Los señores de la droga
Las vidas de los dos zares del narcotráfico, que llegaron a reunirse en Colombia, siguen el mismo patrón
La espectacular captura del capo mexicano del narcotráfico, Joaquín el Chapo Guzmán, recuerda las andanzas del otrora poderoso Pablo Escobar, el señor colombiano de la cocaína que reinó a sangre y fuego durante los años ochenta.
La vida del Joaquín el Chapo Guzmán, el capo del poderoso cártel de Sinaloa dos veces fugado de una cárcel de alta seguridad mexicana y capturado el pasado viernes, evoca en muchos aspectos la de su antecesor Pablo Escobar, el Patrón de la cocaína colombiano de los años ochenta. Dos arquetipos que siguen un mismo patrón. Para llegar a ser el zar del narcotráfico hay que ser disciplinado, autoritario, inteligente, frío, calculador, ambicioso y paciente.
Escobar era el capo del narcotráfico, carismático y con autoridad de líder. “Poseía una inteligencia deductiva que era implacable y le llevaba a ser metódico y a programar al detalle cada una de sus acciones”, comenta el psiquiatra Pere Planas. “El Chapo tiene un yo muy primario y posee gran intuición. Su habilidad es mucho más instintiva que calculadora”, opina. Tiene una personalidad que le hará muy difícil soportar el cautiverio y el estrés que supone estar en prisión.
Si Pablo Escobar levantara la cabeza, le daría un consejo. Hay tres formas de hacer las cosas: “Bien, mal y como las hago yo”.
A Escobar nunca pudieron capturarlo con vida. Se entregó voluntariamente, en 1991, y pactó con el Gobierno colombiano no ser extraditado a cambio de desvelar los entresijos de la corruptela estatal. Su lema era: “Prefiero una tumba en Colombia que la cárcel en Estados Unidos”. Y así ocurrió en 1993, tras su fuga de La Catedral, prisión en Envigado (Colombia). Su hijo explicó el año pasado a este diario que Escobar eligió morir para proteger a la familia y que él mismo se quitó la vida al verse acorralado.
El Chapo Guzmán revive en el estado mexicano de Sinaloa la historia de Pablo Escobar en el municipio de Envigado y Medellín de los años 90, que puso en jaque al Gobierno colombiano tras su fuga. Años de violencia extrema en aquel país entonces sumido en la guerra sucia de los cárteles de Cali y de Medellín. Dos gobiernos en vilo, dos desafíos y dos narcotraficantes de la misma generación –Escobar nació en 1949; el Chapo, en 1954– que se habían llegado a reunir en Colombia para hablar de negocios. Ambos se resma petaban y el joven Chapo sentía admiración por don Pablo.
Leyendas esculpidas por el mismo patrón: niños de la calle que trapicheaban y se buscaban la vida para sobrevivir hasta llegar a ser los capos de la droga más poderosos y los delincuentes más buscados por la DEA, la agencia antinarcóticos de Estados Unidos. Escobar explicó en 1991 a esta periodista que se inició en el mundo del narcotráfico como única posibilidad para salir de la miseria. Y que si hay negocio es “porque EE.UU. compra la droga y se consume”. El Chapo dio la misma explicación al actor Sean Penn en su polémica entrevista para Rolling Stone.
Guzmán pisa firme tras los pasos de Escobar. Ambos han sido alabados por la destreza con la que han liderado sus organizaciones y el control ejercido en los puntos de paso de la droga en las fronteras de Colombia y México, respectivamente.
Aunque con similitudes, incluso físicas por el bigote, el pelo oscuro y la estatura, que no llega al metro setenta, existen diferencias entre ambos: Escobar se fue a la tumba con más de 10.000 muertos a sus espaldas y una fortuna de 25.000 millones de dólares. El Chapo carga en su conciencia con unas 3.000 muertes y su fortuna, aunque no es comparable, supera los mil millones de dólares, según la revista Forbes. Tampoco hay similitud en la for- de vida: muy ostentosa y politizada la de Escobar y más sencilla y mujeriega la de Guzmán.
Los jóvenes marginales de sus ciudades natales los consideran héroes. Para los sicarios de la comuna nororiental de Medellín, aún hoy, Escobar es un referente al que muchos quieren imitar. Creó un barrio con casas e instalaciones deportivas que lleva su nombre. Sin embargo, no hay constancia de que el Chapo sea un benefactor en la comunidad de Badiraguato, en Sinaloa, que sigue tan humilde como lo era en
Escobar mató a más gente y ganó más dinero, pero también fue más generoso con su gente “Por las buenas puedo ser un santo, por las malas soy veneno y el Gobierno sabrá de los Guzmán”, tuitea su hijo
su infancia. Allí, los jóvenes lo admiran y ha tejido una red de fidelidad a excepción de los campesinos, quienes le respetan pero no simpatizan con él por haberles obligado a desplazarse a otras tierras.
Para Escobar, su familia fue su talón de Aquiles. Se casó con María Victoria Henao, con quien tuvo dos hijos, Juan Pablo y Manuela. Tras su fuga de La Catedral, y aún en paradero descono-cido, fue localizado por una lla-mada que hizo a su mujer. Su familia era lo primero. “Se dejó abatir para que no corriéramos peligro”, aseguró Juan Pablo a este diario. “Cuando me confirmaron su muerte juré venganza, pero rompí la promesa a los diez minutos y ahora pido perdón a las víctimas”.
El Chapo es un seductor al que le pierden las mujeres. Ha tenido diez hijos de tres matrimonios (uno falleció en una reyerta). Iván y Alfredo, herederos del negocio, han amenazado al Gobierno mexicano. Alfredo escribe en Twitter: “Por las buenas puedo ser un santo, pero por las malas soy veneno y el Gobierno sabrá de los Guzmán muy pronto”.