Messiaen, Dudamel y Yuja Wang
Orquesta Simón Bolívar
Obra: Sinfonía ‘Turangalila’ de Olivier Messiaen Intérpretes solistas: Yuja Wang, piano; Cynthia Millar, ondes Martenot Director: Gustavo Dudamel Lugar y fecha: Palau 100. Palau de la Música Catalana (7/I/2016) Quizá no he leído bien el programa de mano de este Turangalila de Olivier Messiaen, pero no he visto mención alguna de algo interesante para nuestra vida musical de la posguerra: en febrero de 1949 Toldrà dirigió en el Palau con el título Tres Ritmos (Trois Tâlas) tres números del entonces work in progress de la obra. Messiaen, que estuvo en aquel 1949 en Barcelona con su discípula pianista, y luego segunda esposa, y que fueron agasajados en el mítico Institut Francés, escribía para el Palau que aquellos tres números de complejidad rítmica, “eran un canto de amor: nostálgico en el primer tiempo, tierno en el segundo y violentamente apasionado en el tercero”. Una parte de la Turangalila que el gran compositor francés –que ya había escrito su Cuarteto para el fin de los tiempos–, presentaba en tanto acababa la versión definitiva, estrenada a finales de ese año en Nueva York por Bernstein, y como solistas, al igual que en el Palau, Yvonnne Loriod, piano y Ginette Martenot en el teclado de ondas inventado por su hermano Maurice. Hay que subrayar que sólo tres ciudades, y a más, modernistas, acogieron aquel estreno preliminar; además de Barcelona, París y Viena. Aquí el público protestó ruidosamente cuando Messiaen salió a escena.
Anécdotas aparte, esta propuesta de la Orquesta más internacional de Venezuela es muy acertada, porque va con su carácter y su potencia de sonido, y coincide con una partitura de Messiaen en la que domina algo la especulación sobre su hacer más íntimo. Messiaen trabaja aquí con elementos contradictorios. Por un lado la compleja y rica armonía que presenta el piano y a la que responde parte del transcurso orquestal, junto a sus franciscanos cantos de pájaros ( en esta interpretación algo alborotados), y por otro trozos orquestales melódico-homofónicos que recuerdan la música de cine de aquellos años 50. Su alusión a las formas del amor posiblemente responda a estas formulaciones, pero desconcierta en un compositor de tanto carácter trascendente.
Por otro lado, un rasgo que sorprende es la afiliación de Messiaen –que no oculta su interés por las deidades extraeuropeas– a las grandes formas sinfónicas del momento, propiciadas al albur del “americanismo musical”, por ejemplo por Carlos Chávez y por Alberto Ginastera, y que conectan con el sentido rítmico latino con esta orquesta de Dudamel. Enfática en carácter, con una potente respuesta de los vientos en algunos números. Pero en los más –diríamos– reflexivos, el discurso debe buscar el preciosismo tímbrico y contrapuntístico, algo que por momentos fue de buen resultado en la intervención de las maderas, en los solos con un muy buen clarinetista.
La versión, como decía, fue elocuente en rítmica y en potencia –esta orquesta ya desde el momento de afinar lo hace con su volumen sorprendente– aunque seguramente en el transcurso de la gira ha de ajustar más el trabajo del piano solista, con una virtuosa Wang que tuvo que agregar a las dificultades de la partitura, la rebeldía de las hojas que se volvían en contra. Por ello su trabajo –contra viento y marea– quizá deba ajustarse y hacerse más introspectivo; la capacidad técnica está de su parte. Pero esta obra preciosista por momentos, que dispone además de tres teclados con diferencias tímbricas, escrita por Messiaen para una pianista que conocía su discurso, merece trabajarse en profundidad por la variedad de claves que presenta. Dudamel se expresó con comodidad, en diálogo con la orquesta y sus entradas. Y esta respondió con profesionalidad y compromiso.
JORGE DE PERSIA La propuesta de la Simón Bolívar es muy acertada, porque va con su carácter y su potencia de sonido