El químico del humor
Jesús Bonilla demuestra en el ‘Chiringuito de Pepe’ de Telecinco que es uno de los grandes actores cómicos
APepe Leal Expósito le gustan los platos abundantes hasta que el cliente diga basta y no puedo más. Malos tiempos para su negocio desde que la dietética, la cocina minimalista de autor, los restaurantes exóticos y las fiambreras de plástico rellenas en casa acorralan a la gastronomía popular y al menú de menos de diez euros. Al mal tiempo buena cara, Pepe no rinde su sentido del humor y resiste atrincherado entre mesas desocupadas por la crisis. Le ayuda su hijo, sí, pero no es lo mismo, porque tiempos, hijos y cocinas han cambiado. Es el argumento de Chiringuito de Pepe, teleserie que vuelve a Telecinco tras un año en el congelador de la cadena. Con Jesús Bonilla como columna vertebral y vertebradora de una estirpe de restauradores de Peñíscola que inventaron los espetos de sardinas, el actor es un histórico de las teleseries costumbristas rellenas y rebozadas de humor.
Desde que debutó el cine y en la televisión, se intuía que estaba llamado a ser uno de los grandes actores españoles a la hora de hacer reír. Heredero generacional de Paco Martínez Soria, Cassen, Gila, los hermanos Ozores, Tony Leblanc y Antonio Garisa, entre otros, Bonilla nació hecho a medida para que el público se identificase con el español bajito y feo pero divertido. Nativo de La Pueblanueva (Toledo), se licenció en Química y abandonó la ciencia para estudiar arte dramático. Y se vio que tenía química para el humor. Para constatarlo, basta con repasar su carrera, en la cual figuran siete obras de teatro, casi cuarenta películas y quince series de televisión. O mirar la lista de directores de lujo con los que trabajado. O recordar sus papeles en teleseries populares como Bajarse al moro, El peor programa de la semana, Pepa y Pepe, La banda de Pérez y Los Serrano, entre las cómicas. Y también ha sido director y guionista de El oro de Moscú. Con sesenta años en el cuerpo, es de aquellas personas que parece que han hecho un pacto con el diablo para no envejecer, y en su caso debía de ser con el diablo que se ocupa de los asuntos del humor.
Reacio a las posmodernidades en los fogones de ficción y diríase que en la vida real, ya no se fía ni de los bancos, que le esfumaron medio millón de euros. Ahorros de una vida de duro trabajo con la risa por delante. Con escepticismo en los labios e incapacidad de sorpresa en las cejas, Bonilla conecta con una audiencia que sabe lo que es perder. “Me gusta identificarme con el ciudadano medio y me gusta reírme de él, reírse de sí mismo, porque todos somos un poco perdedores en la vida”, es su frase definitoria y definitiva. Es la receta de su química con la audiencia. El humor del Chiringuito de Pepe ha sido criticado por sus chascarrillos de bar de carretera, chistes de baratillo, exagerado, nada plausible, absurdo, ridículo, plagado de tonterías, despropósitos y dislates, inaudito y casposo. Pero Bonilla ha salido incólume y se reconoce su calidad. Quizá porque siempre será el hombre con el que muchos perdedores se echarían unas risas.