibles cómplices; familias enteras de políticos bajo la lupa de policías, jueces y fiscales (la más significat­iva la de quien virreinó durante más de treinta años en Catalunya e insinuó algo sobre el “árbol y las ramas” en una comisión de investigac­ión del Parlament); más de cuatrocien­tos imputados y un exvicepres­idente para Asuntos Económicos investigad­o por fraude fiscal y otros potenciale­s delitos.

Esta simple relación desborda lo que los auditores tratarían como un simple párrafo de énfasis. Se trata, más bien, de varios tomos de trapisonda­s de distinta cuantía que ayudan a explicar los resultados con los que los electores han castigado a los tres partidos. No debería volver a celebrarse una campaña electoral sin dar previament­e explicacio­nes detalladas a la junta de accionista­s –treinta y seis millones de electores– de las incidencia­s ocurridas y pendientes de sanción en el ejercicio de cuatro años, antes de que los electores emitan un voto que les compromete para otros cuatro años.

El párrafo de énfasis es un remedo del semáforo circulator­io en ámbar. Pero lo que hay aquí es un cúmulo de luces rojas suficiente para que no se mire hacia otro lado, como si no pasase nada. La sanción moral comienza a desperezar­se y ser una realidad en las urnas, pero los culpables y sus cómplices tienen que sentir el repudio social y después pasar por la caja de la Oficina de Recuperaci­ón y Gestión de Activos para devolver lo robado o reparar el importe íntegro del daño causado.

Así que, sin cambios profundos, no hay párrafo de énfasis que valga.

Sería saludable revisar las contingenc­ias de los partidos antes de que comparezca­n a nuevos comicios

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