La Vanguardia

Dos mitos octogenari­os

Juliette Gréco realiza su gira de adiós y Belmondo presenta un documental sobre su vida

- ÓSCAR CABALLERO París

La vida empieza a los ochenta años. Precisamen­te a los 82, para JeanPaul Belmondo. Y a los 88 para Juliette Gréco. Cuando los profetas de la dieta sana y la inmortalid­ad, financiado­s por Google, estudian cómo prolongar la vida, dos parisinos mundialmen­te célebres, aficionado­s a la buena mesa y al buen vino, empiezan el año bajo los focos.

El 3 de enero, TF1, la cadena privada más vista en Europa, estrenó

Belmondo par Belmondo, documental dirigido por Paul Belmondo, expiloto de karting y fórmula 1, exdirector del teatro que poseyó su padre y actor actualment­e en gira por Francia.

“Acepté precisamen­te porque me lo propuso Paul”, asegura JeanPaul, que gracias al filme ha revivido (asombrado por el tiempo que pasa, como cuando reencuentr­a en Río al pequeño lustrabota­s de El

hombre de Río transforma­do en sexagenari­o cabeza de familia) los grandes momentos de su carrera.

Simultánea­mente, la casi nonagenari­a Gréco, musa del existencia­lismo, que arrancó letras de canciones, y el corazón dicen, a JeanPaul Sartre y personific­ó la libertad de costumbres que siguió en París a la Liberación, la inspirador­a de La

Javanaise de Gainsbourg (“una noche de amor platónico y champagne, en 1962”, fue su evocación), partía en una gira de adiós por Francia.

Empezó fuerte, en diciembre, en París, con tres actuacione­s triunfales que llenaron sucesivame­nte un templo del rock (La Cigala), el Châtelet de las comedias musicales y el centenario Théâtre des Champs Elysées.

A París volverá el 17 de abril para cerrar su periplo en otro escenario mítico, el del Casino. Último “tour de chant”, según ella. Y luego, a rizar el rizo: le falta bullicio en la casa que compró hace sesenta años, en un pueblo a 30 kilómetros de la capital, y a la que se mudó hace un cuarto de siglo.

“Han cerrado los comercios y el bar. El silencio es ensordeced­or. Me reinstalar­é en París”. Para reencontra­rse con “gente que tiene algo detrás de los ojos”. Como por ejemplo su coetáneo Michel Piccoli. Su pareja hasta que –lo recordará el actor en un libro– “ella dio un portazo y se marchó para siempre de mi vida”.

Ni un kilo a la espalda, como dicen los gitanos. Y Gréco. Y también Belmondo. Tampoco el actor de El hombre

de Río y otra centena de películas está obsesionad­o por la muerte. No volverá por supuesto a los filmes de acción que lo hicieron popular,

aunque la celebridad previa se la diera Godard con la nouvelle vague. Porque tras el accidente cerebral que sufrió hace tres lustros, y a pesar de la dura y positiva reeducació­n que afrontó con la misma decisión con la que nunca permitió que lo doblaran en las escenas de riesgo, anda con dificultad. Y tiene un brazo paralizado.

El actor, que en medio siglo de carrera convocó a más de ciento treinta millones de espectador­es en Francia y se negó al requerimie­nto de Hollywood (“Sam Spiegel me tendía un puente de oro”, reconoce en el documental), ironiza: “Claro que aún puedo interpreta­r a un poli minusválid­o”.

Cabeza visible de una banda legendaria en París, creada en el Conservato­rio y que sólo la muerte ha deshecho en parte, en el documental –que ya está en el comercio, con un lote de diez filmes selecciona­dos por el propio actor– aparecen los actores Jean-Pierre Marielle y Jean Rochefort, tristes como Belmondo por haber asistido a la agonía de Bruno Cremer, colega y copain desde los comienzos. “Pero no temo a la vejez; soy optimista siempre”, esquiva Belmondo.

Otro encuentro fuerte: siete minutos, en Roma, con Ursula Andress. Tantos como los años que duró su amor. Y sin embargo, llevaban cuatro décadas sin verse. (Paul puntualiza que pasaron toda la tarde juntos y que él se abstuvo de interrogar­los. “Guardamos sólo siete –intensos– minutos por la misma razón que nos obligó a cortar hasta quedarnos con cinco horas y a partir de allí llegar a la versión definitiva”).

Lo curioso es que tanto Belmondo (Bebel para todos los franceses) como Gréco rechazan la nostalgia, detestan mirar hacia atrás. Acaso porque tampoco especulan sobre el futuro. Y coinciden en que siempre han sido iguales en ese sentido: vivir al día; vivir el día. También comparten otra palabra: intensidad.

Más les cuesta a sus respectivo­s fans. A los colegas, de Almodóvar a Tarantino, que ovacionaro­n de pie y largamente a Belmondo en el último festival Lumières en Lyon, que le rendía homenaje.

Y en el caso de Gréco, incluso a los críticos. “Nadie es irreemplaz­able –escribe Francis Marmande, en Le Monde, sobre Merci, el concierto que abrió la gira de Gréco–, por supuesto. Pero que lo tengáis claro: si ella se va, nadie, nunca, en ninguna parte, la reemplazar­á”.

La cantante, de 88 años, y el actor, de 82, rechazan la nostalgia y también comparten una palabra: intensidad

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Leyendas. Gréco y Belmondo son dos leyendas francesas de la música y el cine respectiva­mente. Arriba, la cantante, que está haciendo su gira de despedida, en un concierto en Berlín en noviembre; abajo, el actor con su hijo Paul el pasado abril
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COADIC GUIREC / BESTIMAGE / GTRES
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