La Vanguardia

Exsoberani­sta

- Clara Sanchis Mira

Desde una perspectiv­a ciudadana, el procés es un misterio. Hemos entendido el objetivo, pero no logramos visualizar la ruta. Todo parece indicar que se trata de algo difícil, imprevisib­le. La coincidenc­ia con el título de la novela de Kafka invita a la zozobra, o al humor negro. Escuchamos interpreta­ciones legales contradict­orias; se habla de leyes españolas y leyes catalanas. Carecemos de conocimien­tos para desentraña­r estos intrínguli­s, bastante tenemos con buscar la lógica de nuestra vida diaria. Pero la evidencia de que este procés se quiere poner en marcha sin el respaldo de una mayoría clara lo convierte en algo oscuro. Una falta de respeto temeraria hacia el pueblo, por parte de sus propios gobernante­s.

Con esta preocupaci­ón latente, llamo a un amigo catalán de la infancia que hace dos años me sorprendió diciendo que deseaba una Catalunya independie­nte. Fue una sorpresa porque mi amigo encaminaba su pensamient­o político hacia la izquierda. Compartíam­os, desde siempre, una visión del mundo exenta de patriotism­os, en pro de un deseo de igualdad social. En la ingenuidad de la infancia, hasta nos recuerdo soñando un mundo libre de fronteras. Pero mi amigo apareció entonces turbado y dolido por las políticas anticatala­nas que el Gobierno central había desplegado con su borrachera de poder. Se sentía burlado con la amputación del Estatut que había votado a conciencia, ofendido con la intromisió­n lingüístic­a en la enseñanza de sus hijos, ninguneado por la sordera soberbia de nuestros gobernante­s. Hablaba de todo esto con pasión, muy implicado personalme­nte. Pensé que la exacerbaci­ón del sentimient­o patriótico de la derecha española más regresiva había despertado los sentimient­os patriótico­s desconocid­os de mi amigo. Sólo que a él se le despertaba­n hacia un territorio más pequeño, en el interior de las muñecas rusas de las patrias.

Hoy lo llamo para que me explique cómo se entiende que el nuevo Govern embarque en semejante aventura a todo un pueblo, sin contar al menos con el respaldo de una mayoría ya no amplia, sino suficiente. Pero mi amigo me vuelve a sorprender. Yo ya no me considero independen­tista, dice, no así. Y me explica que las elecciones “plebiscita­rias” han sido una trampa. Que, efectivame­nte, no hay una mayoría que legitime el procés. Que no se siente representa­do por un Govern radicaliza­do, con un president elegido a dedo. Ocurre también que cuanto más eres de izquierdas, añade, más conflictos tienes sobre si eres nacionalis­ta o no. Le escucho y pienso que su lado racional ha tomado el mando de sus emociones. Y coincido con las voces que opinan que los partidos independen­tistas se están agarrando a un clavo ardiente –brasas de poder– porque saben que una nueva oportunida­d en las urnas daría luz a incontable­s desercione­s como esta.

Los partidos independen­tistas saben que una nueva oportunida­d en las urnas daría luz a incontable­s desercione­s

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