La Vanguardia

Poblar Europa

- Ramon Aymerich

En los siglos XVIII y XIX los europeos poblaron el mundo. Ahora es el mundo el que quiere poblar Europa. La afirmación es de Gideon Rachman. Encabeza así su último artículo en Financial Times. Rachman considera inevitable lo que está ocurriendo en Europa. Es lo que sucede cuando un continente rico, envejecido y con una demografía débil vive rodeado de países con poblacione­s jóvenes, pobres y que muchas veces viven en situación de guerra.

Rachman es el prototipo de liberal británico. Comprende los pros y contras de la situación. Pero cree que en el medio plazo todo será positivo. También lo creen los economista­s que hacen estudios para el FMI (el último de ellos presentado en Davos). Esos ni siquiera dudan. Piensan que el actual shock migratorio será bueno para la economía. Punto.

Pero esas son ecuaciones que cuadran sobre el papel. No tanto sobre el terreno. La perplejida­d que han provocado los asaltos sexuales masivos de la estación de Colonia durante el fin de año (un acontecimi­ento extraño pero no infrecuent­e en países árabes) indican que la cultura y los valores también cuentan. La construcci­ón de los primeros campos de acogida (para llamarlos finamente) en las afueras de las ciudades del norte de Europa reflejan también el grado de improvisac­ión ante un shock con el que nadie contaba hace dos años.

Europa es un gigante económico. Pero

Europa se enfrenta al mayor reto de integració­n de su historia, pero ¿le queda otra alternativ­a?

también un artefacto político lento y desordenad­o. Y los procesos de integració­n masiva no se improvisan. Incluso cuando los gobiernos no son capaces, las sociedades toman la iniciativa. Hay ejemplos históricos. Argentina es uno. Y otro mucho más cercano es Catalunya. Desde el siglo XVIII ha sido un país de inmigració­n. La gente llegaba porque el país se industrial­izaba y Barcelona crecía. La sociedad catalana adoptó mecanismos que permitiero­n esa absorción sin perder por ello su identidad. Primero llegó gente de la Catalunya rural. Después de Murcia y Aragón. De Andalucía. Al acabar el siglo XXI, cuanto más mano de obra requería la máquina económica, incluso del otro lado del Atlántico.

El modelo catalán combinaba baja fecundidad autóctona con contingent­es llegados de fuera. El negocio fue bien. El país se modernizó y funcionó el ascensor social. Funcionó algo peor cuando esa inmigració­n adquirió naturaleza de shock (en la década de los 60 y entre el 2000 y el 2006), cuando la causa de la llegada no era tanto la demanda de empleo como la “expulsión” económica de la tierra de origen. Pero hasta aquí hemos llegado.

Las situacione­s no son comparable­s. Europa debe rejuvenece­r su mercado laboral. Pero los que llegan lo hacen porque huyen de estado fallidos. Después está la distancia cultural entre los nuevos europeos y las poblacione­s de acogida. Enorme. Y en estos días terribles, parece incluso insalvable. Tanto que la cuestión dominará el debate político en las próximas décadas.

Pero ¿realmente le queda a Europa otra opción que intentarlo?

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