Un antídoto contra el cinismo
Los personajes inmorales están de moda, pero Téa Leoni prefiere haberse embarcado en una serie optimista como ‘Madam secretary’
Cada serie tiene sus dosis de realismo. Hay una razón por la cual los políticos de Washington sintonizan series tan dispares como Scandal y House of cards, la primera una mamarrachada y la segunda una obra cínica como pocas. Pero también los hay que optan por cierto idealismo como la serie producida por Morgan Freeman titulada Madam secretary. En ella Téa Leoni interpreta a una ficticia secretaria de Estado de EE.UU., Elizabeth McCord, que con sus dotes para la diplomacia pretende salvar los intereses de su país y abogar por la paz mundial en un momento desolador como el actual. Y, pese a su óptica en positivo, no rehúye algunos puntos incómodos del orden del día. “Es misterioso cómo algunas veces hay tantas coincidencias entre las noticias y los episodios emitidos esa misma semana”, reconoce la actriz de 49 años.
Una broma recurrente en el rodaje es la posibilidad de que el equipo de guionistas tenga un topo en las altas esferas. “Solemos bromear sobre la identidad de Barbara Hall”, explica sobre su creadora, que tiene un largo currículo a sus espaldas con trabajos en más de veinte series, incluyendo desde Doctor en Alaska hasta Luz de luna y Homeland. Ahora que están rodando la segunda temporada, que regresa después de un parón este viernes a Canal+ Series (21.40 h), las principales tensiones giran alrededor de las relaciones entre Estados Unidos y Rusia, como si las producciones de Los Ángeles hubieran regresado a los tiempos de la guerra fría cuando el rival siempre provenía de Moscú. Los líderes que imagina Madam secretary son alternativos, pero la guerra en el este de Ucrania está presente como el resto de tensiones diplomáticas: “Tenemos un grupo de guionistas muy inteligentes y con una gran educación que trabaja como si fuera un think tank: miran la política mundial y luego hacen predicciones”.
Pero Leoni tiene una perspectiva que dista de muchos de sus compañeros de profesión, que se han embarcado en series cuando les ofrecían un antihéroe o directamente un villano. “No tenemos cinismos tan jugosos como en otras series y entiendo que es tentador, pero no quiero que mi personaje sea una borde”, confiesa la actriz, que tanto ha coprotagonizado Un final made in Hollywood de Woody Allen como ha formado parte de superproducciones (Deep impact y Jurassic Park III). Es, de hecho, la antítesis de Frank Underwood y Selina Meyer, los protagonistas de House of cards y Veep, en el sentido de que no tie- ne una agenda oculta: “Elizabeth no aspira a tener una carrera política y esto hizo que me sintiera atraída por el papel”.
Sus ansias por encontrar un papel hecho a medida encajan con su forma de ver la política: “Sería una tontería decir que es una serie más realista, pero sí creo que hay personas con una magnífica integridad dispuestas a darlo todo”. En este sentido, le interesa ver a su personaje constantemente de cara a la pared, teniendo que elegir entre el bienestar de los afectados, la agenda del presidente interpretado por Keith Carradine (Fargo) y el futuro de Es- tados Unidos. “Cuando hay elecciones hablamos de la integridad y la personalidad de los candidatos, y luego les pedimos que hagan lo imposible, que sean humanos e inhumanos a la vez”, reconoce. Quizá por esto una de sus mayores defensoras es Madeleine Albright, la que fue secretaria de Estado para Bill Clinton, que se ha marcado un cameo en esta segunda temporada. Con su media de espectadores por encima de los diez millones de espectadores está consiguiendo que, según la propia Albright, la política exterior sea menos lejana.
Pero la inspiración de Leoni no
“Cuando hay elecciones hablamos de la integridad de los candidatos, y luego les pedimos lo imposible”
necesariamente viene de aquellos que ocuparon su silla en el mundo real, sino de aquellos que tiene cerca. Como madre de dos hijos que tuvo con David Duchovny, el mítico agente Mulder de Expediente X del que se divorció en 2014, tiene fácil meterse en el papel de madre de tres adolescentes. Pero la diplomacia la aprendió de su padre, un abogado que “tenía la habilidad de ver los dos puntos de vista”. Y ese, en su opinión, es el principal problema de la política americana actual, en la que los políticos están perdiendo la habilidad de entender las posiciones de los demás.