“El periodismo ha cambiado sobre todo en lo humano”
L l uí s Fo i x, a uto r d e ‘Aquel l a p or t a g i ra tòr i a ’
“Mi primer trabajo en ‘La Vanguardia’ fue como suplente de traductores”
“Foriscot me contó la llamada de Gaziel en 1936: ‘Arturo, me voy. Haz lo que puedas’”
“Hay cambios, pero sería precipitado escribir el obituario de la prensa escrita”
Lluís Foix, en su anterior libro, La marinada sempre arriba, había interrumpido el relato de sus recuerdos de infancia y juventud cuando de su Lleida natal llega a Barcelona. En el libro que ha ganado el premio Pla, Aquella porta giratò
ria, referencia a la puerta del edificio que fue sede de La Vanguardia en Pelai, 28, empieza cuando logra una cita con el director del diario en busca de trabajo, un diario que ahora cumple 135 años y del que Foix cuenta un retazo, no hagiográfico, de su historia de 1969 a 1974.
En La Vanguardia, que pisa por primera vez en 1969, ha transcurrido toda su vida profesional. ¿Cómo fue su entrada? El libro comienza cuando intento que el director del diario, Horacio Saénz Guerrero, me reciba. Lo conseguí al cabo de un año y le pedí trabajo y él me dijo que sólo podía ofrecerme sustituciones de los traductores, cuando estos tuvieran vacaciones o los fines de semana. “Pero eso a usted no le interesará”, me dijo. Pero, sí, sí me interesaba, y así fue como entré a trabajar en La
Vanguardia, el verano de 1969
¿Qué se encontró allí?
A muchas personas interesantes. Estaba por ejemplo Arturo P. Foriscot, que me contó cómo cuando Gaziel tuvo que salir de Barcelona en 1936, le llamó desde El Prat. “Arturo –le dijo–, me voy. Haz lo que puedas”. Y Foriscot fue director ocasional de La Vanguardia unos días. Después fue depurado y volvió al diario. Fue él quien me dijo que no me preocupara, que aunque fuera sustituto de traductores, ya tenía una “redactoría”, esa era la mentalidad que se tenía entonces, ya estabas en plantilla. Eso ha cambiad mucho.
¿En el libro combina vivencias con retratos de personas que conoció? Sí, en internacional estaban los hermanos Nadal, Tomás Alcoverro, Lluís Permanyer, Antonio Carrrero, Pepe Casán, wagneriano, muy culto, que se había leído todo Shakespeare dos veces en inglés o había traducido del alemán una biografía de Goethe. Era nuestro Google particular. Siempre que teníamos una duda, acudíamos a él. Tenía mucho sentido del humor. Cuando la pregunta tenía una respuesta demasiada obvia, del tipo qué río pasa por París, sacaba del cajón un ejemplar de la Biblia, se ponía las gafas y leía en
voz alta lentamente el primer versículo del Génesis. “¡Si no sabéis eso, tenéis que aprender las cosas desde el principio!”.
Habla también de sus viajes, sobre todo a Estados Unidos.
Teníamos turnos de viaje. Al principio me tocó ir a Portugal, un viaje no muy valorado. Después Roma, la isla de Wight... Hice un viaje de mes y medio a 23 estados de Estados Unidos. Llegamos a la Casa Blanca cuando el helicóptero de Nixon alzaba al vuelo para ir a su famoso viaje a China, en 1972. Saludamos a McGovern, a Kissinger. En Georgia nos recibió el gobernador, un chico joven, de cuarenta y pocos años, liberal, que se llamaba Jimmy Carter. Nadie sospechaba que seis años después sería presidente de Estados Unidos.
También habla de Reagan.
En otro viaje a Estados Unidos, en 1981, el primer día que llego a Washington, me instalo en el hotel, pongo la televisión y me entero de que ha habido un atentado a Reagan. ¡Había sucedido allí mismo, delante de mis narices, en el hotel Hilton!... Fui corriendo a la oficina para escribir la información. ¿Y la guerra de las Malvinas? Fue cuando me llamaron para que regresara a Barcelona. Estaba en Argentina y conté lo que veía allí. La gente alardeando contra los ingleses, diciendo que no tenían lo que había que tener para bajar hasta Argentina, todos, derechas, izquierdas, estaban a favor de la Guerra de las Malvinas. Una lección para los periodistas es que cuando después leí las memorias de Alexander Haig, el secretario de Estado norteamericano, lo que
veíamos los periodistas no tenía nada que ver con lo que realmente estaba pasando. Sí cuento en el libro la rueda de prensa tras el hundimiento del Belgrano. Fue un drama, hubo más de trescientos muertos y Margaret Thatcher ordenó disparar fuera de las aguas jurisdiccionales.
¿Cómo era La Vanguardia en los años setenta? Era el diario más vendido de España. Se habían llegado a vender 300.000 ejemplares. Eramos 1.600, entre periodistas y trabajadores de todo tipo. Incluso un carpintero y dos albañiles porque continuamente se abrían o reformaban despachos. Está aquella anécdota de cuando se quisieron sacar de encima a Galinsoga, y este se resistía. El editor mandó tapiar la puerta de su despacho.
¿Y políticamente?
La Vanguardia tenía que ir con mucho cuidado, como los otros diarios, pero con una gran apertura, abierto a lo que venía. Escribía en sus páginas gente diversa. Venían a conspirar Albert Manent, Joan Fuster... No era tanto lo que se publicaba como lo que se trataba allí dentro. Horacio hizo un trabajo muy interesante, y pilotó en cierta manera la transición.
¿Y en lo humano?
La profesión ha cambiado, sobre todo desde un punto de vista humano. Durante aquellos años y en aquella redacción se hablaba mucho, se fumaba, se bebía... estaban aquellos arroces a las dos de la mañana, había mucha tertulia, mucho poso cultural, y también mucha crítica, sobre todo a los directores, porque es sabido que todo periodista cree que él sabría hacerlo mejor que sus directores respectivos.
man por su apellido, Ibarra, y muy pocos saben que se llama Germinal, por eso, le sorprende recibir una llamada identificándole por su nombre y pidiéndole que vaya al hospital ¿Qué quiere de él esa mujer desconocida, Paola, y cómo sabe el secreto de su nombre? La curiosidad le hace aplazar su muerte.
¿Y revela entonces por qué el hombre quiere morir y la mujer se aferra a la vida? Sí, en esas pocas horas que van del ocaso al amanecer. He querido crear un microcosmos, mi propio Macondo, en el que los dos personajes resumieran todos las vidas posibles que de me ocurrían.
Usted rechaza la etiqueta de autor de novela negra. ¿Hay algún asesinato? Se cita una muerte al principio que tiene fuertes implicaciones, pero no hay ninguna investigación policial.
¿Germinal, una alusión a Zola?
Es importante por qué se llama Germinal, pero, si me lo permite, preferiría que eso lo descubriera el lector.
Cita usted la frase de Machado relativa al presente como lo único que nunca termina. Muchas veces vivimos esperando que nos pase algo, algo que nunca llega, como un milagro, sin tener el coraje de buscarlo nosotros mismos, una ceguera voluntaria, atenazados por la resignación de “eso es lo que hay”, o “somos lo que somos porque venimos de donde venimos, no podemos ser otra cosa”. Pero habla también de personajes en fuga. Hablo también de identidades, de cómo nos construimos un pasado ficticio, a nuestra conveniencia, para justificarnos.
Ya. Habla de que no sirve cambiar de castillo para cambiar de fantasma.
Paola se inventa otra identidad en un pueblo donde nadie la conoce. Ella, que es famosa, puede empezar ahí de cero. No miente, dice medias verdades, para presentar su mejor cara. Dice que es fotógrafa, porque ella de joven quiso ser fotógrafa, fotógrafa de manos, desde cuando vio en Bolivia, cuando trabajaba allí en una oenegé, una caja con las manos
que decían que era del Che Guevara.
¿El cliché de chica adinerada jugando al humanitarismo?
Exacto. Esas personas que dicen querer cambiar el mundo, porque son incapaces de amar al prójimo inmediato, que se refugian en la para huir de la microrrealidad.
¿Hay pues en su libro crítica social?
Contra la hipocresía colectiva, que sólo ve lo que se que se quiere ver. Hay una presión muy fuerte para que seas lo que los demás quieren que seas. Si eres un renglón torcido, te conviertes en un apestado. Mientras te ciñas a lo que ellos quieren, a su punto de vista, no hay problema. En cuanto dices la verdad, molestas, distorsionas su discurso. Decir la verdad le hace pasar a Ibarra de héroe a paria.
¿Es decir, que el relato esconde una lectura moral?
Hay dos cosas que quería tratar. Una es la identidad, ¿realmente, puedes cambiar de vida? La otra tiene que ver con el pasado. Como le decía, construimos el pasado como un relato que justifica el presente.
Con el auge de las redes sociales, prefieres cambiar de identidades antes que reflexionar sobre ti, ¿no? Creamos una mitología de nosotros mismos, como individuos para justificarnos ante los otros, pero también como sociedad. Se crean identidades nacionales, una mitología que se convierte en relato oficial, y si no participas de él, te intentarán apartar.
“Muchas veces vivimos atenazados por la resignación, aquel ‘eso es lo que hay’”
“Hablo también de cómo nos construimos un pasado ficticio, a nuestra conveniencia”
“Hay una presión muy fuerte para que seas lo que los demás quieren que seas”