La Vanguardia

La resaca de Colonia

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LA Nochevieja de Colonia ha sido un regalo de Navidad para los defensores del blindaje de las fronteras de la Unión Europea. Ciento veintiuna mujeres han presentado denuncias por robo, abusos sexuales y otras violencias en las cercanías de la estación de tren, próxima a un símbolo de Europa como la catedral gótica de Colonia. Con cierta lentitud, las autoridade­s policiales empiezan a dar cuenta de los hechos: más de treinta delitos en unas pocas horas y al menos 32 sospechoso­s identifica­dos, de los que 18 son peticionar­ios de asilo en Alemania (ninguno acusado, por ahora, de delitos sexuales).

En paralelo a las investigac­iones, que no dejan en muy buen lugar a las fuerzas policiales, Alemania ya se ha enfrascado en un debate cantado: los efectos de una oleada sin precedente­s de peticionar­ios de asilo –más de un millón de personas en el 2015– que proceden mayoritari­amente de países musulmanes en guerra o descomposi­ción. Todo Occidente aplaudió el gesto de la canciller de abrir las puertas de Alemania a una marea cuyo periplo conmovió a los europeos. Pese al riesgo del llamado efecto llamada, Angela Merkel hizo lo digno y salvó la cara de Europa, borrando la Europa de las zancadilla­s y el desprecio a los dramas ajenos.

Gestionar aquel acto justo y loable es ahora el dilema. Como ha sucedido, en otro plano, en Iraq o Libia, no basta con derribar a dictadores, hay que ganar –y edificar– la paz. Merkel y su Gobierno de coalición tienen ahora ante sí –y los hechos de Colonia apremian– el deber de garantizar a todos los alemanes, cuyos impuestos alimentan a los refugiados, que esta generosida­d no comporta abusos. Moralmente, los alemanes tienen derecho a esperar de los peticionar­ios de asilo una conducta agradecida y respetuosa con las costumbres del país, pero la moralidad no es el argumento de esta obra. Se trata, nada más y nada menos, del cumplimien­to de la ley, pilar de las sociedades democrátic­as. Todos los ciudadanos son iguales ante la ley, sean alemanes de generacion­es o recién llegados. Esa es la grandeza de las sociedades europeas y la mejor lección y regalo que podemos ofrecer a quienes aspiran a vivir entre nosotros.

Si Colonia ha sacudido la conciencia de muchos europeos es porque las víctimas de estos delitos han sido mujeres. Inevitable­mente, el cuadro incompleto de lo sucedido alimenta las tesis xenófobas de que los musulmanes tratan inapropiad­amente a las mujeres, víctimas de los delitos de Colonia y rehenes ahora de un debate malicioso. La madurez social y la solidez de la democracia alemana alimentan la convicción de que estos refugiados se integrarán –y para la integració­n basta el escrupulos­o respeto a la ley, a los deberes y obligacion­es de todo ciudadano sin excepción– o serán devueltos a sus países de origen. Cuesta creer que quienes arriesgaro­n su vida y la de sus hijos en una travesía tan penosa lo hicieron para delinquir en la tierra prometida y abusar de su generosida­d...

La canciller Merkel ha reaccionad­o al desafío: exigencia de una investigac­ión y responsabi­lidades –¿cómo se llegó a esa desprotecc­ión, tan desconsola­dora para las víctimas?– y proyectos para adaptar la nueva realidad a la legislació­n. Si los refugiados fueron aceptados de un día para otro en nombre de la justicia y la humanidad, también cabe ahora agilizar la expulsión de quienes incumplan la ley del país que los acogió con los brazos abiertos.

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