El británico juzgado por ayudar a una niña afgana en Calais elude la cárcel
Francia multa a Robert Lawrie con mil euros por colar en su vehículo a la criatura
Robert Lawrie, un veterano británico de la guerra de Afganistán de 49 años, padre de cuatro hijos, ha eludido la cárcel en Francia, una victoria del sentido común en el contexto de la ignominia de la jungla de Calais, el mayor poblado de chabolas de Europa para los emigrantes que intentan acceder al Reino Unido.
Oriundo de Leeds, Lawrie fue detenido el 24 de octubre por la policía de fronteras británica en Calais, cuando los agentes descubrieron que en su furgoneta viajaba una niña afgana de cuatro años y dos adultos eritreos escondidos.
Lawrie no sabía nada de los eritreos, que se colaron en su furgoneta sin que lo advirtiera. Un tribunal de Boulogne-sur-Mer, que pedía cinco años de cárcel y 30.000 euros de multa, dejó el asunto en mil euros que no deberá pagar.
El delito de este exsoldado metido a pequeño empresario del sector de la limpieza comenzó el verano pasado al trabar amistad en la jungla de Calais, donde estaba colas mo voluntario, con uno de sus usuarios de nacionalidad afgana. Éste le explicaba que su familia ya vivía en Inglaterra, a apenas diez kilómetros de su casa en Leeds.
“El hombre me había pedido muchas veces que me llevara a su hija y yo le decía que no, entonces, una noche que hacía un frío glacial y que la niña se había dormido en mis rodillas, me dije que no podía dejarla allá, en aquel lugar y en aquellas condiciones tan inhóspitas”. Lawrie tomó así su decisión que le puso en conflicto con la ley.
Desde que le detuvieron todo fue una ruina; se gastó todo su dinero, su mujer le dio la espalda y no sabe si perderá su casa. “A pesar de ello, mi situación es mejor que la de todos esos niños que viven en ese infierno”, explicaba el martes antes del juicio.
El caso del soldado Lawrie provocó indignación, tanto en Francia como en el Reino Unido, donde se reunieron más de 200.000 firmas, la mayoría francesas, en su favor: “No al encarcelamiento de Rob Lawrie que quiso salvar a una niña del infierno de Calais”, señalaba el manifiesto. El diario The Guardian apeló al ministro de Exteriores británico a que intercediera ante autoridades francesas. Los mil euros de multa no pagaderos han sido la consecuencia de este “delito de solidaridad” que la ley francesa abolió en el 2012. Desde entonces quienes dan cobijo a quien lo necesita, comida al hambriento y vestimenta al precario, mandamientos de la ética religiosa o laica de nuestra civilización, ya no cometen delito. Sin embargo, como demuestra este caso, una solidaridad activa puede traer problemas legales.
Le ocurrió a una pareja de jubilados franceses que en diciembre fue condenada a una multa de 1.500 euros por haber transportado a emigrantes sin papeles desde la estación de Niza a la de Antibes, en la costa Azul. “Ayuda a la permanencia de personas en situación irregular”, decía la sentencia.
Algo parecido le ocurrió al padre Gérard Riffard, cura de la parroquia de Saint-Étienne, al sur oeste de Lyon, por haber dado asilo a unos sin techo africanos en su
Fue el padre de la niña quien pidió ayuda a Lawrie, veterano en Afganistán y que hacía de voluntario en Calais
parroquia: condenado con una multa tras una primera absolución judicial.
El juicio del veterano británico en Boulogne-sur-Mer ha coincidido con el fin de las obras acometidas en la jungla de Calais para albergar en contenedores a 1.500 de las 5.000 personas allí concentradas. Hasta septiembre estos emigrantes aún tenían alguna esperanza de lograr pasar al Reino Unido. “Unos cien o doscientos lo lograban cada mes”, explica el responsable local de la asociación La Vie active que se ocupa de ellos. Pero desde que se reforzaron las medidas de seguridad, se cubrió de policías y alambre de espino los accesos al eurotúnel y las autopistas, sólo tres o cuatro logran pasar cada mes, dice. Mientras tanto, en Grand-Synthe, en la periferia de Dunkerque, se ha creado una segunda jungla, un poblado improvisado en el que malviven 3.000 mujeres, hombres y niños, casi todos procedentes de las guerras de Oriente Medio. En Calais las 1.500 plazas en contenedores que se crearán a fin de mes no alcanzan para los 5.000 presentes, atendidos por centenares de voluntarios, muchos de ellos británicos.