La Vanguardia

Las novelas de éxito han ganado en extensión

Los libros más vendidos tienen entre 80 y 150 páginas más que hace veinte años

- XAVI AYÉN

Estamos en la era de la inmediatez, de las pantallas, de los tuits, el videojuego, las elipsis y las respuestas rápidas. Todo parecería indicar que el género literario de nuestros tiempos debería ser el cuento, que puede ser consumido en un breve espacio de tiempo. Sin embargo, los tiros van por otro lado. Hace unos días, se hacía público un estudio de la consultora Verve Search que, tras analizar 2.500 libros de las listas de más vendidos del New York Times entre los años 1999 y 2014 –además de los datos de Google sobre las obras literarias más comentadas–, concluía que el número de páginas de los libros en Estados Unidos ha aumentado en 80 en quince años: pasa de una media de 320 a otra de 400. Asimismo, un estudio realizado por este diario, basándose en las listas de más vendidos que publica La Vanguardia (ver recuadro), concluye que, en Catalunya, la diferencia es todavía mayor, de un poco más de 150 páginas: si los veinte títulos más vendidos de 1995 tenían 326 páginas de media, los títulos del 2015 pasan de las 480.

Aunque existen muchos matices que tener en cuenta –la tipografía o el interlinea­do usados, los fenómenos de un año en concreto, el número de títulos en que se basa la muestra...– que corregiría­n el número de páginas en que aumentan los libros, se puede hablar de una tendencia general: los lectores quieren, cada vez más, libros extensos.

La editora Silvia Querini (Lumen) pide “distinguir entre lo que pide la buena literatura y lo que son las tendencias de mercado”. Así, recuerda que La buena letra de Rafael Chirbes tiene algo más de 100 páginas, pero no falta nada para que el lector se acomode en su mundo. En cambio, la tetralogía de Elena Ferrante tiene más de 1.000 páginas y no sobra nada”. Para ella, justamente en los libros literarios, “el volumen de páginas no es relevante”, pero en la literatura de género “las cosas cambian: la novela histórica y el thriller tienen mejor acogida si las páginas son muchas”, lo que explicaría el incremento de los últimos años. “Yo, que adoro la buena literatura del XIX –prosigue–, diría que una novela larga es como un matrimonio bien avenido: marriage is a long conversati­on, decía Kipling, y una buena novela larga hace que el matrimonio entre el lector y el escritor dure mucho. De ahí el placer”.

Como editora de Donna Tartt (El jilguero, 1.148 páginas) o Elena Ferrante (una tetralogía de 1.970 páginas), Querini opina que “son novelas que piden muchas páginas, pero compensan con creces la atención del lector. Estás ahí y no quieres irte...”. ¿No supone un riesgo añadido para un editor apostar por obras tan largas? “El coste es alto. Por eso hay que estar seguros a la hora de embarcarse en ciertas aventuras, pero ¿quién dijo que este oficio no es arriesgado? Nosotros reincidimo­s porque en junio sacaremos A God in ruins de Kate Atkinson, con sus 468 páginas en inglés o, en septiembre, A little life de Hanya Yanagihara, 720 páginas en su versión original”.

Las modas y fenómenos literarios también influyen. La Catalunya de los años ochenta y noventa fue el territorio de los cuentistas autóctonos (Monzó, Pàmies...) y de novelas cortas como Los puentes de Madison County. Ya entrado el siglo XXI estallaron dos fenómenos que marcan el cambio de tendencia, La sombra del viento (2001) de Carlos Ruiz Zafón y El código Da Vinci de Dan Brown, que llegó en el 2004.

¿Se trata de un retorno a los hábitos lectores decimonóni­cos, a Tolstói y a Dickens? Para el librero An-

tonio Ramírez, de La Central, no es lo mismo porque “si las grandes novelas del XIX son narracione­s amplias y densas que acentúan el detalle, lo sensual y lo concreto y requieren una lectura atenta y continuada, los novelones de hoy se extienden como cordeles en los que múltiples hilos, los distintos personajes e historias, se suceden regularmen­te, con formas rápidas y lineales, prolongánd­ose por decenas de capítulos y en varias secuelas. Con frecuencia estas historias interiores operan como fórmulas algebraica­s: cualesquie­ra que sean los valores que atribuimos a las variables funcionan siempre igual. Así, la lectura del conjunto puede ser discontinu­a puesto que no exige un alto grado de concentrac­ión; el lector dispone de muchos puntos para salir y volver a entrar; no obstante, al final acabará impregnánd­ose del ambiente general y sumergiénd­ose en el universo narrado por la reiteració­n de múltiples y muy caracterís­ticos detalles menores y rasgos secundario­s. Esta estructura es muy semejante a la de las series de televisión; sólo así logran captar parte de la atención de los lectores-espectador­es, asediados por cientos de ofertas de distracció­n alternativ­as”.

Para Ramírez, “hay además argumentos comerciale­s: sobre las mesas de novedades, a la hora de atraer la mirada de los lectores, la novela gorda, el tostón, se defiende mucho mejor frente a sus congéneres normales, tiene más peso, literal y metafórico: desafía al lector como los récords y los obstáculos al deportista; algo de gesta hay en su dimensión desaforada, de quien ha conseguido escribirla y de quien logre leerla; una proeza que equivale a condensar una inmensa cantidad de tiempo, y eso hoy parece tarea muy difícil. El lector que se deja tentar sabe que tendrá tela para rato, para meses de lectura; y mejor que mejor, si este ir desgranand­o poco a poco los detalles de un universo muy particular es algo compartido con otros en el entorno familiar o en el trabajo, como suele ocurrir. Entregado a este juego colectivo, no será necesario enfrentars­e a la angustia de elegir una nueva lectura hasta la siguiente temporada”.

El escritor y traductor Javier Calvo ahonda en la idea de que no aumentan las páginas de cualquier tipo de libros: “Se ha creado una brecha. Por un lado, entre un tipo de literatura de grandes nombres, que incluye tanto a las vacas sagradas de la literatura contemporá­nea, los Franzen, Vargas Llosa, etcétera, como a los autores de género con públicos grandes. Entre estos autores, los libros más voluminoso­s obtienen mayores adelantos y tienen grandes campañas, especialme­nte en países anglosajon­es, donde el mercado es más fuerte y las editoriale­s más boyantes. Por otro lado, está la escena de editoriale­s pequeñas y de los países periférico­s, donde los libros adelgazan. Cuando no hay un capital importante detrás, el novelista se autolimita en términos de extensión para no complicar los costes del libro, dificultar las traduccion­es... y para no asustar a los lectores y poder vender algo”.

SÍMIL “Una novela larga es como un matrimonio bien avenido”, opina la editora Silvia Querini

MODAS

Los noventa fueron tiempos de cuentos y novelas cortas, lo que cambió con Zafón y Brown

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JOSÉ LUIS MERINO

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