Viernes, 8 de enero
Hoy (anteayer para el lector) cumplo años. Para mí, el nuevo año siempre empezó el día 8 de enero, como para mi querido Terenci Moix (q.e.p.d.) empezaba el día 5, el mismo día en que nacía, en Roma, el rey Juan Carlos –somos de la misma quinta–, la vigilia de la festividad de los Reyes Magos, como no podía ser otro modo. Hace años, muchos, que no celebro mi aniversario. Para mí es un día cualquiera y que este año, mira por donde, coincide con la obligación de escribir mi primera terraza del año 2016, un año que, visto como está el panorama, no me inspira demasiada confianza. Empezando por la situación política que vive este bendito país. El viernes, cuando escribí esta crónica, no creía que JxSí y la CUP llegarían a un acuerdo y daba por hecho que el señor Artur Mas no tendría más remedio que convocar mañana unas nuevas elecciones para principios de marzo. El colega Enric Juliana escribe que ha vuelto el “català emprenyat”. Es posible, pero en la terraza del Oller, el bar de mi barrio, más que el cabreo lo que domina es la desilusión y también la tristeza. Entre mis contertulios, mis amigos, los había, la mayoría, que se creían que los del JxSí i la CUP iban a ponerse de acuerdo y que la independencia, fruto del “mandato democrático” (¿con tan sólo el 48% del electorado?), podía llegar a ser una realidad. Desde hacía un par de semanas, mis contertulios, mis amigos, evitaban hablar de política, y yo me los miraba como antes miraba a los pujolistas (“No em toqueu el Pujolet!”, que decía Margot, una de mis suegras); unos pujolistas que se sintieron traicionados por un líder (¿un padre?) en el que habían puesto todas sus esperanzas. Artur Mas no es Jordi Pujol, pero la sensación de que iban a ser traicionados, por Mas y por la CUP a partes iguales, era la misma. Por lo que a mí respecta, no puedo hablar de desilusión –cuando Mas convocó elecciones anticipadas en el 2012 y perdió 12 escaños de los 62 que tenía un par de años antes, ya perdí toda posible ilusión– ni de tristeza y menos de cabreo. Para mí, el año político catalán acaba con la sensación de ridículo.
Pero, afortunadamente, no todo es política. Buena prueba de ello la tuvimos el martes (5 de enero) cuando lo más visto en la web de La Vanguardia no fue el rechazo de Mas a las ofertas de la CUP, a la que acusó de anteponer su “hiperrevolución de izquierdas”, que obtuvo 38.805 visitas, sino la destitución de Benítez como entrenador del Real Madrid y el nombramiento en su lugar de Zinedine Zidane (44.924 visitas, lo más visto aquel día en la web de este diario).
Siento una cierta debilidad por el marsellés Zinedine Zidane. Curiosamente, jamás jugó en las filas del Olympique de Marseille –uno de mis clubs favoritos, junto con el Arsenal y la Juve (donde sí jugó)–, pero su rostro me es familiar cada vez que visito aquella ciudad. Lo veo dibujado en las fachadas de las casas, en el Vieux Port, en la Corniche, como una reencarnación de Edmond Dantès, el conde de Montecristo. Cuando Florentino Pérez lo nombró sucesor de Benítez me alegré por él, pero al mismo tiempo pensé “en menudo jaleo te has metido, chaval”, porque Zidane, en el fondo, es un buen chico y con escasa experiencia como entrenador, y en el Real Madrid pueden hacerle mucha pupa. “Bienvenido a la silla eléctrica”, titulaba Juan Bautista Martínez su crónica. Ojalá no sea así
El nuevo año me trae también sus muertos, cómo no. El primero, Pierre Boulez, fallecido el martes a los 90 años. Portada en Libé: “Figure tutélaire et écrasante de la musique contemporaine”. No era santo de mi devoción, pero nunca olvidaré el Ring de Bayreuth, en 1976, junto a Patrice Chéreau. El segundo, al día siguiente, y con la misma edad, una mujer: Silvana Pampanini, “la prima diva del dopoguerra”, como titulaba el Corriere della Sera (7 de enero). Eusebio Val le dedicó una brillante necrológica en La Vanguardia (8 de enero), con un titular parecido al del Corriere: “Diva de la posguerra”. La Loren, la Pampanini, la Lollobrigida, la Lea Massari… Yo era un crío cuando esas mujeres, esas actrices aparecieron en el cine italiano. Eran los años en que los chavales italianos soñaban con tres cosas: ganar el Totocalcio, tener una Lambreta y acostarse una noche con la Pampanini. Yo empecé enamorándome como un loco de Pier Angeli (Mañana será tarde), pero cuando ya era algo más mayorcito vi en un cine de Gràcia O.K. Nerón con una Popea (Silvana Pampanini) que se bañaba desnuda en una bañera llena de leche de cabra y comprendí por qué Toto, un gran seductor, un sciupafemmene, como dicen en Nápoles, le dedicó su célebre canción Malafemmena (al parecer, su querida
Siento debilidad por Zidane. Me alegré por él, pero al mismo tiempo pensé en qué jaleo se ha metido El nuevo año me trae sus muertos: el primero, Pierre Boulez; al día siguiente, Silvana Pampanini
Silvana le hacía sufrir de lo lindo).
P.S. Leo la prensa inglesa que la señora Emma Rice, flamante directora artística del Globe Theatre de Londres –el teatro de Shakespeare, del que este año se celebran el 400 aniversario de su muerte– ha decidido que las mujeres interpreten una buena parte de los personajes masculinos en las obras del gran Will. “¿Por qué el conde de Gloucester, en El rey Lear, no puede ser una mujer?” se pregunta la señora. Sugiero a la alcaldesa Colau y a mi buen amigo Lluís Pasqual que inviten a la señora Rice a pasar un fin de semana en Barcelona y la lleven al Lliure a ver a Núria Espert interpretando el personaje del rey Lear. Extraordinaria interpretación. Más teatro. En el TNC representan El público, de García Lorca. En los carteles que anuncian el espectáculo veo un rostro. ¿El de Lorca, el de uno de los intérpretes, algunos excelentes? No, es el Àlex Rigola, el director del montaje. Per molts anys, senyor Rigola?