Gustavo Dudamel
Lo que hizo que Dudamel dejara el Palau sintiéndose un rockero... con Yuja Wang
DIRECTOR DE ORQUESTA
El maestro venezolano Gustavo Dudamel (34) logró contagiar al público del Palau la pasión por un compositor del siglo XX como Messiaen, en un concierto en el que desplegó magnetismo y control con la Orquesta Simón Bolívar.
“Según Gustavo, el concierto de hoy ha estado muy próximo a una experiencia Led Zeppelin”, dice al salir del camerino el representante de Dudamel, un british elegantón, dinámico y sonriente.
Vaya, el maestro no solo ha estado genial, llevando por todo tipo de caminos a su compacta orquesta, haciéndola estallar al unísono y absorbiendo su sonido de forma mesiánica, con las palmas de las manos, sino que es consciente de la excepcionalidad de la velada.
Cierto, no ha sido tanto una noche Pink Floyd, en plan psicodelia mística, sino directamente Led Zeppelin. Bestial. La gente salía agitada, con sensación de post concierto rock. Y qué es la Turangalila sino un torrente de deseo contenido de Messiaen por la alumna que fue muy a posteriori su esposa. Puro Whole Lotta Love.
Lo que son las cosas. A Joan Oller, director del Palau, no le tocaba la camisa al cuerpo. ¿Cómo iba a llenarse la sala con una sinfonía del siglo XX? Pero por encima de todo repertorio está el magnetismo de Dudamel. Y de la Simón Bolívar, claro. Y bueno, esa química que hay entre el venezolano y un espíritu impulsivo al piano como es Yuja Wang, imprevisible, letal, sexy... “Le he tenido que dar fuerte para hacerme oír con esa orquesta”, comenta la joven mirándose las yemas de los dedos y buscando donde sentarse. También ha atizado bien las páginas de la partitura que “no paraban quietas con el aire acondicionado”.
Los Alexander McQueen que calza realzan su mini vestido rojo pero la están matando. Su humor amenaza con volverse taciturno. ¿Por qué no sale ya Gustavo?
Pero Dudamel es un hombre con los tempos bien cogidos. “¿Cómo estás?”, te sonríe, sincero. Dos besos. La carga sensual del concierto sigue flotando en su camerino mientras se inclina para escribir una dedicatoria con exquisita caligrafía. En la distancia corta está hecho un pincel. Su energía se retroalimenta, se gusta, se quiere, se respeta, y todo a su alrededor parece sintonizar. Incluso el humor de Yuja, que de inmediato sonríe achinando los ojos cuando la rodea con el brazo y le canta bajito, camino de la salida.