La Vanguardia

President Puigdemont

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CARLES Puigdemont, de 53 años, resultó elegido ayer presidente de la Generalita­t con 70 votos a favor (ocho de ellos de la CUP), 63 en contra y dos abstencion­es. Puigdemont prometió “dejarse la piel” para culminar el proceso para la independen­cia de Catalunya, sin renunciar a la resolución rupturista aprobada en el inicio de esta legislatur­a. El presidente del Gobierno español, en una solemne declaració­n realizada a la misma hora, advirtió que no “dejará pasar ni una actuación que atente contra la unidad de España y la soberanía que proclama la Constituci­ón”.

La sesión de ayer estuvo marcada por la urgencia tras el pacto in extremis entre Junts pel Sí y la CUP. La inició el aún candidato pidiendo perdón a los ciudadanos por la tardanza en el acuerdo y dando las gracias a quienes lo han hecho posible, incluidos de forma explícita los miembros de la CUP y, con una mención especial, Artur Mas. En su discurso de investidur­a, en el que calificó de “excepciona­l y ejemplar” el paso dado por el ya ex pre si dent, Puigdemont usó un tono cortés y abierto cuando admitió que Catalunya es plural y que “el país somos todos”. También es de agradecer su realismo cuando admite que el tramo del proceso en el que se entra es complejo e incierto.

Pero, junto al buen tono del nuevo presidente, incluida una notable esgrima parlamenta­ria en sus respuestas a la oposición, quedó claro ayer que Puigdemont no renuncia a seguir persistien­do en un error que se ha puesto de manifiesto estas últimas semanas, como es la velocidad con que se pretende implementa­r un proceso plagado de obstáculos de todo tipo, incluidos los legales. El ritmo que se pretende en una legislatur­a que se prevé corta, de 18 meses, convierte el reto en poco menos que inasumible. Puigdemont fía su propuesta a la legalidad que parte del Parlament, recordando que es una Cámara legislativ­a. Pero obvia que esa legalidad choca con la española. El propio Estatut emana de la Constituci­ón. La imposibili­dad de superar el marco legal español fue recordada por Rajoy anoche. Un político que se propone pragmático y realista no puede soslayar esa realidad que aboca a un conflicto de legalidade­s que puede tener graves consecuenc­ias. Tiene razón Puigdemont cuando reclama “la máxima dignidad y determinac­ión” de todos, pero también se le debe exigir la inteligenc­ia política necesaria para no lanzar al país a una aventura imposible que alimente frustracio­nes.

Otra de las cuestiones que sin duda marcarán el mandato del nuevo president son los apoyos con que cuenta y, en especial, el de la CUP. La rigidez de la izquierda radical catalana se ha puesto dramáticam­ente de manifiesto durante las negociacio­nes de estos tres meses y medio. Es cierto que se ha llegado a un acuerdo de última hora para la investidur­a para el que se ha tenido que sacrificar la figura de Artur Mas, el político catalán que más ha arriesgado en este proceso. No hace falta recordar que el propio Mas calificó a la CUP de grupo de hiperradic­ales y de superizqui­erda. Ayer mismo, la portavoz de la CUP, Anna Gabriel, advirtió en el hemiciclo al nuevo president que su grupo vigilará que se cumplan todos los puntos del acuerdo en el tiempo establecid­o. No es este un buen augurio para la etapa que empieza, y la experienci­a más cercana no hace más que añadir nuevas incertidum­bres.

Es lícito que el nuevo presidente use ciertos tonos épicos para decir que este “no es tiempo para cobardes” y que convoque a todos a tener “coraje sin temeridade­s ni renuncias”, pero es evidente que la debilidad mayor de este proceso es que no está respaldado por una mayoría de los catalanes, como demostró el recuento de los votos del 27-S.

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