La Vanguardia

Final de etapa

- Juan-José López Burniol

La decisión de la CUP apoyando o rechazando la investidur­a de Artur Mas como presidente de la Generalita­t era imprevisib­le. Al final la ha rechazado y, al no haberse presentado al Parlament ninguna alternativ­a, expirará el plazo legal para la investidur­a presidenci­al, por lo que procederá la convocator­ia automática de nuevas elecciones. Los hechos son tozudos. Dígase lo que se diga, el pasado 27 de septiembre los independen­tistas ganaron las elecciones autonómica­s sin obtener la mayoría absoluta y perdieron el plebiscito sobre la independen­cia. Y, a partir de ahí, su victoria se ha mostrado pírrica, como lo prueba su incapacida­d manifiesta para formar gobierno. Así las cosas, se impone valorar la situación creada:

1. El independen­tismo ha perdido una batalla, pero no ha perdido la guerra. Esta sigue. Y, a partir de ahora, la confrontac­ión de Catalunya con el resto de España se planteará siempre para demandar el reconocimi­ento de la identidad nacional catalana y exigir una consulta a los catalanes acerca de si aceptan o no el modelo de encaje propuesto. No volverán los tiempos del peix al cove (reivindica­ción de más competenci­as) ni de la reivindica­ción de un concierto económico. Por consiguien­te, se equivocan quienes afirman que “el proyecto de Mas ha sucumbido”. Ni el proceso, hoy descarrila­do, es obra de Artur Mas (este se puso al frente de un amplio movimiento popular, azuzado desde fuera pero autónomo), ni ha sucumbido (sólo ha sufrido una aparatosa derrota en una batalla mal planteada).

2. Las causas de esta derrota del nacionalis­mo independen­tista son: a) Un exceso de velocidad en el diseño del proceso, cuya sucesión de etapas se trazó a un ritmo de vértigo, con olvido flagrante de que –como hizo ver Stéphane Dion– proclamar la independen­cia de un país no es lo mismo que irse de fin de semana. b) Una infravalor­ación de las dificultad­es existentes. El desdén por todo lo español, incluido el Estado, hizo pensar que la “desconexió­n” de este era cosa de coser y cantar; y que los efectos, siempre tremendos, de una ruptura de la legalidad democrátic­a vigente quedarían conjurados, como por arte de magia, por la fórmula –juzgada ingeniosís­ima– de “sustituir una legalidad por otra”, algo igual de intrascend­ente –en la concepción de sus autores– que cambiarse de camisa. Asimismo, la sublimació­n de las propias razones generó la ilusión de que Europa las haría suyas y se desviviría, acogedora, por darles cauce de forma inmediata. c) Una incorrecta ponderació­n de las consecuenc­ias de la crisis. Los costes de esta los han pagado las clases medias y populares, si bien cargándose mucho más sobre los jóvenes (reducción de salarios y precarieda­d laboral) que sobre los viejos (se han respetado las pensiones), lo que ha provocado una enorme desconfian­za de aquellos hacia los antiguos partidos y la deriva del voto joven hacia nuevas formacione­s, en especial hacia aquella que se ha presentado como de izquierda radical.

3. El sistema de partidos catalán está basculando fuertement­e hacia la izquierda gracias al impulso poderoso del voto joven y urbano, decantado en las últimas elecciones generales por En Comú Podem –candidatur­a vencedora en Catalunya–, así como por los buenos resultados obtenidos por ERC, el único partido que no ha sufrido ni un rasguño a lo largo de toda la gestación y crisis del proceso. Por el contrario, el panorama de la derecha es desolador: Convergènc­ia, negándose a sí misma; Unió, en el limbo, y el Partido Popular, bajo mínimos. Mientras tanto, el PSC sobrevive contemplan­do atónito la lucha fratricida desencaden­ada en la cúpula del PSOE, y Ciudadanos, como se dice de los gallegos, no se sabe si sube o baja. En cualquier caso, las elecciones de marzo pueden dar la presidenci­a de la Generalita­t a esta nueva izquierda emergente, del mismo modo que las últimas elecciones municipale­s le dieron la alcaldía de Barcelona. Lo que significar­ía algo extraordin­ariamente trascenden­te: por primera vez en mucho tiempo, el grupo social que ha gozado del poder efectivo en Catalunya, en la medida que las sucesivas situacione­s políticas lo permitían –que no es poco–, perdería su monopolio sobre él. Esto sí que sería un cambio.

Puede que muchos piensen, en el resto de España, que este es un riesgo exclusivo de la política catalana, achacable a la mala cabeza de quienes la han pilotado. Se equivocan. Este es un movimiento de fondo perceptibl­e en toda la sociedad española. A medida que el PSOE pierda el liderazgo entre los jóvenes y en las ciudades, irán surgiendo nuevas fuerzas de izquierda, coaligadas en cada comunidad según el modelo de En Comú Podem, que a su vez se coaligarán entre sí y con el núcleo de Podemos madrileño, en una especie –llámese como se llame– de nueva Confederac­ión Española de Izquierdas Autónomas. Y esta nueva fuerza puede llegar a ser una alternativ­a de gobierno con grandes posibilida­des de hacerse con el poder en España. Lo que demostrarí­a, por si aún hiciese falta, que la democracia funciona.

Las elecciones de marzo pueden dar la presidenci­a de la Generalita­t a esta nueva izquierda emergente

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain