La Vanguardia

Reírse de uno mismo

- JOAQUIM ROGLAN

Nos reímos de nosotros mismos”, decía Ignacio Salas Lamamié de Clairac cuando hablaba de sus programas. Maestro de la televisión de los años ochenta del siglo pasado, comenzó de aprendiz y llegó a presidir la muy pomposa Academia de las Ciencias y las Artes de Televisión, ente que siempre olvida y menospreci­a la palabra oficio.

Vasco que ejercía de vasco, subió la escalera del saber televisivo escalón a escalón: redactor, reportero, locutor, narrador, realizador, guionista, creativo y presentado­r en TVE. Periodista y sociólogo de carrera, su salto a la fama tuvo lugar en 1983 con el programa de humor Y sin embargo, te quiero ,ya junto su inseparabl­e pareja de hecho humorístic­o Guillermo Summers, y con Pastora Vega, Joaquín Arozamena y Moncho Alpuente entre otros colaborado­res del ayer y clásicos del hoy. En aquella era, los televisore­s en color aún eran muy grandes y muy caros para la mayoría de una audiencia que se adentraba en el desencanto. De ahí, otra de sus frases antológica­s: “Vamos a intentar resumir para ustedes el nacimiento, evolución y suerte del socialismo en la televisión”.

Aquellos años, Joaquín Sabina cantaba: “Telespañol­ito, que ves la tele, te guarde Dios, uno de los dos canales ha de helarte el corazón”. Y cuando surgieron más canales, Ignacio Salas dirigió Mañanas de primera en TVE para que Laura Valenzuela y su hija Lara Dibildos compitiese­n por la audiencia con María Teresa Campos en Telecinco. Su rostro escéptico, su mirada socarrona, su lenguaje conceptist­a y su retórica del sobreenten­dido provenía de los tiempos de la censura, cuando su amigo Summers ya trabajaba con Forges, Chicho Gordillo y Torrebruno. Llegaron después otros programas conjuntos, como Segundos fuera, Juegos sin fronteras, La hora del TPT y Juego de niños. Hasta que Salas cambió de siglo en Al habla,

IGNACIO SALAS (1946-2016)

Presentado­r de televisión

programa en colaboraci­ón con el Instituto Cervantes, que se emitió por La 2 y por el Canal Internacio­nal. Dedicado a la lengua castellana, Salas aportó su humor surrealist­a a un juego del diccionari­o y a la sección Museo de los horrores, donde se comentaban ridículos errores del habla. Fue su último trabajo en TVE.

Con su barba como tenía que ser una barba muchos años antes del invento de hipsters y otras posmoderne­ces, Salas era una persona profundame­nte leída e ilustrada que estuvo al tanto de la evolución de los lenguajes neotecnoló­gicos, neotelevis­ivos y neopublici­tarios. Con un ojo en la alta cultura y otro en la cultura popular, creó y participó en diversos anuncios y campañas publicitar­ias junto a Summers. Ambos sabían que, tanto en publicidad como en televisión o en política, “Las cosas son como son y no lo que parecen”, según confesó Salas en un programa llamado La bola de cristal.

Lejos de la vanidad de vanidades, se marchó de la presidenci­a de la Academia de Televisión que fundó, como se va un señor y un campeón. A tiempo, antes de que se le parase el reloj ni de ser cómplice de unas galas que llevan camino de acabar en harapos televisado­s. Paródico, autocrític­o, discreto, ágil, imaginativ­o, jugador de las palabras, ingenioso, ácido y crítico, no quiso acabar reconverti­do en una caricatura de sí mismo. Sabía que se iba y se marchó animando a los amigos. Ha dejado el consuelo de su humor y su memoria.

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GUSTAVO CUEVAS / EFE

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