En la variedad está el gusto
En Kirguistán comen una salchicha hecha a base de carne de caballo picada mezclada con varios condimentos: ajo, comino, sal, pimentón... La llaman sucuk. Como en todas las salchichas, la mezcla se mete en una tripa y se deja secar durante semanas. La carne es de caballo, pero en diversos otros países –desde los Balcanes hasta el Asia Central, pasando por Oriente Medio– la comen de ternera o de buey; o de cerdo, en países no musulmanes. En la Catalunya Sud mucha gente se sorprende cuando le dices que comes carne de caballo, pero en el norte es habitual. Yo la comía habitualmente, de niño, y todavía ahora de vez en cuando. La compro en puestos del mercado de Sant Antoni y de Santa Caterina, pero hay muchos otros sitios donde la venden, en todo el país. Salchichas de carne de caballo o de asno las he comido en Italia, en el Piamonte. Y en el Pallars Sobirà tienen unas salchichas de asno espléndidas, que defendía admirablemente la Associació Gastronòmica La Xicoia. No sé si aún lo hace.
Pues resulta que en Kirguistán están muy orgullosos de esa salchicha y la consideran un plato nacional, aunque,
Vayan con mucho cuidado de no ofender el orgullo gastronómico de un país
como se ha visto, de nacional tiene poco porque se come en muchos otros lugares. (Un poco como los papanatas que, aquí, hace unos años querían declarar el alioli salsa nacional catalana, como si no se comiese en todo el Mediterráneo occidental, desde Andalucía a Sicilia, pasando por el País Valenciano, Aragón, Catalunya, las islas Baleares, Provenza...) Tan orgullosos están de su sucuk, que un ciudadano británico hizo días atrás un comentario sobre esta salchicha que ha ofendido a la ciudadanía. El hombre se llama Michael McFeat y trabaja en la mina de oro de Kumtor, la más importante del país, que explota una empresa canadiense y representa el 10% de la economía kirguís. Durante las celebraciones de Fin de Año, el hombre vio esos sucuks, desplegados. No tuvo idea mejor que hacer una foto, colgarla en su Facebook y escribir “Una exquisitez especial, el pene de caballo!!!”. Así: con tres signos de exclamación y, luego, tres emoticonos idiotas. La comparación no es mala, porque de verdad se parece. El problema es que no es una minga. Es carne de caballo picada, no la verga. Cuando se enteraron de lo que dijo el señor McFeat, más de ciento veinte trabajadores de la mina se declararon en huelga y exigieron que lo arrestasen. Acojonado, el hombre intentó abandonar el país pero lo detuvieron en el aeropuerto internacional de Bishkek, la capital. El ministro del Interior lo acusa de ofender la dignidad nacional y de incitar al racismo, lo que hubiese podido comportarle una pena de tres a cinco años de cárcel. Pero las últimas noticias dicen que le han dado veinticuatro horas para abandonar el país. Quizás a estas alturas ya esté en su casa. Si fuese él, yo trataría de conseguir mi próximo trabajo en China. Así, en Pekín podrá frecuentar el prestigioso restaurante Guolizhuang, en el que no sólo sirven penes de caballo y de asno sino –para no comer cada día lo mismo– también de buey y de cabrón.