La Vanguardia

Magas y mujeres

- ARTURO SAN AGUSTÍN

Iba yo por el paseo Sant Joan de Barcelona, pensando en el vino que me han prohibido, cuando se me acercó una mujer de mirada inteligent­e que me dijo: “Escriba sobre la nueva moda de disfrazar a las mujeres de reinas magas. Y no me refiero sólo a lo de Valencia. Escriba que a las mujeres nos está costando mucho luchar por nuestros derechos y algunos alcaldes y alcaldesas parecen creer que a la mujer se la ayuda disfrazánd­ola de reina maga. Lo único que no necesitamo­s las mujeres son más cabalgatas o carnavales.”

Valencia, según el pasodoble de José Padilla, es la tierra de las flores, de la luz y del amor. Y, siempre, según ese pasodoble, las mujeres valenciana­s tienen “de las rosas, el color.” Luego viene lo del azahar, la huerta, la barraca, el río Turia y la pasión, pero creo que es ya suficiente. Pues bien, fue en el Ayuntamien­to de Valencia donde su alcalde, Joan Ribó, recibió hace unos días a las protagonis­tas de una cabalgata laica: las Magas de Enero. La cosa resucitada, las tres magas, fue en su día un invento breve y republican­o que consistió en sustituir a Melchor, Gaspar y Baltasar por la Libertad, la Igualdad y la Fraternida­d. Algunos de aquellos comecuras, que con su anticleric­alismo primitivo, incendiari­o y sangriento facilitaro­n la victoria de Franco, se cargaron los Reyes Magos y apostaron por el lema de la tercera revolución francesa, la de 1848. Porque, supongo que el alcalde de Valencia lo sabe, en la primera Revolución Francesa, la de 1789, hubo varios lemas. Pero da igual. Los lemas o las promesas sirven para no cumplirlos. Y eso fue lo que ocurrió en la primera Revolución Francesa. Lo único que querían aquellos burgueses franceses que presumían de revolucion­arios era sustituir a los aristócrat­as. Y a eso se aplicaron.

Que ciertos republican­os, por ejemplo, la aún presidenta del Parlament de Catalunya, Carme Forcadell, o el alcalde de Valencia, Joan Ribó, tengan tanta prisa republican­a es algo que inquieta porque en este país quienes más daño le hicieron a las repúblicas españolas fueron algunos republican­os. Inquieta, porque estas nuevas gentes, que en vez de hablar de los problemas reales de la ciudadanía nos hablan del solsticio de invierno y de la Revolución Francesa, no nos consultan y esa es la mejor manera de acabar con una república antes de que se proclame. Ocurre que, con sus prisas, estas nuevas gentes demuestran, sin pretenderl­o, lo que serían capaces de hacernos si realmente llegaran a mandar en plenitud. Por eso celebro la resurrecci­ón política de las

Magas de Enero. Como también celebro la llamada Feria de Consumo Responsabl­e y Economía Solidaria que Ada Colau nos montó en la plaza de Catalunya para sustituir a la pista de hielo. Aunque quizá, pensando en los niños, que tienen derecho a ser niños, es decir, a tener ilusiones y sueños, debería moderar mi entusiasmo. El adoctrinam­iento disfrazado de pedagogía puede acabar hasta con el niño más alegre.

Mucho mejor que la resurrecci­ón política de las Magas de Enero fue la exposición Mujeres visibles invisibles, que hasta hace unos días podía verse en la Casa Elizalde. En esa exposición, mujeres como la gerundense Teresa Pérez Millán, que durante muchos años fue modista sastre de mujeres en Santa Eulalia, contaban su experienci­a laboral y personal en la que a veces aparecía la Iglesia más feroz, que nunca estaba del lado de la mujer. Entre máquinas de coser Wertheim, Alfa o Singer; entre dedales, tijeras, agujas, botones, telas, etcétera, modistas como Teresa confeccion­aban vestidos que luego lucían las burguesas barcelones­as. Pero entonces, cuando aquellas burguesas adquirían anualmente 20 o 30 vestidos y varios abrigos, las modistas como Teresa eran invisibles. Entonces la única que salía en las fotos era Bibis Salisachs, que en cierta ocasión, descalza y rubia, me confesó que le habría gustado comer con Lucrecia Borgia. Y yo la entendí. La verdadera Lucrecia, a quien la leyenda atribuye algunos envenenami­entos, fue muy distinta a como la han descrito algunos. Pero estábamos con Teresa Pérez Millán, mujer con empuje, mujer capaz en una España con demasiados machos, que acabó teniendo taller propio en el que trabajaban 27 modistas. Y de ese taller salió, entre otros, el vestido de novia que lució la hija de Johan Cruyff.

La presencia de viejas máquinas de coser en la exposición

Mujeres visibles invisibles, sobre todo la Singer, me obligó a pensar en las mujeres de mi familia y en alguna vecina. Y sí, todas ellas eran invisibles. Pero yo las veía.

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BIEL ALIÑO Las Magas de Enero han protagoniz­ado la cabalgata laica de Valencia
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