Una paz ficticia
El esfuerzo por pacificar el derbi causó un efecto relativo que no convendría exagerar. Fue un todos contra el fuego el de la previa tan necesario como oportunista y, visto lo visto después, un tanto sospechoso, beneficiado por el efecto relajante del 4-1 de la ida y por las alineaciones experimentales de los dos entrenadores, Luis Enrique y Galca, que se prestaron a la foto del apretón de manos de buena voluntad en Cornellà y dieron por finiquitada la eliminatoria antes de empezar la vuelta.
La pregunta que cabría hacerse es si con otro resultado más equilibrado en el Camp Nou la respuesta en el apartado de comportamiento hubiera sido de aprobado justo (siendo muy generosos) como fue la de anoche. Porque con poco que ganar Caicedo atacó a Ter Stegen y Álvaro a un Messi motivado primero y cabreado después. Algunas pancartas tampoco tuvieron gracia gaditana, por decirlo suavemente. Ya sería hora de saber quién caray las deja entrar con esa asombrosa facilidad en la grada en plena época de sobreactuación en los cacheos. Algunas de las más impresentables medían unos cuantos metros.
Lo de Messi merece mención aparte. 48 horas después de recoger su quinto Balón de Oro y con el permiso tácito de sus millones de admiradores para tomárselo con calma, salió a Cornellà como si se jugara el prestigio, con la memoria más ocupada en la batalla de la ida que en lo vivido en Zurich. Cada vez que le golpeaban Luis Enrique gesticulaba en la banda indignado. Han llegado el argentino y el asturiano a un nivel de conexión interesante. El Barça lleva 21 partidos seguidos sin perder y se sigue piropeando poco al entrenador. Probablemente porque no da nada a cambio. Y elogiar gratis no se estila.