Año de pactos
Hemos empezado un nuevo año y, a la vista del resultado de las elecciones generales en España, será un año de pactos políticos, por pura necesidad de gobernabilidad. De los 28 estados de la Unión Europea, 22 son estados gobernados en coalición, de modo que no cabe rasgarse las vestiduras para entender que se puede gobernar de muchas maneras. El caso es que el gobierno entrante no pierda los valores de la Ilustración que han sido la base de las democracias. Las mayorías absolutas tienden a imponer los criterios de los gobernantes de turno sin posibles objeciones, de manera que acaban siendo una plaga. Creo que el resultado de las elecciones ha sido un ejemplo de democracia, y ahora será necesario que todas las formaciones políticas trabajen para llegar a acuerdos que posibiliten un buen entendimiento para el beneficio de todos, principalmente para los más desfavorecidos.
Será necesario modificar la Constitución, ya obsoleta, de cara a las necesidades de la ciudadanía, como también decirle al resto de Europa que el neoliberalismo imperante no sirve para arreglar las dificultades que van surgiendo, como por ejemplo la obscenidad de no buscar urgentemente una solución a la acogida de refugiados que huyen de las guerras. Se supone que la Unión Europea es una zona de las más ricas del planeta, de manera que no hay excusas posibles. Y un ejemplo estremecedor lo ha provocado la posición del Gobierno de la derecha dura de Dinamarca, un insulto para toda la Unión Europea y el resto del mundo, diciendo que se quieren apropiar de las joyas y las propiedades de los refugiados a cambio de dejarlos entrar en su país. Eso decía este diario días atrás.
Los menos rotos tienen que ayudar a los más rotos, este es uno de los principios de la humanidad entendida como una comunidad que quiere perdurar en el tiempo, y la ayuda no puede ser sólo de una retórica repetida hasta la saciedad, sino unos hechos del día a día y sin desfallecer. No es de recibo que los gobiernos de los estados de la Unión Europea se reúnan una vez y otra durante semanas y meses para decidir si los refugiados podrán o no podrán entrar, mientras el frío y el hambre los destruye en su espera. Es la hora de una nueva política.