Una católica libanesa es la primera dama afgana
RULA GANI CONCITA LA ANIMADVERSIÓN DE LOS ADVERSARIOS DE SU ESPOSO, ASHRAF GANI, QUIEN LA ALABÓ EN PÚBLICO DURANTE SU TOMA DE POSESIÓN. ELLA NO RENUNCIA A ESCUCHAR A LA GENTE Y A HABLAR EN PÚBLICO
Al final, parece que las familias más tradicionales son las que mejor aceptan las extrañas elecciones de sus hijas ante el matrimonio. La familia Saeede, libanesa, accedió, aunque no encantada en un principio, a que su hija Rula se casara con un afgano.
Como un padre que se preocupa por el futuro de su hija, el señor Saeede fue con ella a Kabul para conocer a la familia del novio. “Era invierno. Nos alojamos una noche en el hotel Intercontinental y Ashraf fue a por nosotros y nos llevó en coche, porque su familia estaba en Yalalabad”, rememoraba Rula Gani en una entrevista concedida a la BBC.
Tranquilizado el padre, en 1975 Rula Saeede se convirtió en Rula Gani y es, desde el 29 de septiembre del 2014, la esposa del presidente de Afganistán, Ashraf Gani. ¿Por qué las reticencias ante este matrimonio? Rula era una joven libanesa, maronita –es decir, católica–, y con una formación impecable. De hecho, se conocieron en la ahora llamada American University of Beirut, cuando ella estudiaba Ciencias Políticas y él, Antropología. El centro educativo había sido fundado en 1866 como el Colegio Sirio Protestante y levantado en un terreno privilegiado de la ciudad, frente al mar. En la Universidad de Columbia, en Nueva York, obtuvo un máster en Periodismo. Habla árabe, francés, inglés, además de dari y pastún, lenguas de Afganistán.
Rula Gani, nacida en 1948, no es la primera consorte del país que tiene una presencia pública, pero sí la primera cristiana, que es lo que le reprochan los extremistas y los adversarios políticos de su marido. Según Maulaui Habibulah Husam, un erudito is- lámico e imán en una mezquita de Kabul, la sola presencia de esta señora en el palacio presidencial “puede ser fatal para la fe de los musulmanes en Afganistán”. Para otro, una de las cinco prioridades de Gani como presidente era “qué hacer con su mujer”, después de la seguridad, el empleo y si entablar negociaciones con los talibanes.
Las amenazas han llovido sobre la pareja, que se ha visto obligada a vivir fuertemente custodiada en el palacio presidencial, Arg (ciudadela en dari y pastún). La primera dama ocupa un ala del palacio con forma de castillo, donde pasa la mayor parte de la jornada recibiendo a quienes quieren contarle sus problemas e inquietudes o plantearle sus proyectos; lo que realmente interesa a los afganos. Como dice, ha activado el “modo escuchar”. Se siente afortunada porque su esposo le ha facilitado la tarea al máximo. “¡Aparentemente no fue el caso de Hillary Clinton, a quien le costó trabajo conseguir cualquier cosa de su marido cuando estaba en el poder!”, declaró a la revista Paris Match.
No poder salir apenas de la fortaleza no supone para ella un gran sacrificio. Consciente de las distintas etapas de la vida, reconoce que una mujer de sesenta y muchos años suele pasar la mayor parte del tiempo en casa. No cree, por otra parte, que necesite patear las calles como una activista para conocer la realidad afgana. Aparte de su primera etapa en los años setenta, lleva trece años viviendo allí.
Aprendió dari nada más casarse y vivió en Kabul hasta que, por cuestiones académicas, se trasladaron temporalmente a Estados Unidos dos años más tarde. Allí les pilló la invasión soviética. Los varones de la familia de Ashrif Gani fueron encarcelados. No había duda de que habría que esperar tiempos mejores para regresar. Acabados sus estudios, el presidente afgano dio clases en la Universidad de Berkeley y en la de Johns Hopkins, hasta que, en 1991, empezó a trabajar en el Banco Mundial para analizar el
Conoció a su marido en la American University of Beirut; ella estudiaba Ciencias Políticas y él, Antropología
“Si las mujeres hablan con mujeres no hay cambio; necesitamos involucrar a los hombres”, tuiteó
impacto de las políticas económicas en la población.
La etapa americana de los Gani concluyó con la invasión de Afganistán en el 2001, en respuesta a los atentados del 11-S. El expresidente Hamid Karzai lo llamó como asesor económico y lo nombró ministro de Economía en el 2002. Empezaba su carrera política, algo que, por otra parte, le venía de tradición familiar.
Surgida de un país multiconfesional por Constitución, educada en tres lenguas y habiendo vivido en cuatro países, la capacidad de adaptación se le supone a Rula Gani. Su voz suave, pausada, inspira serenidad.
Una sola vez tuvo que decir aquello de que una frase suya –sobre la prohibición del velo integral en Francia– había sido sacada de contexto. Una y no más. Mide con prudencia sus palabras, aunque nunca ha renunciado a pronunciarlas en público.
Los detractores de su marido criticaron amargamente que ella tomara parte en la campaña electoral de las presidenciales del 2014. Aún peor les sentó que él, el presidente, tuviera cariñosas palabras de agradecimiento para con ella, allí presente: “Quiero aprovechar esta oportunidad para agradecer a mi compañera y esposa su apoyo, a mí y a Afganistán. Siempre ha ayudado a los desplazados, a las mujeres y a los niños y estoy seguro de que seguirá haciéndolo”. La llamó Bibi Gul (Dama Flor), el nombre afgano que ha adoptado.
El auditorio no estaba acostumbrado a que se reconociera públicamente las virtudes de su esposa. A Zinat Karzai la apodaban “la mujer invisible”. Formación no le faltaba; era obstetra, una especialidad muy apreciada en Afganistán. La tasa de natalidad es de 5,14 hijos por mujer y, tras el paso de los talibanes por el poder, un médico varón no puede, de hecho, atender a una mujer en el parto.
Las palabras del presidente trajeron a la memoria de algunos el recuerdo del rey Amanulah y su moderna esposa, Soraya. Quizá fue verla sin velo, vestida al estilo occidental e inaugurando colegios durante los diez años de su reinado lo que acabó enviándolos al exilio en 1929.
Rula Gani viste con ropa de inspiración afgana y se cubre, las más de las veces, con un vaporoso velo. Después de la elección quiso acabar con las habladurías y creyó que la única manera de hacerlo era hablar directamente. Por eso aceptó ser entrevistada por agencias, revistas y cadenas de televisión internacionales. Además de la cadena local Tolo, que el pasado miércoles fue objeto de un atentado talibán que provocó la muerte de siete personas. Conversar con una periodista afgana le dio la oportunidad de mostrar su dominio del dari, “que llevaba velo e iba vestida decentemente. Pude demostrar que conocía Afganistán”, aseguró.
Activa en las redes sociales, ha tuiteado: “Que las mujeres hablen con las mujeres no cambia la dinámica. Necesitamos involucrar a los hombres”.
A fin de cuentas, sus detractores no se dan cuenta de que Rula Gani no deja de ser un ama de casa políglota y muy cultivada. Pero nunca ha tenido una ocupación remunerada; nunca ha trabajado fuera de casa, donde se ocupó de sus hijos, Mariam y Tareq.