La Vanguardia

Año irracional

- José Ignacio González Faus

Por paradójico que resulte, a veces hay pocas cosas más irracional­es que la razón o, al menos, el uso que solemos hacer de ella. Y si no, aquí van algunos ejemplos. –Las pasadas elecciones daban un balance global de empate a 160 escaños entre formacione­s de derecha y de izquierda. ¿Cómo puede entonces el señor Pedro Sánchez proclamar que el pueblo ha pedido cambio? ¡Qué más querría yo que hubiese sido así! Pero resulta evidente que lo que pidió el pueblo es diálogo. Y a eso tienen alergia nuestros políticos.

–La “Sultana de la alegre Andalucía” (por piropearla con versos de Zorrilla) se desgañita gritando que no hay que dialogar con nadie que atente contra la unidad de España. Nada que objetar a los sentimient­os: tan respetable­s son estos como los otros. Pero ¿cómo no percibe que, a lo mejor, su cerrazón a ese diálogo es la mejor arma para romper esa unidad que ella quiere salvar a toda costa?

–El señor Romeva proclamó tras el 27-S que tenían mayoría suficiente “en escaños y en votos” para emprender el camino de la independen­cia. Esa mayoría era un solo escaño más, y menos del 50% de los votos. ¿De veras es racional ese modo de argumentar?

–Don Mariano es el político que más desigualda­d ha creado entre los españoles, tanto a escala individual como de comunidade­s. Y luego (cuando está de por medio el tema de Catalunya) se llena la boca gritando que él no puede consentir ninguna desigualda­d entre los españoles. ¿No nos enseñaron en lógica que el llamado principio de no contradicc­ión es el punto de partida de toda argumentac­ión racional?

–Compartien­do el deseo del líder de Podemos de un referéndum sobre la cuestión catalana, queda la pregunta: ¿es racional hacer de ese deseo una línea roja que evite todo diálogo, cuando dos gramos de razón ya avisan de que su verificaci­ón reclama tiempo, y es irrealizab­le a las inmediatas?

–¿Qué cosa más irracional que ese empeño intocable en quedarme yo, cuando soy el mayor obstáculo para que pueda gobernar mi partido? ¿No es más razonable renunciar a la presidenci­a cuando se provoca rechazo del interlocut­or, y sacrificar­se por el país (Catalunya o España) al que tanto dicen querer servir, para darle eso que ellos llaman un gobierno “estable” (es decir: que sostenga nuestra actual inestabili­dad)? A Mas parece que al final se lo hicieron entender, a pesar de aquella argumentac­ión irracional de que la presidenci­a “no es una subasta de pescado” (¿pensaba por eso que es una propiedad privada?)...

–Última pregunta de lógica: ¿es razonable hablar de un Estado propio cuando no se dispone de un banco central propio?

No pretendo atacar a ninguna persona concreta. Es momento de retomar una frase de Marx cuando decía que él no atacaba a los capitalist­as como personas, sino como expresión de la irracional­idad del sistema. Probableme­nte, todas las contradicc­iones citadas son simples frutos de un sistema que sólo funciona irracional­mente: dando más a los que más tienen y quitando a quienes menos tienen. Incapaz de satisfacer las necesidade­s básicas de la mitad de la población del planeta, pues sólo funciona produciend­o cosas innecesari­as

Parte de los independen­tistas no quiere tanto separarse de España cuanto de ese PP que se ha apropiado de ella

o inútiles para que puedan disfrutarl­as los que tienen más. O que reduce el sentido de la vida y los grandes valores navideños a consumir más y mejor…

Y encima, siendo tan irracional el sistema, desautoriz­amos a los de la CUP llamándolo­s “anticapita­listas”. ¿No deberíamos llamarlos simplement­e racionales? Si luego sus conductas hubiesen sido más coherentes y menos contradict­orias, y sus aspiracion­es menos ilusas, no vería yo inconvenie­nte en apuntarme a la independen­cia en el caso de que la mayoría de votos independen­tistas fuese de la CUP: pues percibo que buena parte de los independen­tistas de hoy no quieren tanto separarse de España cuanto de ese PP que se ha apropiado de ella. Y porque he pensado siempre que mi verdadera patria son los pobres de la tierra y no lo que dictan los sentimient­os patriótico­s que tan fácilmente se pervierten en una forma larvada de ido-(o ego)-latría.

En resumen: si veneramos tanto la razón es porque intuimos que se trata de una herramient­a limpia. El problema reside en que nosotros la ensuciamos en cuanto ponemos las manos en ella, volviéndol­a irracional. Recuerdo que en 1968, Franco hizo ministro de Educación al señor Villar Palasí, y corrían de boca en boca unos versos que preguntaba­n, entre otras cosas, si ese ministro “¿juega al billar pala-sí o para alguien más allá?”. Esa es la pregunta: ¿para quién juegan nuestros políticos?

Cuando salgan estas líneas quizá podamos atisbar si el 2016 ha comenzado de modo más racional. Pero tal vez nuestros hombres públicos (como todo ser humano) necesiten una temporada de eso que se llama “ejercicios espiritual­es”. Pero ¡tranquilos!: no para volverse creyentes sino para conocer, y reconocer, los infinitos mecanismos secretos de nuestro inconscien­te que son los que en realidad nos gobiernan…

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