Reyes con carnet
Desde aquel pesebre rompedor del butanero, que el tripartito municipal presidido por Joan Clos instaló en el 2004 en la plaza Sant Jaume provocando alaridos de terror y exorcismos entre los más acérrimos defensores de la tradición, la celebración institucional de las fiestas navideñas no había provocado tanta descarga de bilis como este año. Las cabalgatas de los Reyes Magos han desencadenado en Madrid y Valencia polémicas ciudadanas y políticas que hasta la fecha parecían exclusivas del pueblo barcelonés y de sus graciosas autoridades, tan propensos como somos todos a ociosas discusiones sobre la estética de las cosas.
Los cambios de gobierno en varios de los principales ayuntamientos españoles han desatado una fiebre innovadora, por diferenciarse en todo de lo anterior, algo que en principio no tiene por qué ser negativo, pero que, llevado a según qué extremos, puede resultar ridículo. En Madrid, la alcaldesa Manuela Carmena, respetuosa con los derechos de los animales, decidió en coherencia y con buen criterio dar descanso a los camellos y a las ocas de Miguelín, dos clásicos de una cabalgata con sabor a rancio en la que, hasta el año pasado, se lanzaba más caspa que caramelos y en la que se mantenía el bochornoso ritual de embetunar al concejal de turno para convertirlo en un Baltasar que de negro tenía lo mismo que Iniesta.
Los responsables del desfile de Madrid tal vez sí que se pasaron de rosca con las indumentarias de los Reyes Magos, que parecían compradas a precio de saldo en un bazar de Chinatown-Usera. También lo hizo el gobierno de Joan Ribó, que sembró la confusión entre los más pequeños resucitando días antes de la cabalgata a las tres Magas de Enero, una parodia cabaretera de la Valencia republicana de 1937. Innecesaria, como también era innecesaria la proclama antiborbónica del Melchor de Sarrià, quien, quizás abducido por la costumbre, olvidó que no estamos en campaña electoral.
Como aquel butanero del 2004, el acartonado amigo de Joan Clos e Imma Mayol, los gestos de Ribó y Carmena han levantado ampollas en el PP, que poco menos que ha acusado a la nueva izquierda de asesinar la Navidad. Resulta curioso que los guardianes de la tradición no hayan medido con la misma vara a los Reyes Magos de Alicante que se personaron en el domicilio de la exalcaldesa Sonia Castedo, la misma que tuvo que dimitir en vísperas de la pasada Navidad imputada en varios delitos, porque estaba “malita y sin poder bajar a la cabalgata”, como confesó ella misma en su Facebook. Faltaría más, reina, faltaría más.