Alves y Piqué: la autogestión de los principios
La reflexión sobre la prensa que Alves ha hecho en su cuenta de Instagram ha obligado al Barça a desmarcarse de su contenido para no contribuir a otro incendio en una semana de alta piromanía recreativa. Resultado: el sábado el Camp Nou recibió al jugador con un afecto sintomático. No es la primera vez que la grada se solidariza con críticas a la prensa. El periodismo deportivo entendido como carne de generalizaciones no tiene prestigio. Es más: en ciertas fases de la historia, parte de la afición esperaba a los periodistas a la salida del Camp Nou para insultarlos. Y el sensacionalismo de trinchera y taberna que hoy tanto se practica tampoco contribuye a fortalecer los músculos del respeto. En un contexto de populismo de camiseta, púlpito o ficción de sala de montaje, las disputas se dirimen más entre hooligans que entre aficionados.
¿Y si Alves tuviera parte de razón? La pasión inducida es más rentable que el análisis, pero deja secuelas más dolorosas. La falacia se cotiza más que el argumento, y el exabrupto da más juego que la ponderación. El insulto que cierra el desahogo de Alves, sin embargo, lo equipara a la misma basura que él critica. Pero su texto incluye elementos que no deberíamos ignorar con ofendido orgullo corporativista. La reacción de la Asociación de la Prensa Deportiva es más alarmante que el insulto. Una de las contradicciones de nuestro gremio es que exigimos a los jugadores que huyan de los tópicos insustanciales, pero cuando se expresan con impúdica franqueza les llamamos bocazas. También es cierto que no ser previsibles no debería implicar ser imbécil.
Rebelarse contra la peligrosa utilización que se hace de la rivalidad entre jugadores no debería escandalizarnos. En cierto modo, a Alves le pasa lo mismo que a Piqué (que también fue aplaudido por el Camp Nou). Son jugadores que han decidido no ignorar las reacciones que provocan y que se han situado en una posición capaz no sólo de soportar la presión sino incluso de reconvertirla en un estímulo provocador. Administran su imagen pensando más en sus hijos que en una neutralidad pedagógica de valores de club que sólo funciona si se respetan las reglas del juego (y las reglas no se respetan ni en el fútbol ni en el periodismo). Cada uno a su manera, ambos suelen argumentar que “son así”. Es un argumento pobre. La prueba: el personaje público que en los últimos años más ha repetido que “es así y que si te gusta bien y si no también” es Belén Esteban.
Como acertadamente ha subrayado estos días Miguel Rico, ser así no ha sido nunca una justificación para alardear de ser un cretino o un psicópata. La civilización se basa, por suerte, en que procuremos no comportarnos exactamente como somos para evitar males mayores. En un paisaje en el que la exposición pública interfiere constantemente en tu vida, responder es una opción de legítima defensa. Y hay jugadores que eligen el atajo de la desinhibición e incluso de cierto narcisismo recreativo sabiendo a lo que se exponen, igual que cuando Éric Cantona le rompió la cara al cafre que le insultó tuvo que asumir una sanción proporcional a su reacción.
La contradicción aparece cuando comprobamos que las conferencias de prensa de Alves y Piqué nos (a periodistas y aficionados) movilizan bastante más que una de Iniesta, que es el colmo de la ejemplaridad y el equilibrio corporativos. El problema, como siempre, es la generalización. Y no sólo la utilización que hace la maquinaria
El insulto que cierra el desahogo de Alves lo equipara a la misma basura que él critica
mediática de los jugadores, como denuncia Alves, sino la utilización que la maquinaria mediática hace de los periodistas. Hoy el canibalismo es un trampolín. Por eso es saludable resistirse a los aspavientos corporativos y no darse por aludido ni cuando se nos insulta ni cuando se apela a una cohesión gremial oportunista y anacrónica. Si les exigimos que no sean sólo futbolistas sino que también nos entretengan cuando no hay partidos, corremos el riesgo de que acaben entreteniéndonos de un modo que no nos guste. Si, además, lo hacen a través de una red social privada que somos los primeros en venerar con babas gregarias, debemos estar dispuestos a leer barbaridades o gilipolleces. Mientras tanto, nos queda el derecho a la indignación, no por lo que Alves pueda soltar en su Instagram sino por algún error que pueda costarnos un gol. ¡Ojalá nuestra relación siga siendo estrictamente futbolística!