La suspensión de la incredulidad
No debo de ser el único padre al que le ha tocado revisar la serie de La guerra de las galaxias con sus hijos estas Navidades. Ni debo de ser el único que ha quedado fascinado por el espectáculo visual de El despertar de la fuerza, entendiendo que le debe más al genio de George Lucas que al talento de J.J. Abrams. No sé si es por la definición de los nuevos televisores, pero con el paso del tiempo los efectos especiales de las entregas más antiguas de la serie han perdido verosimilitud. Las animaciones al estilo de Ray Harryhausen de El imperio contraataca sorprenden por lo evidentes que se hacen a la mirada del espectador contemporáneo. Aquella especie de avestruz o camello peludo, blanco y sucio que monta Skywalker antes de tropezar con el oso polar: ¡qué muñeco de feria más tronado! De aquí veinte o treinta años, los efectos especiales de las producciones actuales también languidecerán. Pero uno no puede dejar de sorprenderse de la caducidad de los artefactos generadores de ilusiones.
Pensaba en ello mientras veía los dos derbis. Me sorprendió el rigor táctico y la disciplina del Espanyol. Han jugado los dos partidos como un equipo, muy concentrados, dinamitando la fluidez del juego del Barça a base de juntar líneas y marcar a los jugadores creativos con agresividad. Pero en un partido de estas características el juego queda muy a menudo interrumpido. Y se pone en evidencia aquello que decía Juan Villoro: que el fútbol, a lo largo de un partido, es una cosa que sólo se produce de vez en cuando. El resto del tiempo lo ocupa un concierto de pifias que nos resistimos a llamar fútbol: el pase no llega al destinatario previsto, el error en un control de balón arruina las infinitas posibilidades de un contraataque, los jugadores se enfrentan con el árbitro... La mayoría de las veces,
El Barça ha dejado de ser una maravillosa minoría y la Liga española es ahora un espectáculo global
sea cual sea, el obstáculo interrumpe el ritmo exacto de la frase perfecta que siempre quiere ser una jugada. Infundir afición al fútbol en alguien que no disfruta quiere decir hacerle entender que tendrá que tener paciencia.
Cualquier equipo con escasez de jugadores técnicos mata de exasperación a sus aficionados. Sólo cuando el crack recibe la pelota saben que aquella jugada llegará un poco más lejos, creará algo más de peligro, tendrá algún sentido. El resto del tiempo consiste en esperar que la pelota le llegue a los pies.
En la época en que salíamos del cine con los ojos abiertos de par en par por la imaginación de Lucas, el Barça jugaba mal. Pero corregíamos las deficiencias de los efectos especiales y aceptábamos el fútbol a rachas por una especie de fe, porque queríamos creer, porque no había nada más o porque era muy fácil engatusarnos. También éramos una maravillosa minoría, entonces. El Barça ha dejado de serlo y la Liga española se ha convertido en un espectáculo global a medida que ha ido sumando minutos de fútbol en cada partido.