Tiempo de espera
Pase lo que pase en las próximas horas, tanto lo previsible como lo imprevisible –que en política lo inverosímil siempre es una opción–, todo pasará tarde y mal. Hemos llegado hasta este punto surrealista después de una cadena de errores de tal calibre que habrá que estudiarla en ciencias políticas. Y la metáfora de ese surrealismo la habrá dado el simpático Aznar, que adivinó nuestro carácter autodestructivo mucho antes de que nosotros lo mostráramos con tanta impudicia. ¿Tan previsibles somos que incluso alguien como don José Mari, que nunca se prodigó en la capacidad de hacer análisis profundos, entendió cuál era nuestra naturaleza? Ya es tremenda suerte que el único acierto de este buen hombre haya sido sobre las debilidades catalanas...
Con o sin Aznar, es evidente que nuestro ADN contiene algún gen propio del escorpión, de ahí que usemos reiteradamente el aguijón para ahogarnos. Eso sí, nos ahogamos puros, coherentes y felices, o eso parece a tenor de las sonrisas de los dirigentes cuperos que han practicado el “cuanto peor, mejor”. Por cierto, con vídeos en los que decían digo donde ahora dicen Diego: “El quién no es el problema,
Ya es tremenda suerte que el único acierto de Aznar haya sido sobre las debilidades catalanas...
sino el qué”, aseguraba una Anna Gabriel mitinera quince días antes de las elecciones. ¿Será eso la famosa coherencia? Pero llegaron las susodichas elecciones, enloqueció la aritmética parlamentaria y los que habían vivido en el territorio feliz del paraíso antisistema se vieron obligados a hacer alta política, lo cual les produjo un empacho de infantilismo. Sin embargo, con el error –cósmico– de unos no hubo suficiente, porque los de Junts pel Sí encadenaron error tras error, en una carrera famélica por conseguir un maná bíblico que se fue alejando cuanto más se anhelaba. Ya explicité en otro artículo cuáles fueron, desde mi punto de vista, los errores cometidos, y los hubo en todas las casas, en CDC, en ERC, en la ANC y en los propios Mas y Junqueras, incapaces todos de reaccionar a tiempo, cuando estaba claro que la CUP nunca daría el sí. Y cuando finalmente se pasó el Rubicón, la catástrofe estaba cantada.
Hoy aún no es mañana, pero ya es ayer. Han acabado los plazos o casi –porque este proceso agónico ha decidido hacer el ridículo hasta el último minuto–, y lo que ahora es urgente es empezar a trabajar para el día después. Porque más allá del baile de partidos y de las cuentas cainitas que unos y otros hacen de los posibles resultados electorales –con Junts pel Sí desgraciadamente en estado comatoso–, lo que está en juego es un proceso nacional de enorme calado que, aunque está noqueado y desconcertado, mantiene intactas sus razones. Y lo que es más importante, aún tiene una paciente y sólida fuerza ciudadana. Pero ni la paciencia es eterna ni la solidez inquebrantable, y no se puede perder un minuto más. Ya le hemos dado la razón a Aznar demasiado tiempo. Toca empezar a quitársela.