El flequillo de Anna
Una anécdota menor puede tener fuerza categórica. Un artículo de prensa puede explicar esta época tormentosa. Me refiero al artículo que el escritor Antonio Burgos publicó en el Abc hace una semana en el que, elogiando a la CUP porque “aunque ronean de separatistas han prestado a España el impagable servicio de mandar a Mas a tomar por saco”, describía de esta manera a las militantes de dicha organización: “Al igual que a las pelorratas proetarras de Bildu les dicen genéricamente Las Nekanes, estoy por sacar de pila como Las Flequis a estas horrorosas nekanes de la CUP”. Y concluye: “¿por qué las tiorras separatistas, ora vascongadas, ora catalanas, ora de Bildu, ora de CUP, han de ser tan feas?”.
A Burgos también le desagrada ERC. “¿Por qué tiene que pedir la separación de Cataluña un tío tan feo como Junqueras?”. Las citadas frases no son las más brillantes de su alta reflexión estética: las hay todavía más vistosas. Burgos (que, en contra de lo que podríamos pensar, no tiene el físico del David de Miguel Ángel) es protagonista aplaudido de una corriente del periodismo de derechas que no sabe discrepar sin herir y que usa las palabras como puñetazos.
En el subterráneo de internet, patria del mal humor, el artículo se ha comentado mucho. Los seguidores más enfervorizados de una de las dos Españas han defendido a Burgos a capa y espada, mientras que lo han atacado impiadosamente los seguidores de la otra, lo que ha dolido a alguno de sus compañeros de cordada, que ha tachado al articulista de víctima de la intolerancia y de la libertad de expresión.
Por supuesto, es bueno que Burgos haya escrito y publicado este artículo: la libertad de expresión es ciertamente sagrada y, además, tiene muchas utilidades: dejar que el escritor se retrate, por ejemplo. Burgos da por hecho que, para situarse a la altura de Quevedo, basta con usar las palabras como puñetazos. La libertad de expresión también ayuda a entender por qué la derecha española tiene tantas dificultades para construir una hegemonía moral en España. Tiene una enorme capacidad de encuadre y una gran energía combativa, pero con su comportamiento despierta muchos anticuerpos (no sólo periféricos). De este modo, nunca conseguirá que su visión de España sea transversalmente compartida. Ahora bien, el tema principal que toca Burgos en su artículo es el de la fealdad. ¿Es fea Ana Gabriel? Desde los viejos griegos, el tema da que hablar. En Hipias mayor , Platón pone en boca de Sócrates un delicioso diálogo sobre la belleza y la fealdad. Hipias identifica la belleza con una chica bonita. “¿Y una yegua?”. También puede serlo, reconoce. “¿Y una olla de barro bien hecha?”. También, pero no se puede comparar, dice Hipias, con una yegua o una chica. “Entonces –responde Sócrates– debemos dar la razón a Heráclito, que sostenía que el más bello de los monos es feo en comparación a los humanos”. ¡Sí!, contesta Hipias, satisfecho. “Pero entonces la chica más bonita será fea, ¿no?, si la comparamos con las diosas”, concluye Sócrates.
Siguiendo a Platón, podemos decir que nuestra percepción de la belleza depende de la idea de belleza a la que estamos acostumbrados. Mi idea de belleza me hace apreciar la gracia de Anna Gabriel, quien, pese a la rotundidad de su mensaje político, tiene una manera de expresarse que me parece dulcísima. Quizás no me convence su flequillo, pero no me molesta en absoluto. Me gusta como se expresa Gabriel incluso cuando me desagrada lo que dice. Al hablar, su cara se ilumina y, sí, la encuentro hermosa. En cambio, Burgos y, en general, los que disfrutan despreciando las formas a las que no están acostumbrados se dejan aprisionar en su mundo de referencias. Les desagrada aquello que les es extraño.
La extrañeza es fuente de estupor y rechazo. Lo explica Hegel en su Estética .En tiempos no muy lejanos, la mirada europea sobre los africanos o los chinos inducía a calificarlos de feos; y viceversa. La mirada del Renacimiento rechazó las formas del gótico y el románico: se tardó mucho en recuperar el interés por el arte medieval. Cada época ha rechazado las formas de las épocas anteriores y también las nuevas que introducen los precursores.
Quien se encierra en su pequeño mundo sólo sabe ver fealdad en lo que le es extraño. Queda muy limitado, dado que el mundo es muy grande y está lleno de cosas
Sócrates: “Pero entonces la chica más bonita será fea, ¿no?, si la comparamos con las diosas”
extrañas que, contempladas con atención, son admirables. En este punto, la reflexión más sugerente la hace Marco Aurelio, el emperador estoico: observando las arrugas que se producen en la corteza del pan durante la cocción, Marco Aurelio dice que aparentemente lo afean, pero que, en realidad, estimulan el deseo del alimento. Lo mismo ocurre, dice, con los higos, que se abren cuando son más dulces; o con las aceitunas que son mejores cuando, ya maduras, parecen podridas. Marco Aurelio encuentra bonita la espuma que fluye de la boca del jabalí en carrera; o la fiereza del rostro del león. Todo lo que parece feo, si se tiene suficiente y sensibilidad para contemplarlo, puede ofrecer, dice, “un encanto singular”.