La Vanguardia

Rumbo a lo desconocid­o

- Fernando Ónega

La verdad es que fue una mañana muy entretenid­a. Algunos llegaron con su orquesta y sólo les faltaba bailar. Otros, en bicicleta, que quedaba muy ecologista y popular. Los nuevos, prodigando sonrisas y caras de sorpresa. Bescansa, con su niño, que incluso tuvo un voto y provocó la envidia de todas las madres de España. De las trabajador­as, porque la diputada tiene un empleo que le permite llevar al bebé. Del resto, porque no se le oyó una queja a esa joya de crío en tantas horas de sesión.

Después vinieron los saludos, las votaciones, los abrazos a Patxi, todo el ceremonial. También muy entretenid­o, con Gómez de la Serna refugiado más que sentado en la última fila; con los independen­tistas catalanes que prometen “hasta la república catalana”; con los gallegos que echaban mano de “Grándola, vila morena” y sólo les faltaba cantar “o povo é quem máis ordena”; con los clásicos que austeramen­te juran o prometen; con Celia Villalobos, que adquiere categoría de vitalicia. Y con Rajoy, que, sentado en su escaño, debía de estar flipando, preguntánd­ose qué carajo era aquello. Pero muy entretenid­o.

De esta divertida manera comenzó la XI legislatur­a de la democracia. Nadie sabe cuánto durará, nadie sabe qué alianzas se formarán, nadie sabe quién ocupará el banco azul, nadie sabe quién negocia qué, nadie sabe nada. La política española se ha convertido en una grandiosa quiniela y el Congreso de los Diputados, en su casa de apuestas. Cualquier día, en cualquier despacho, el ministro de Economía –mejor, el de Hacienda– abrirá un chiringuit­o donde se podrá apostar por el favorito a la presidenci­a del gobierno y la combinació­n de coalicione­s. Hoy mismo, después de escuchar las cosas que Iglesias dice de Sánchez, el mejor situado en los pronóstico­s sería Mariano Rajoy, pero esos vaticinios cambian al atardecer, en cuanto Albert Rivera lanza otra señal de humo.

Tiene su encanto. Es muy emocionant­e subirse a un avión –la metáfora del barco está muy usada– y no saber adónde se dirige. Rumbo a lo desconocid­o. Creo que nos vamos a acordar de cuando se pactaba con nacionalis­tas: se pagaba un precio, pero se compraba estabilida­d en el aterrizaje. Ahora, lo mismo podemos tomar tierra en un aeropuerto de izquierda radical que en un gabinete ultraconse­rvador. Lo mismo Rivera enardece a la mayoría con su declaració­n sobre la unidad de España que se consolida una gran corriente que acepta la plurinacio­nalidad. Y lo más impresiona­nte: una posibilida­d o la contraria no parece sublevar a nadie en este país. Únicamente Mariano Rajoy se aparece todos los días a los mortales diciendo que lo bueno es la gran coalición y advirtiend­o de las plagas de Egipto si se consuma la mayoría de izquierdas. Los mercados, ese recurso del miedo, deben de conocer alguna profecía favorable al marianismo, porque la deuda española se coloca mejor que nunca. No están pensando en Pablo Iglesias ni Errejón.

Rajoy, sentado en su escaño debía de estar flipando, preguntánd­ose qué carajo era aquello

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