Promiscuidad
Pasamos dos días en un hotel de montaña que ha sido devorado por una cadena hotelera. Esta crisis consiste en que los peces gordos se merienden a los pequeños. Los precios aquí se han mantenido, pero los vasos de cristal ahora son de plástico, los manteles de papel y las almohadas de chiste. El camarero de la cafetería ha sido sustituido por una máquina expendedora, y el personal de recepción se ha reducido a un hombre sudoroso que cuelga compulsivamente los teléfonos que no dejan de sonar. Como en la habitación faltan toallas, y el recepcionista parece al borde del colapso, nos adentramos en su busca en una zona exclusiva para “personal autorizado”. Nos intercepta una mujer pequeña y amable que dice ser de administración y asegura que se va a ocupar personalmente de que el personal adecuado nos lleve las toallas. El personal adecuado no hace acto de presencia y, cuando nos sentamos a cenar, la mujer pequeña administrativa resulta ser ahora la camarera. Nos explica que les ha fallado personal porque son unas fechas complicadas, y que va a servir ella las mesas aunque no tiene ni idea. La ayuda un joven marroquí que tampoco encuentra las aceiteras. Preferimos no tocar el tema de las toallas para no seguir mezclando cosas.
En el desayuno, la mujer pequeña administrativa, con ojeras y bastante ronca, vuelve a ser camarera. Nos comenta que se fue a casa a la una de la madrugada y que ha empezado a preparar desayunos a las seis, porque les ha fallado personal porque estas fechas son complicadas. En la comida, la pequeña administrativa, muy ronca y con los ojos rojos, está enseñando el oficio de camarero, del que no tiene ni idea, a un elegante ecuatoriano. Ni rastro del joven marroquí. En la cena, el elegante ecuatoriano se ocupa en solitario de las veinte mesas, con una calma chicha a la que nos sumamos por una mezcla de pereza y solidaridad. Nos tranquiliza pensar que la administrativa ronca está descansando. Aunque nos preocupa salir y encontrárnosla segando el jardín; o haciendo los baños, si bien nos gustaría decirle que hemos estado pensando que el personal falla en estas fechas tan complicadas cuando no se le ofrecen contratos serios que lo comprometan, sino contratos basura que obligan a trabajar a salto de mata, de lo que sea. Que la pérdida de derechos de los trabajadores es tan mala para el trabajador como para el producto que sale de su trabajo de mierda. O sea, que el estado del obrero repercute en su obra, y nos atañe a todos, porque cada pieza de la arquitectura de una sociedad se equilibra en las demás. Y que esta promiscuidad laboral es la supuesta creación de empleo de la reforma laboral medieval que nos convierte a todos en papel higiénico. Pero esto la pequeña mujer ya lo sabe, que por algo trabaja en administración en sus ratos libres.
Esta promiscuidad laboral es la supuesta creación de empleo de la reforma laboral medieval