La Vanguardia

Dictadores

- Carles Casajuana

Aprincipio­s de 1968, Mario Vargas Llosa escribió a una serie de autores latinoamer­icanos proponiénd­oles participar en un libro de cuentos sobre dictadores. A Alejo Carpentier, le sugería que escribiera uno sobre el cubano Gerardo Machado. A Carlos Fuentes, sobre el mexicano Antonio López de Santa Anna. A José Donoso, sobre el boliviano Mariano Melgarejo. A Julio Cortázar, sobre Juan Domingo Perón. A Roa Bastos, sobre el paraguayo José Gaspar Rodríguez de Francia. A Augusto Monterroso, sobre Anastasio Somoza. Por su parte, Vargas Llosa se proponía escribir un cuento protagoniz­ado por el comandante peruano Luis Miguel Sánchez Cerro.

Monterroso cuenta que rechazó la propuesta porque le dio miedo meterse en la piel de Somoza (al que la historia recordará por aquella halagadora frase del presidente norteameri­cano Franklin Roosevelt: “Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”). No quería tener que sumergirse en las preocupaci­ones y los insomnios del dictador. Temía acabar comprendié­ndole y teniéndole lástima. El proyecto no fue adelante, pero según Monterroso se convirtió en el origen de tres grandes novelas: Yo, el Supremo, de Augusto Roa Bastos; El recurso del método, de Alejo Carpentier, y Terra Nostra, de Carlos Fuentes.

De los tres autores, el único que se centró en el dictador sugerido por Vargas Llosa fue Roa Bastos, que efectivame­nte erigió en protagonis­ta de su novela a un dictador muy parecido al Doctor Francia. En cambio, el primer magistrado de El recurso del método es un arquetipo astuto y simpático, mezcla de dictadores de América Central, de las Antillas y de México. Y Terra Nostra es una novela de temática mucho más amplia sobre los diferentes sustratos de la cultura hispanoame­ricana que analiza como el absolutism­o español de Felipe II se trasplantó a las colonias americanas .

A esta lista, yo le añadiría un par de novelas más, ambas posteriore­s al artículo de Monterroso: El otoño del patriarca, de García Márquez, sobre un dictador centenario de un país imaginario del Caribe, y La fiesta del chivo, de Vargas Llosa, sobre el dominicano Rafael Leónidas Trujillo, una novela que muestra que el Nobel peruano es un maestro en el tratamient­o del poder, tema que por otra parte ya abordó en la que, a mi parecer, es su mejor obra y quizás la novela más lograda del boom, Conversaci­ón en La Catedral. El historiado­r John Elliott explicó muy bien una de las razones por las cuales en la América hispana, a diferencia de Norteaméri­ca, ha habido tantos dictadores: la riqueza en metales preciosos hizo que la propiedad de la tierra tendiera a concentrar­se en pocas manos, lo que obstaculiz­ó la democracia y favoreció la aparición de oligarquía­s y de caudillos militares. Es un fenómeno que comenzó en la época colonial y que continuó en una larga serie de dictaduras que, en algunos países, llega casi hasta este siglo. Pero de déspotas no sólo ha habido en América Latina. La historia universal está infestada de ellos, como es sabido. Por eso, no deja de ser curioso que, a través de las novelas mencionada­s, la figura del dictador se haya convertido en un arquetipo de laliteratu­ra latinoamer­icana y no de la literatura de otras latitudes. Seguro que en inglés hay buenas novelas sobre el tema, pero ahora mismo no recuerdo ninguna. En cambio, me vienen a la cabeza dos libros sobre déspotas que no son novelas ni pertenecen a la literatura inglesa, pero que encajarían en la definición de relatos reales de Javier Cercas y que aguantan bastante bien junto a las novelas que he citado: El emperador, sobre el tirano etíope Haile Selassie, y El sha, sobre Mohammad Reza Pahlevi, ambos de Ryszard Kapuscinsk­i.

En catalán tampoco se me ocurre ninguna novela sobre un dictador. Seguro que las hay, pero la única que me viene a la mente en este momento sobre el tema del poder es la espléndida Señoría, de Jaume Cabré, sobre el ambicioso juez Massó, regente civil de la Audiencia en la Barcelona de finales del siglo XVIII.

Curiosamen­te, a pesar de que todo el mundo está de acuerdo en que el género de las novelas sobre dictadores nació en España con Tirano Banderas, de Valle-Inclán, el general Franco todavía espera una novela que lo inmortalic­e (al igual que Pinochet y Videla, hasta donde yo sé). La leyenda del César visionario, de Francisco Umbral, es una novela interesant­e y el Caudillo es uno de sus personajes, pero no creo que se pueda considerar una novela sobre el dictador en la misma medida que El recurso del método o La fiesta del chivo, y en todo caso no aguanta la comparació­n con ellas.

De hecho, la mejor novela sobre Franco que se me ocurre sigue siendo la monumental biografía de Paul Preston, que se acaba de reeditar con material nuevo y que no es una obra de ficción –aunque hay momentos en que lo parece– y que no tiene nada que envidiar a las de Carpentier, de Vargas Llosa o de Roa Bastos. Una lectura apasionant­e para quien quiera comparar la España actual con la del siglo pasado.

La mejor novela sobre Franco que se me ocurre sigue siendo la monumental biografía de Paul Preston

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JORDI BARBA

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