La Vanguardia

Si esto es un hombre...

- SALVADOR LLOPART

El hijo de Saúl

Dirección: Laszló Nemes Intérprete­s: Géza Röhrig, Levente Molnár, Urs Rechn, Sándor Zsótér Producción: Hungría, 2015. Saul Fia. 107 m. Drama. El Holocausto, la Shoah, como denominan los judíos al exterminio de seis millones de los suyos durante la II Guerra Mundial, anula, en su infinito horror, cualquier posibilida­d de metáfora y, por lo tanto, cualquier forma de expresión. Fue Adorno quien dijo aquello de “imposible escribir sobre Auschwitz”, una frase que en otros textos se concreta y matiza respecto a la poesía. Pero Adorno se equivocaba. Al menos en lo que al cine se refiere. Porque poesía no sé, pero no han dejado de producir películas que afrontan el Crimen del siglo XX, el crimen del siglo de Hitler y sus secuaces, los nazis, incluso desde la tragicomed­ia, como hizo Begnini con La vida es bella.

Hasta llegar a ese monumento del recuerdo de hechuras catedralic­ias que es Shoah, de Claude Lanzmann: una sinfonía de nueve horas sobre el exterminio en los hornos crematorio­s. En cierto sentido El hijo de Saúl es la contestaci­ón, en escala y en tono, a aquella metáfora del horror que dirigió Lanzmann. Quizá sea otra de esas citas apócrifas, pero dicen que Stalin dijo: “Una muerte es una tragedia; un millón, o seis, es una estadístic­a”. Shoah, resultaba en buena medida una estadístic­a del horror. La contabilid­ad silenciosa –serena y hermosa, por momentos con voluntad poética– del sufrimient­o de seis millones de seres. El hijo de Saúl, por el contrario, concentra todo el horror. Aquí no hay serenidad ni belleza, ni hace falta. Aquí hay una cámara nerviosa. Saúl, judio

húngaro, se dedica en Auschwitz a quemar cadáveres de otros judíos. La cámara de Laszló Nemes, en continuo movimiento, muy efectiva, sólo nos permite ver un trozo del mundo que Saúl habita. Reduce la mirada. Porque Saúl ejerce su tarea ajeno a la mirada de miedo de los otros judíos o al desprecio de los nazis, y así sobrevive en medio de esa nieve que se deposita sobre él como se deposita el odio de los demás. Hasta que descubre, o cree descubrir, el cuerpo sin vida de su hijo…

Nemes, formado junto al legendario Bela Tarr, reduce el foco de su cámara para abrir la imaginació­n. Vemos poco, pero intuimos mucho. La imaginació­n suma cadáveres sobre cadáveres: cuerpos yertos que nos hace sentir soledad y silencio. Y humillació­n, odio y desprecio. Sin olvidar el miedo, mucho miedo. El miedo de Saúl a no dar un entierro digno a su hijo. Película impactante en su estrechez de miras; en ese cuadro reducido, de primer plano, que agita nuestra conciencia sin adormecerl­a. En El hijo de Saúl los cuerpos apilados no son estadístic­a: son muertos.

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