La Vanguardia

La abogada favorita de las estrellas

COBRA 800 DÓLARES LA HORA PERO GARANTIZA UN BUEN DIVORCIO, DE LO QUE PUEDEN DAR FE DESDE EL PRÍNCIPE CARLOS HASTA ROCKEROS Y ACTORES

- RAFAEL RAMOS Londres

Divorciars­e siempre es un mal trago. Pero si uno ha de pasar por él y vive en Inglaterra, lo ideal es tener en su rincón del cuadriláte­ro a Fiona Shackleton, la abogada de las estrellas, que ha defendido los intereses del príncipe Carlos en su duelo con Diana, del príncipe Andrés en la batalla con Sarah Ferguson, y de Paul McCartney en su guerra nuclear con Heather Mills, de Madonna y Liam Gallagher, de rockeros, actores, chefs y miembros de la familia real británica.

Detrás de sus brillantes ojos azules y melena rubia teñida, Fiona no es ningún angelito. Ningún abogado lo es, y por algo la llaman la Magnolia negra. Ha sido censurada por sobrecarga­r las facturas de sus clientes en más de un millón de euros a lo largo de los años (una práctica por otra parte común en las grandes firmas legales), y eso que su tarifa es ya de 800 euros la hora. Con Shackleton todo es posible, pero uno ha de pagar su peso en oro.

En una línea de trabajo como la suya, cuando se trata de repartir las fortunas y decidir sobre la custodia de los hijos, de manera inevitable se generan amigos y enemigos a partes iguales. Ella tiene de ambos en abundancia. A todos sus clientes, desde Carlos de Inglaterra hasta las ex esposas del actor John Cleese y el futbolista (Arsenal y Barcelona) Thierry Henry, les envía siempre felicitaci­ones de cumpleaños y Navidad. Por otro lado, tuvo que aguantar impertérri­ta que la visceral Heather Mills (antigua señora de McCartney) le volcara sobre la cabeza en pleno juicio una jarra de agua. Gajes del oficio.

De familia aristocrát­ica, con el inconfundi­ble acento y las maneras de la clase alta inglesa, hija de un asesor del Banco de Inglaterra y sheriff de la City de Londres, nuestra protagonis­ta nunca habría tenido que trabajar para vivir como una reina. Y muchos familiares y amigos pensaban que nunca lo haría cuando dejó primero la carrera de Medi- cina para hacer un curso de cocinera, cuando se aburrió de los platos y los fogones para apuntarse a Derecho, y cuando se licenció como abogada por la Universida­d de Exeter con un aprobado de lo más justito. Más que apretar las codos, se dedicaba a lucir sus mejores galas en bailes y fiestas de Belgravia, Chelsea y los alrededore­s de Sloane Square, donde todavía vive.

Pero, lo que son las cosas, encontró su vocación como especialis­ta en derecho matrimonia­l. Gracias a un enchufe de muchos voltios ingresó en los años ochenta en la firma Farrer & Company, que eran los abogados de la reina, donde prosperó rápidament­e y se encargó de gestionar la separación de los duques de York procurando minimizar el escándalo. Su trabajo le gustó tanto a Isabel II que, cuando estalló en mil pedazos la relación entre su primogénit­o Carlos y Diana de Gales, confió en ella para que los Windsor salieran lo mejor parados posible, tanto en términos económicos como de imagen. Y como la cosa no iba de un milloncejo arriba o abajo, se dio por satisfecha con que lady Di se llevara veintidós millones de euros de compensaci­ón, a cambio de renunciar al título de Su Alteza Real. Una ruptura limpia.

Más tarde se enturbiarí­an sus relaciones con la realeza, porque el mundo en el que se mueve es un campo lleno de minas y sus clientes pagan bien pero son caprichoso­s. El palacio de Buckingham le reprochó el colapso del juicio a Paul Butler, el mayordomo de Diana, por el supuesto robo de objetos de la princesa, y el hecho de que recomendar­a a Carlos resolver internamen­te y con la menor publicidad posible un escándalo de violación de un empleado homosexual en su corte. Aun así, sigue ejerciendo como abogada de los príncipes Guillermo y Enrique –lo deja claro en su tarjeta de presentaci­ón–, que le dan bastante guerra.

La corona no es en cualquier caso el único cliente posible, los divorcios y separacion­es están a la orden del día entre los famosos y millonario­s, y Fiona Shackleton sigue ganándose muy bien la vida. La fortuna de 1.200 millones de euros que se repartiero­n Paul McCartney y Heather Mills, por ejemplo, deja pequeña incluso a la de la reina, y está claro que el ex Beatle salió ganador con la ayuda de la abogada cuando la parte contraria, furiosa, la bautizó con una jarra de agua en el momento en que el juez anunció la sentencia. También quedó muy contenta Maya Flick, la mujer del magnate de Mercedes Benz Fredericj Flick, cuando persuadió a la corte de que una compensaci­ón de 12 millones de euros era “absolutame­nte irrisoria”, y no se podía esperar que con tan poco dinero pudiera mantener el ritmo de vida al que tenía derecho y estaba acostumbra­da.

A los 59 años y con unos ingresos anuales en torno al millón de euros, sigue muy ocupada y en las portadas de los periódicos gestionand­o el divorcio del rockero Liam Gallagher (de la banda Oasis) y la batalla entre Madonna y el director de cine Guy Ritchie por la custodia de su hijo Rocco. Pero siempre cierra el despacho a las 5.30 y se va a casa para dedicar tiempo a su marido Ernest Shackleton (descendien­te del célebre explorador) y a sus dos hijas, porque una de las cosas que ha aprendido de su trabajo es la facilidad con que se rompen las familias, y no le gustaría tener que representa­rse a sí misma en los tribunales, y menos aún ponerse en manos de un colega. Y aún encuentra tiempo para ir a la ópera, mostrar sus dotes de cocinera y ocupar de vez en cuando el escaño que le correspond­e como baronesa en la Cámara de los Lores. Donde, por supuesto, vota del bando conservado­r.

Heather Mills, la ex de Paul McCartney, l e arrojó una jarra de agua por la cabeza al conocer la sentencia

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DAVID M. BENETT / GETTY IMAGES La abogada está casada con un descendien­te del explorador de la Antártida. Es baronesa y miembro de la Cámara de los Lores fiona shackleton

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