La Vanguardia

Marcha atrás

- Pilar Rahola

No ha empezado el baile, y ya están cambiando de música. O eso parece, a tenor de las declaracio­nes a dúo de estos días. Por uno lado, Podemos ha hablado por boca de Errejón, y por el camino de seducir al PSOE en su voluntad convergent­e hacia la Moncloa –estos tienen menos tonterías a la hora de pactar que sus homólogos cuperos–, empiezan a tirar por la borda el lastre catalán. Pesada cargada, la maleta del referéndum, que tantos beneficios ofreció en la antesala de las elecciones, pero que ahora se convierte en un incómodo sobrepeso. Y si Errejón empieza el reciclaje por la zona del madroño, la tierra del naranjo no es menos, con Mónica Oltra avisando que “todo es revisable, en el fondo y en la forma”, y el todo de la cosa es la cuestión catalana.

Por supuesto es pronto para decir si aquel compromiso de Pablo Iglesias en la noche electoral, en la que puso el referéndum como condición inapelable para pactar, se ha ido al garete, jubilado por la lógica del poder. Pero pintan bastos, y caen sobre Catalunya. De manera que, a la espera de acontecimi­entos, cabe augurar que en el podemos de Podemos, no habrá cabida para un we can catalán. El referéndum o, mejor dicho, la cuestión catalana

Por lo dicho, cabe augurar que en el ‘podemos’ de Podemos, no habrá cabida para un ‘we can’ catalán

es el gran hueso de la política española, además de ser, como se ha visto, el termómetro de su salud democrátic­a. Pero es algo más: el barómetro que nos indica el límite de la presión que puede aguantar un partido. Y la presión contra cualquier voluntad de abrir y negociar la cuestión catalana es enorme. España no se discute y la cuestión catalana no se resuelve, ese es el lema en el que confluyen desde la monarquía, hasta la Moncloa, desde las cámaras parlamenta­rias hasta los partidos políticos, desde la judicatura hasta el mundo intelectua­l. Salvo notables y muy escasas excepcione­s, Catalunya unifica el pensamient­o en España hasta hacerlo único. Y ese es el techo bajo que ha encontrado Podemos con sólo poner bajo los focos una promesa hecha a los catalanes: por ahí no hay camino por recorrer.

La cuestión es si este nuevo partido, nacido al albur de un cambio de paradigma político, es capaz de trascender la rigidez española y plantear, a corazón abierto, el conflicto catalán. Si lo intenta seriamente, demostrará una altura de miras muy escasa en la historia española. Pero quizás lidere un nuevo tiempo para España. Si lo esconde sutilmente, enterrado en una decorativa montaña de subterfugi­os, caminos torticeros y medias verdades –que, como los embarazos, si son a medias, no son verdades–, entonces demostrará que sólo es un partido más con ansias de llegar al poder para sustituir a los de antes. Relevo generacion­al dentro del sistema o voluntad de regenerar el sistema, esa es la dualidad en la que debe debatirse la nueva izquierda española, ya que la vieja no tiene demasiado remedio. Y la moneda que decante un camino u otro es la moneda catalana.

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