Virtuosa ingenuidad
Excelente oportunidad para testar al Brad Mehldau sin intermediarios que a finales de 1990 tomó una decisión trascendental en su arte. Una decisión seguramente no consciente, tratándose del creador genial que es, pero que mostró definitivamente a un intérprete al que poco le faltaba para alcanzar el olimpo: al igual que el tan glorioso como huraño Keith Jarrett, emergió un Mehldau que descubrió el arte de la improvisación a piano solo.
Pero a diferencia de Jarrett, el pianista de Jacksonville vuelve a dar muestra de su generosidad y amplitud de miras, sin temor a caer en las redes de los puristas intransigentes. Durante las cinco horas de música libérrima y sin prejuicios que ofrece, grabado en vivo y sin ningún acompañamiento excepto su corazón, Mehldau se introduce con la misma luminosa ingenuidad por canciones de los Beatles arregladas para la ocasión, melodías de Thelonious Monk, standards de jazz o intermezzos de Brahms. Donde comienza a ser más interesante su criterio selectivo y su agradecido curiosidad, es que su interés camina con la misma seguridad por la senda del pop y del rock alternativo, como dicen al otro lado del Atlántico. Y es aquí donde no desfallece su magnífico rigor cualitativo, que no obvia la audacia cuando ataca Bittersweet symphony, de Verve, Teardrop de Massive Attack o la memorable Smell like teen spirit, de Nirvana. Absoluta y emocionalmente involucrado, Mehldau siempre prefiere ese espíritu que el virtuosismo sin alma.