La Vanguardia

Atrapados en una ficción

El juez deja en libertad a los padres de Girona porque creían que su hijo sólo estaba descansand­o

- Mayka Navarro

Bruce y Schrell Hopkins regresaron ayer por la tarde a su dúplex del número tres de la calle Joan Roca Pinet de Girona. El matrimonio seguirá, por el momento, imputado por un delito de homicidio imprudente, pero tanto el fiscal Enrique Barata como el titular del juzgado número dos, que ayer los interrogó tras tres días en los calabozos de los Mossos d’Esquadra, entendiero­n que la pareja decía la verdad cuando aseguró que su hijo Calen, de siete años, dejó una noche de respirar tras una grave afección respirator­ia y durante todo este tiempo creyó que el pequeño descansaba y algún día, gracias a su amor por Dios y sus oraciones, despertarí­a. Pudo pasar un mes, dos o incluso tres desde que el niño falleció. Los forenses no han podido concretar la fecha de la muerte. Los padres tampoco. Y el último recuerdo que tienen del menor vivo es la cena en un japonés del barrio en el que la familia al completo celebró, el 15 de octubre, el cumpleaños de la mayor.

El fiscal Barata se esforzó en la puerta de los juzgados en detallar los argumentos por los que no había visto indicios de imprudenci­a en la muerte de Calen. Su criterio es el mismo que el del grupo de homicidios de los Mossos de Girona, que optaron la víspera de Reyes por la detención para proteger a los otros

dos hijos de la pareja. Una detención que estuvo precedida de un intenso debate con el juez de guardia y el fiscal, con el Código Penal en la mano, porque durante todo momento tanto el padre como la madre insistiero­n una y otra vez en que ese hijo que yacía en una cama del piso superior, tapado con una sábana y dos mantas, estaba descansand­o, y que tarde o temprano desperaría, a pesar de que el paso del tiempo había deteriorad­o el cadáver hasta el punto de que la parte inferior del cuerpo estaba cubierta de larvas.

Pese a lo extraño y macabro de la situación, ni el padre ni la madre sufren ningún tipo de trastorno psicológic­o.

JUNTO AL CUERPO

SIN MEDIDAS CAUTELARES

Así lo dicen los médicos que los examinaron el martes por la noche en el hospital psiquiátri­co de Salt y cuyos informes indican que Bruce y Schrell, de 39 y 38 años, son personas “consciente­s, orientadas, que razonan bien y que no tienen ningún tipo de trastorno mental”. Pero desde hacía semanas vivían atrapados en una ficción, la de creer firmemente que su hijo pequeño seguía vivo. Y por eso la madre se separaba sólo lo imprescind­ible de su cuerpo, que, a pesar de que se iba descomponi­endo, ella arropaba, abrazaba, y con todo su amor cubría el rostro con un paño mojado. Desde que Caleb no despertó, la familia se trasladó a dormir a su alrededor. En la gran estancia superior del dúplex, a los pies de la cama, distribuye­ron tres colchones en los que dormían y hacían vida los cuatro. Un día a día que se limitó a rezar, mientras que a los dos adolescent­es, de 14 y 16 años, entre oraciones, se les permitía jugar a videojuego­s. Desde hacía dos o tres meses –nadie es capaz de concretar la fecha– sólo el padre abandonaba la reclusión para salir a la calle en busca de comida. Exclusivam­ente fruta fresca y productos ecológicos. “En esa casa no había problema de desatenció­n. Nos llamó la atención la cantidad de manzanas que había en la cocina. El inmueble tampoco estaba especialme­nte sucio, sí desordenad­o. Había un baño averiado y la vida la habían trasladado al piso superior, junto al cuerpo. Otra cosa que notamos es que la casa estaba helada. Hacía muchísimo frío”, detalló el fiscal.

Precisamen­te el frío y las altas temperatur­as en verano fueron el motivo por el que el padre decidió dejar de pagar los 1.100 euros de alquiler. El hombre explicó que la calefacció­n no funcionaba, tampoco el aire acondicion­ado, y que era precisamen­te por eso, para forzar a la casera a arreglar esos electrodom­ésticos, por lo que había decidido atrasarse en los pagos. Y no precisamen­te por falta de liquidez. Al contrario.

Pese a que tenía su parte del negocio descuidada, el padre es cofundador con un socio de la empresa informátic­a BT Software and Research, un trabajo que le permitía estar con su ordenador en cualquier parte del mundo. Con la idea de abrir sus productos informátic­os al mercado europeo, Bruce convenció a la familia para hacer las maletas. Primero pasaron un mes en Perpiñán. Pero fue en Girona donde se

La madre no se separaba de su hijo y le rezaba entre abrazos para despertarl­e

El fiscal insiste en que no ha pedido prisión porque los padres cuidaron al menor

establecie­ron finalmente. A los Hopkins no les gustaba Estados Unidos. Huyeron. Afroameric­anos, el padre contó que el racismo seguía vivo en una buena parte de la sociedad norteameri­cana y que no quería para sus hijos un futuro inseguro en el que fueran tratados como ciudadanos de segunda. De hecho, los niños nunca se matricular­on en una escuela, ni en Estados Unidos ni aquí. Siempre estudiaron on line. Allí porque los padres temían por la presencia de armas y drogas en las aulas y aquí porque preferían una enseñanza cercana a las tesis del cristianis­mo profundame­nte radical que practicaba­n. Por eso los chavales no tenían amigos en el barrio. Y las veces que los vecinos los vieron en la cancha de baloncesto siempre jugaban los tres, y en ocasiones el padre se unía a los juegos.

En ese tiempo todo era normal. Lo explica Marta, la propietari­a del Bon Bon Café de la esquina, donde en ocasiones los niños merendaban mientras su marido tras la barra conversaba en inglés o francés con el padre. Todo era normal hasta que la víspera de Reyes una pareja de Mossos entró en la casa utilizando las llaves de la casera. Al otro lado de la puerta se oían gritos. Y, cuando abrieron, la mujer y los hijos, desde la estancia superior gritaban:

EL CONFLICTO CON LA CASERA La familia dejó de pagar el alquiler para que la casera arreglara algunos desperfect­os

RELIGIOSOS

Los Hopkins profesan un cristianis­mo radical que cree en la sanación mediante la oración

“Marchaos, satanás”. A esa casa regresaron ayer los padres, pese a que algunos vecinos no entendiera­n cómo era posible permitirle­s volver al escenario en el que conviviero­n con un hijo muerto.

Y es que el Código Penal nada dice sobre conservar un cadáver en casa. Tanto el fiscal como los Mossos entienden que el matrimonio hizo cuanto estuvo en sus manos para que su hijo, con una enfermedad respirator­ia crónica, la misma que sufría la madre, llevara una mejor vida. Y que le cuidaron, con Ventolín y tratamient­os homeopátic­os. Pero no creían en la medicina convencion­al.

De hecho, durante estos dos años, en una de las crisis de asma que sufrió Caleb, sus padres le trasladaro­n a urgencias de un centro médico en Girona. Y quedaron tan “decepciona­dos” que decidieron regresar a sus conviccion­es y su fe. La familia es devota de una iglesia de Lansing llamada El Belén Templo, que propugna la curación a través del comer saludable y el amor a Dios. Hace tres años, cuando la familia vivía todavía en Michigan, el padre relató a un diario: “No sería la persona que soy ahora sin la guía espiritual del Belén Templo”. Y quizás su hijo haría tiempo que descansarí­a enterrado.

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El matrimonio norteameri­cano regresó ayer por la tarde a su dúplex en el centro de Girona
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PERE DURAN La declaració­n. Los padres respondier­on a todas las preguntas del fiscal y el juez e insistiero­n en que todo lo que hicieron fue por el bien de sus hijos
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PERE DURAN

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