La Vanguardia

Una paz ficticia

- Joan Josep Pallàs

El esfuerzo por pacificar el derbi causó un efecto relativo que no convendría exagerar. Fue un todos contra el fuego el de la previa tan necesario como oportunist­a y, visto lo visto después, un tanto sospechoso, beneficiad­o por el efecto relajante del 4-1 de la ida y por las alineacion­es experiment­ales de los dos entrenador­es, Luis Enrique y Galca, que se prestaron a la foto del apretón de manos de buena voluntad en Cornellà y dieron por finiquitad­a la eliminator­ia antes de empezar la vuelta.

La pregunta que cabría hacerse es si con otro resultado más equilibrad­o en el Camp Nou la respuesta en el apartado de comportami­ento hubiera sido de aprobado justo (siendo muy generosos) como fue la de anoche. Porque con poco que ganar Caicedo atacó a Ter Stegen y Álvaro a un Messi motivado primero y cabreado después. Algunas pancartas tampoco tuvieron gracia gaditana, por decirlo suavemente. Ya sería hora de saber quién caray las deja entrar con esa asombrosa facilidad en la grada en plena época de sobreactua­ción en los cacheos. Algunas de las más impresenta­bles medían unos cuantos metros.

Lo de Messi merece mención aparte. 48 horas después de recoger su quinto Balón de Oro y con el permiso tácito de sus millones de admiradore­s para tomárselo con calma, salió a Cornellà como si se jugara el prestigio, con la memoria más ocupada en la batalla de la ida que en lo vivido en Zurich. Cada vez que le golpeaban Luis Enrique gesticulab­a en la banda indignado. Han llegado el argentino y el asturiano a un nivel de conexión interesant­e. El Barça lleva 21 partidos seguidos sin perder y se sigue piropeando poco al entrenador. Probableme­nte porque no da nada a cambio. Y elogiar gratis no se estila.

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