La paz de Luis Enrique
Los halcones y no las palomas son quienes firman siempre los tratados de paz. Vivir para ver: un futbolista belicoso y temperamental como Luis Enrique impuso ayer la paz en Cornellà al alinear a un equipo helvético pero con Messi, cuya presencia daba seriedad a un duelo decidido por el 4 a 1 aun a riesgo de que fuera la diana de las frustraciones (las de Álvaro, sin duda).
Hay algo adusto, gruñón y ermitaño en Luis Enrique. Recibe la distinción personal de su vida –mejor entrenador del mundo– y se queda tan ancho, tan ancho en casa. Junto a ese perfil de esfinge, hay un entrenador inteligente que sabe administrar las situaciones, sin dogmas. Él, a lo suyo. Y lo suyo ayer era ganar sin humillar, vencer y convencer.
La alineación del Barça respondía a la gran pancarta que tachaba de suizos a los visitantes y de catalanes a los locales. Sin Piqué ni Neymar, pero con Messi, Luis Enrique allanaba una victoria tranquila ante un Espanyol que anoche quedó desbordado por su propuesta inicial, la que le llevó a un empate meritorio en la Liga y al resurgir de un orgullo perico olvidado en los derbis.
Mientras Luis Enrique lograba llevar la supuesta batalla al terreno de sus intereses, Galca parecía volver a la vieja resignación blanquiazul de estos últimos años. Consciente de que la remontada era imposible, Galca optó por el camino pragmático y alineó un once pensando en la Liga y no en la ilusión de la afición. No fue una actitud de la que refuerzan a un entrenador en el corazón de la parroquia... Y supuso una claudicación precisamente ante quienes habían acusado al Espanyol de jugar más allá del límite. La actitud tibia fue
Luis Enrique ha gestionado bien la trilogía, Galca menos: su equipo volvió a ser el de los derbis insulsos...
una forma de dar la razón y decepcionar a la parroquia, que no acudió ayer a Cornellà para ver una remontada, sino a que el Barça viviera un infierno deportivo en vez de una noche plácida, colofón insulso a dos grandes partidos. Menos mal que los atisbos de mal perder –las entradas de Álvaro a Messi o el recado de Caicedo a Ter Stegen– fueron jugadas aisladas. Nada hubiera sido más lamentable para los intereses del Espanyol que perder en el campo y perder la batalla de la imagen.
Si repasamos los tres partidos, Luis Enrique ha sabido gestionar todas las sensaciones: la frustración del empate liguero, la campaña antiperica, la revancha del Camp Nou y un partido que fue de trámite cuando podía haber sido un Ali-Frazier en Manila, o dos equipos dando rienda suelta a la voluntad de destruir al otro al precio que fuese.
Messi da a veces la sensación de que cualquiera puede estar en el banquillo del Barça. El mérito de Luis Enrique es que así lo parezca.