Regresa la gran Ópera de París
Stéphane Lissner devuelve la polémica y las ovaciones al coliseo francés con su segunda temporada
El 10 de febrero Stéphane Lissner presentará su segunda temporada, la 2016-2017. Con la primera ya despertó a esa bella durmiente en que Nicolas Joël –indemnizado con medio millón de euros por marcharse un año antes– convirtió a la Ópera de Paris. “Lissner sacudió el avispero”, señala Philippe Jordan, director musical. Y aplaude su Tercer Escenario, en internet, “para crear y estrenar encargos osados”.
Jordan también osó: en octubre dirigió desde el foso Moses und Aron , cuarta ópera de Schoenberg, entrada de la atonalidad en la lírica. Romeo Castellucci, bestia negra de los integristas franceses y debutante en la plaza, avivó incendios con, por ejemplo, un toro charolais de tonelada y media, que debió ensayar con músicos y voces “para no asustarse ante el público”.
Como Schoenberg utiliza canto, palabra hablada, grito y bel canto, el coro, protagonista, ensayó a su vez desde el 1 de septiembre del 2014, un año antes del estreno. José Luis Basso, su director tras diez años de relación con el Liceu, trabajó las voces una por una. Y luego amoldó, con Jordan, masa coral y orquesta.
También hizo ruido La condenación de Fausto , de Berlioz. Estrenada en 1864 en la Opéra Comique, “imposible de montar” según el propio autor, Alvis Hermanis la resolvió con Dominique Mercy, exbailarín de Pina Bausch, en silla de ruedas, personificación del físico inglés Stephen Hawking. El gran Jonas Kaufmann fue su voz cantante, ovacionado, como Sophie Koch (Margarita) y Bryn Terfel (Mefistófeles), entre pitos a Hermanis.
División de opiniones para Krzysztof Warlikowski: enlazó el Barba azul (1918) de Bartok con La voz humana (1959) de Poulenc y Cocteau, con Barbara Hannigan en ambos espectáculos. Y una levitación que hubiera firmado un mago de postín.
Lissner lo es. Sin truco. Parisino, celebrará sus 63 años el 23 de enero. Con 18 añitos creó su Théâtre Mécanique, donde fue desde autor hasta electricista. Luego (19771983) dirige dos centros nacionales y enseña gestión cultural. Siguen dos lustros al frente del Châtelet, otros dos como director de la Orquesta de París y ocho en la gestión del festival lírico de Aix-enProvence, al que le funda su academia europea de música. Le queda tiempo para compartir con Peter Brook la dirección del Bouffes du Nord. Y en el 2005 es el primer director no italiano de la Scala de Milán, nombramiento renovado el 2009 –hasta el 2014–, que simultanea con la dirección musical del Wiener Festwochen de Viena.
Experiencia útil para regir un monstruo –Garnier y Bastilla, más un taller de decorados y 1.700 asalariados– con 250.000 abonados (rareza: 180 tienen su domicilio en Catalunya). Contribuyen a un presupuesto anual de 205 millones de euros que sufre por el recorte de
Un presupuesto anual de 205 millones de euros, del que la mitad proceden de los ingresos de taquilla
subvenciones. Pero las taquillas aportan casi la mitad: lírica y ballet, con sus 93% y 97% de ocupación, reportan 60 millones de euros.
Idea de Lissner, financiada con más de 200.000 euros por un mecenas: 300 butacas a diez euros, para alumnos de conservatorios. Y otras 500 para jóvenes de 14 a 18 años. En total, 25.000 localidades por temporada.
Más polémico: su sistema de separaciones móviles en palcos centrales permite ganar “30 plazas de primera categoría” (y unos 300.000 euros anuales). Reacciones airadas: Garnier, inaugurado en 1875, es monumento nacional. Hubo ya bronca en 1910, cuando las tres primeras filas fueron sacrificadas al foso de orquesta por exigencia del repertorio wagneriano. Y en 1964: un fresco de Chagall para el cielo raso reemplazó –ventajosamente– el original del olvidado Lenepveu, favorito de Eugenia de Montijo.
En diciembre, dos resoluciones judiciales dieron razón a Lissner, quien además, tras cada representación restablece las separaciones: hay que cuidar a los 700.000 turistas que pagan por visitar los dos teatros.