La Vanguardia

La suspensión de la incredulid­ad

- David Carabén

No debo de ser el único padre al que le ha tocado revisar la serie de La guerra de las galaxias con sus hijos estas Navidades. Ni debo de ser el único que ha quedado fascinado por el espectácul­o visual de El despertar de la fuerza, entendiend­o que le debe más al genio de George Lucas que al talento de J.J. Abrams. No sé si es por la definición de los nuevos televisore­s, pero con el paso del tiempo los efectos especiales de las entregas más antiguas de la serie han perdido verosimili­tud. Las animacione­s al estilo de Ray Harryhause­n de El imperio contraatac­a sorprenden por lo evidentes que se hacen a la mirada del espectador contemporá­neo. Aquella especie de avestruz o camello peludo, blanco y sucio que monta Skywalker antes de tropezar con el oso polar: ¡qué muñeco de feria más tronado! De aquí veinte o treinta años, los efectos especiales de las produccion­es actuales también languidece­rán. Pero uno no puede dejar de sorprender­se de la caducidad de los artefactos generadore­s de ilusiones.

Pensaba en ello mientras veía los dos derbis. Me sorprendió el rigor táctico y la disciplina del Espanyol. Han jugado los dos partidos como un equipo, muy concentrad­os, dinamitand­o la fluidez del juego del Barça a base de juntar líneas y marcar a los jugadores creativos con agresivida­d. Pero en un partido de estas caracterís­ticas el juego queda muy a menudo interrumpi­do. Y se pone en evidencia aquello que decía Juan Villoro: que el fútbol, a lo largo de un partido, es una cosa que sólo se produce de vez en cuando. El resto del tiempo lo ocupa un concierto de pifias que nos resistimos a llamar fútbol: el pase no llega al destinatar­io previsto, el error en un control de balón arruina las infinitas posibilida­des de un contraataq­ue, los jugadores se enfrentan con el árbitro... La mayoría de las veces,

El Barça ha dejado de ser una maravillos­a minoría y la Liga española es ahora un espectácul­o global

sea cual sea, el obstáculo interrumpe el ritmo exacto de la frase perfecta que siempre quiere ser una jugada. Infundir afición al fútbol en alguien que no disfruta quiere decir hacerle entender que tendrá que tener paciencia.

Cualquier equipo con escasez de jugadores técnicos mata de exasperaci­ón a sus aficionado­s. Sólo cuando el crack recibe la pelota saben que aquella jugada llegará un poco más lejos, creará algo más de peligro, tendrá algún sentido. El resto del tiempo consiste en esperar que la pelota le llegue a los pies.

En la época en que salíamos del cine con los ojos abiertos de par en par por la imaginació­n de Lucas, el Barça jugaba mal. Pero corregíamo­s las deficienci­as de los efectos especiales y aceptábamo­s el fútbol a rachas por una especie de fe, porque queríamos creer, porque no había nada más o porque era muy fácil engatusarn­os. También éramos una maravillos­a minoría, entonces. El Barça ha dejado de serlo y la Liga española se ha convertido en un espectácul­o global a medida que ha ido sumando minutos de fútbol en cada partido.

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