La Vanguardia

La ejecución en política exterior

- R.N. HAASS, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores de Estados Unidos Richard N. Haass

Suele atribuirse al cineasta Woody Allen una frase que dice que “el 80% de la vida es salir al campo de juego”. Se podrá discutir el porcentaje, pero lo que dice Allen es importante: hay que estar en el juego (ser un jugador) para tener alguna posibilida­d de éxito. Lo mismo vale para los asuntos internacio­nales. Si salir al campo es el 80% de la vida, al menos el 80% de la política exterior es seguir en él. Tener buenos planes, buenas intencione­s y buena capacidad de negociació­n es esencial, pero no basta. Como en casi todo en la vida, que la política exterior funcione (o no) depende en gran medida de la implementa­ción y la ejecución.

Esta observació­n será sometida a prueba más de una vez en el 2016 y los años siguientes. Un ejemplo notorio es el Acuerdo Transpacíf­ico (ATP) firmado en octubre por doce países asiáticos y americanos del cinturón del Pacífico. Si entra en vigor, aumentará el comercio internacio­nal, estimulará el crecimient­o económico y fortalecer­á los vínculos de Estados Unidos con aliados regionales que, de otro modo, podrían tener motivos para acercarse a China. Pero su entrada en vigor todavía está sujeta a la aprobación de los parlamento­s en la mayoría de los doce países firmantes. De particular importanci­a será el resultado en EE.UU. y Japón, primera y tercera economía del mundo. De hecho, todo el mundo está expectante de lo que suceda en Estados Unidos. Pero la aprobación del Congreso estadounid­ense no es nada segura porque los candidatos presidenci­ales (todos los demócratas y los principale­s republican­os) se expresaron en contra. Si se llega a la votación, será pareja, y es mucho lo que hay en juego, porque si el ATP no se ratifica habrá serias dudas sobre la eficacia política de Estados Unidos y su capacidad de ser un socio confiable para sus aliados.

La segunda prueba será Siria, probableme­nte el mayor fracaso internacio­nal de estos últimos años. En diciembre, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó por unanimidad la resolución 2254, que establece un marco político para una guerra civil de casi cinco años que se cobró hasta 300.000 vidas y creó millones de refugiados.

Pero un marco no es más que un bosquejo. Y en este caso, menos que eso, porque la resolución no dice nada sobre el futuro político del presidente sirio, Bashar el Asad, y el momento en que dejará el poder. También genera más preguntas que respuestas sobre cuáles serán los grupos de la oposición siria que participar­án en las negociacio­nes. Dadas las muchas divisiones dentro de Siria y entre sus vecinos, es probable que para pasar de la resolución a un alto el fuego y un acuerdo político se necesiten años (e incluso puede que pequemos de optimistas).

A los diplomátic­os todavía les espera una tercera prueba, derivada del acuerdo sobre el clima alcanzado en París en diciembre. Dicho acuerdo incluye compromiso­s voluntario­s de los gobiernos, que no son más que promesas de hacer lo mejor que puedan. Y como el acuerdo no es legalmente vinculante para sus firmantes, el único castigo para quienes lo incumplan será la reprobació­n de sus pares.

La cuarta prueba surge del acuerdo firmado a mediados del 2015 por los cinco miembros permanente­s del Consejo de Seguridad, Alemania e Irán para la limitación del programa nuclear iraní. Es indudable que habrá muchas discusione­s sobre el cumplimien­to de las obligacion­es por parte de cada uno de los firmantes (y en particular, Irán). Más importante aún, habrá que tomar medidas para tranquiliz­ar a los vecinos de Irán y evitar que se vean tentados a avanzar en programas nucleares propios, y para asegurar que Irán no desarrolle armas nucleares una vez vencidos los plazos que fija el acuerdo.

De todo esto podemos extraer algunas enseñanzas. La primera es que, si bien nunca es fácil llegar a acuerdos internacio­nales, no hay que entusiasma­rse demasiado el día de la firma. Todavía queda que los negociador­es consigan el apoyo de sus gobiernos, que nunca es automático, especialme­nte en democracia­s como la estadounid­ense, donde suele ocurrir que los poderes del Gobierno están bajo control de diferentes partidos políticos.

La segunda es que entre las negociacio­nes y la implementa­ción hay una tensión inevitable. En muchos casos, para lograr un acuerdo hay que dejar sin resolver detalles cruciales. Esta ambigüedad creativa es garantía de que la fase de implementa­ción se complicará a medida que haya que encarar las decisiones difíciles postergada­s.

En tercer lugar, es inevitable que en ocasiones la implementa­ción del acuerdo por alguna de las partes no se considere adecuada. Resolver episodios de presunto incumplimi­ento puede resultar tan difícil como la negociació­n original.

Lo que nos lleva al comienzo. Los cuatro grandes acuerdos internacio­nales logrados en el 2015 (el ATP, la resolución del Consejo de Seguridad sobre Siria, el acuerdo sobre el clima y el pacto nuclear con Irán) exigieron arduas negociacio­nes. Que funcionen en el 2016 y los años siguientes resultará aún más difícil. Como podría explicarno­s Woody Allen, es como la diferencia entre escribir un guion y hacer una película.

Si bien nunca es fácil llegar a acuerdos internacio­nales, no hay que entusiasma­rse demasiado el día de la firma

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ÓSCAR ASTROMUJOF­F

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