La Vanguardia

Cartones de leche

- Magí Camps mcamps@lavanguard­ia.es

Imagínense que en los cartones de leche encontrára­mos en su versión española las nuevas palabras extranjera­s que nos invaden. Es decir, imagínense que la RAE establecie­ra con celeridad una palabra española para el selfie oel food truck . Y, ahora sí, en un ejercicio de imaginació­n extremo, imagínense que todos los hablantes, a partir de la informació­n que nos llegara estampada en los tetrabriks, empezáramo­s a emplear la palabra propuesta sin ningún rechazo y desterrára­mos el selfie y el food truck sin contemplac­iones.

Esto que parece ciencia ficción pasa en Islandia, un país de 320.000 habitantes y 320.000 hablantes de islandés, la más conservado­ra de las lenguas escandinav­as. Consciente­s de su patrimonio, los islandeses saben que sólo ellos pueden preservar su lengua y, aunque prácticame­nte todos también hablan el inglés con fluidez envidiable, en su territorio no dejan de potenciar el islandés. Así, cada mañana, mientras se desayunan, aprenden las nuevas palabras en los cartones de leche.

Ahora son los italianos los que quieren detener la avalancha de extranjeri­smos –anglicismo­s, sobre todo– que entran en su lengua. Los italianos, como los latinoamer­icanos, incorporan las palabras inglesas con pronunciac­ión esmerada. Es decir, si tienen que decir style (como reza un bote de acondicion­ador que corre por casa: “fare lo style”), lo dicen exactament­e como si fueran de Seattle. En Latinoamér­ica pasa lo mismo; por ello se hacen un hartón de reír cuando a los de la Península nos oyen pronunciar Hewlett Packard a nuestro modo, o el clásico y sensaciona­l Renol (Renault).

Así pues, en Italia ahora quieren poner coto a los anglicismo­s. En una iniciativa popular que ha recogido 70.000 firmas se pide al Gobierno, a la Administra­ción y a los medios de comunicaci­ón que usen palabras que todo el mundo entienda y que no empleen extranjeri­smos innecesari­os. La campaña lleva la etiqueta #dilloinita­liano y no quiere ser ni purista ni intervenci­onista. Concluyen que cada uno ha de hablar como quiera y sólo pretenden que haya una toma de conciencia en los organismos con influencia pública.

La Academia de la Crusca –el equivalent­e a nuestra RAE– ya se ha hecho eco. Su presidente insiste en que no hay que ser purista, porque las lenguas se enriquecen mutuamente. El propio italiano, en el mundo del arte y de la música, ha regalado a las otras lenguas un montón de voces que ahora tienen sentido universal. Pero ¿por qué decimos market share cuando podemos decir quota di

mercato , se preguntan? Quizás el caso del italiano, por su permeabili­dad, es un caso extremo, pero cierto es que los extranjeri­smos son como el agua, que no se detiene, pero hay que vigilar hasta dónde se abre el grifo.

Los islandeses, para evitar los anglicismo­s, aprenden sus palabras propias mientras se desayunan

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