Manhattan atrae a los vivos y a los muertos
El cielo, si es que existe, está en Nueva York. A la vuelta de la esquina. O al menos así lo venden. La Gran Manzana se caracteriza por su mudanza sin freno. Unos que vienen y otros que se van. A diario. Los hay que resisten poco –no le encuentran el gusto al fruto del árbol del bien y el mal– y los hay que, embelesados por el paladar, se quedan para siempre y más allá: en la eternidad.
Hace unas semanas apareció un anuncio. “Apertura de las catacumbas”. El evento lo convocaba la basílica de St. Patrick’s Old Cathedral.
Cierto que este templo –segunda iglesia católica en Manhattan y primera catedral de la archidiócesis de Nueva York– tiene su recorrido. Son 200 años recién cumplidos en el cogollo de la isla, en el ahora llamado barrio de NoLita (Nort of Little Italy, enclave italiano hoy controlado por chinos). Pero de ahí a pensar en el concepto clásico de catacumbas dista un trecho.
Pues sí. El lugar no deja de ser una bóveda subterránea. En sus paredes se suceden nichos que datan desde principios del XIX. Acogen a difuntos de la parroquia, sean religiosos o de la alta sociedad.
En realidad, este paseo por el lado oculto de la historia no es más que una operación comercial al uso. En lugar de ofrecer un piso, brindan espacios para depositar las urnas con las cenizas del difunto. “Es la única solución para esperar la resurrección en el cielo de Manhattan”, dice el guía.