La policía ignoró las amenazas de los terroristas de ‘Charlie Hebdo’
Tres meses antes del atentado, Kouachi lanzó advertencias frente a la revista
Un día de octubre del 2015, antes de mediodía en el distrito XI de París. Faltan tres meses para el atentado contra el semanario satírico Charlie Hebdo. Frente al 10 de la calle Nicolas-Appert, sede de la redacción, se detiene un coche. Un periodista de la agencia Premières Lignes se está fumando un pitillo en el portal y oye al conductor del coche, aparcado con las ventanillas bajadas, exclamar: “Así aprenderán a criticar al Profeta”.
“¿Habla conmigo?”, le pregunta el periodista. “¿Trabaja en Charlie Hebdo?”, le espeta el conductor sin responder a su pregunta. “No, qué va”, responde el fumador. “Pero el local de Charlie Hebdo está aquí, ¿no?”, insiste el otro. “¿Es ahí donde se critica al Profeta? Les vigilamos, pasa el mensaje”, le dice antes de arrancar y marcharse.
El autor de la advertencia es Cherif Kouachi, uno de los hermanos yihadistas que en enero asesinarán al grueso de la redacción de la revista. El periodista reconocerá su foto más tarde, pero aquel octubre no lo duda: llama inmediatamente a la policía. Le ponen en contacto con el agente Patrick Haggeman, uno de los dos guardaespaldas encargados de la seguridad de los dibujantes de Charlie Hebdo amenazados de muerte desde hace años. El periodista le explica todo el episodio a Haggeman y hasta le da el número de matrícula del coche, quizá con algún error. Haggeman redacta un informe y allí se acaba el asunto.
Según el semanario Le Canard enchaîné, el periodista no fue llamado a declarar y el informe de Haggeman no figura entre los 52 tomos del sumario de instrucción del atentado contra Charlie Hebdo. ¿Por qué? ¿Por qué no se tomaron medidas?
“He intentado tener respuesta a estas preguntas y no he conseguido nada”, explica la periodista Ingrid Brinsolaro, redactora jefe de L’Eveil Normand, un pequeño semanario de la ciudad normanda de Bernay. El interés de Brinsolaro no es periodístico: su marido, Franck Brinsolaro, era el guardaespaldas de Charb (Stéphane Charbonier), el director de Charlie Hebdo y murió junto a él aquel fatídico 7 de enero en la redacción.
“No estoy interesada en polémicas, simplemente quiero saber cómo se explican estos fallos”, dice Brinsolaro, que ha puesto una denuncia por estos hechos.
Lo mismo vale para Maryse Wolinski, viuda del veterano dibujante George Wolinski, igualmente caído en aquel atentado que costó la vida a 12 personas.
Franck Brinsolaro se quejaba periódicamente de las insuficiencias en la vigilancia del semanario. Hubo un informe que detallaba lo que se necesitaba; una entrada con cámaras y blindaje. “Los de Charlie respondieron que no tenían dinero”, explica la mujer de Wolinski, pero el asunto era competencia del Estado, no de los dibujantes de la revista, opina. En noviembre, la furgoneta policial apostada junto al inmueble se retiró. “El Ministerio del Interior y la policía tienen muchas cosas que explicar”, dice Wolinski en un libro aparecido esta semana.
Pero hay más. La compañera sentimental de Charb explicó en octubre pasado que la mañana del atentado, cuando el dibujante salió de casa para comprar croissants para el desayuno, volvió mosqueado por la presencia de un coche negro con los vidrios ahumados. Tres días después de la tragedia, el 10 de enero, alguien entró en el domicilio de Charb y se llevó el ordenador portátil del dibujante, explicó la mujer.
Sombras también alrededor de las armas de procedencia eslovaca utilizadas en el atentado. Entre los proveedores figura un confidente policial, Claude Hermant, pero por alguna razón el asunto fue declarado “secreto de defensa”. Puede ser banal, pero basta y sobra para una novela de intriga.
Un periodista pasó a la policía la matrícula del coche desde el que se advirtió: “Van a pagar por criticar al Profeta”