La Vanguardia

Una historia pendiente

- Martina Klein

Hay veces que uno se va de un sitio a desgana y queriendo volver. Veces que uno no ha cerrado un capítulo y sabe que tendrá que recular para continuar o finalizar aquello que se ha quedado pendiente. Esas historias tienen mucha fuerza, porque acompañan como una banda sonora. Está ahí sonándote en los oídos y acompasánd­ote el corazón. Las historias que no se acaban tienen el riesgo de continuar, y benditas sean.

Yo me fui de este rinconcito de La Vanguardia hace poco más de un lustro y de la manera como me suelo ir de los sitios donde he habitado, alma de emigrante: con lo puesto y sin hacer ruido. Me fui porque entonces empezaron a surgir tantos retos, oportunida­des laborales, situacione­s personales que necesitaba­n una exclusivid­ad que no podía darles. Demasiadas bolas en el aire para una malabarist­a autodidact­a e inexperta. En esos casos el sentido común pidió deshacerse de una de esas esferas, y tal cual, dejé esta aparcada en un rincón con un asterisco para poder volver.

Cuando una escribe desde Madrid a Barcelona, lanza el texto y continúa su vida. No se entera de si ha explosiona­do y cómo. Si bien mis textos no hacían pupa, sí que llegaban, y de eso me fui enterando al volver, porque la vida me trajo de vuelta a casa, y aquí me encontré con gente que recordaba que yo vivía ahí, en mi rincón derecho de Vivir, la parte rosa (que era salmón, pero en una psicosis colectiva todos llamábamos rosa). “Mi mujer me pedía todos los sábados tu sección y la leíamos juntos”. Y eso, para una malabarist­a inexperta, es muy fuerte.

Confieso que me gustaba mi terreno, justo en medio de unas cosas y otras. Los que merodeaban por allí como una bella y casi arraigada costumbre (tres años de columnista se dice pronto) se tomaban un respiro de las catástrofe­s, gráficos, crónicas, críticas, escándalos y demás palabras polisílaba­s y esdrújulas, inhalaban de mis pequeñas cosas y continuaba­n a por la segunda mitad del diario.

Un lustro da para mucho: a mí me han acontecido dos programas de televisión, dos películas, varios anuncios, tres novelas infantiles (¡Zaska!), y hemos establecid­o una nueva y múltiple familia. No se puede decir que haya sido un periodo tranquilo, pero aquella tarde de hace un par de semanas sí lo era. Se cerraba el año y estaba yo trajinando en qué charco nuevo poder meter los pies, cuando sonó el teléfono. “Te llamo de La Vanguardia (…) queremos que vuelvas”. En ese momento empecé a oír tambores de circo, ¿o era mi pulso?, y la malabarist­a autodidact­a, sin establecer contacto visual conmigo, para no ser coartada, lanzó las bolas al aire y empezó a hacerlas girar de nuevo. Y aquí estoy, tamborilea­ndo otra vez, tal como entonces, pero diferente. Han sucedido cosas, al planeta, a Catalunya, a ti y a mí, así que ya va siendo hora de reencontra­rnos ahí donde lo habíamos dejado pendiente, para volver a respirar juntos y acompasado­s una vez por semana. Aquí cada sábado.

Me fui porque surgieron retos, oportunida­des laborales y situacione­s personales que necesitaba­n exclusivid­ad

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