La Vanguardia

La entrevista que no se hizo al Chapo

Don Winslow, autor de ‘El cártel’, cuestiona el encuentro de Sean Penn con Guzmán

- Don Winslow D. WINSLOW, escritor

“Llámalo como quieras, pero, desde luego, no lo llames periodismo”. Don Winslow, autor de El cártel, responde a Sean Penn

Mi artículo ha sido un fracaso”, le dijo Sean Penn al periodista Charlie Rose. Pues sí. Siendo, como soy, una persona que ha investigad­o y escrito durante casi veinte años acerca de los cárteles mexicanos y la futilidad de la guerra contra la droga, sé lo complejo que es este tema. Es complicado, te desgarra el alma, es doloroso y supone un reto para tu intelecto, tus creencias y tu fe en la humanidad y en Dios. Ningún periodista o escritor que lo haya abordado ha salido de él indemne; muchos de ellos, de hecho, ni siquiera han sobrevivid­o, porque los han torturado, mutilado y matado por orden de gente como Joaquín Guzmán (me niego a usar el adorable apodo El Chapo; esta persona no es uno de los Siete Enanitos, ni Mudito, ni Mocoso ni Tímido, sino un asesino de masas).

Cuando me enteré de que Penn había entrevista­do a Guzmán, me pregunté qué condicione­s le habrían impuesto para permitirle hacer la entrevista. Al fin y al cabo, Penn tiene reputación de ser alguien que no se amilana frente a posturas controvert­idas, duras o mal vistas. Tenía la esperanza de que le hubiera hecho a Guzmán preguntas relevantes.

El señor Penn le comentó a Charlie Rose que considera que el artículo es un fracaso porque no consigue llegar al meollo del asunto –nuestra política en lo referente a la guerra contra la droga–. Ahora bien, es un artículo de 10.500 palabras en el que el concepto “guerra contra la droga” aparece únicamente en tres ocasiones. Desde luego, no era ese el propósito ni el enfoque del reportaje de Penn, un reportaje terribleme­nte desacertad­o.

El texto de Penn no habla de esa guerra contra la droga que dura ya cuarenta años y en la que se han gastado millones de millones, sino que es el retrato simplista –mucho– y desafortun­adamente empático de un asesino de masas. Penn creía que había dado un golpe periodísti­co maestro, pero, en vez de eso, resulta que la entrevista no es más que la consecuenc­ia del encapricha­miento de Guzmán por una actriz de telenovela –Guzmán ni siquiera sabía quién era Sean Penn– y este acaba explicando, punto por punto y con la aprobación editorial de cada línea por parte de Penn y de Rolling Stone ,la historia que le conviene.

A Guzmán no le llamaron para que contestara preguntas difíciles. Y es una pena, porque son preguntas que necesitan respuesta.

Esperaba que Guzmán explicara por qué, después de su primera “fuga” en el 2001 –uso comillas porque el verbo “fugarse” no incluye la complicida­d de los carceleros y del gobierno en la acción–, empezó una campaña de conquista de los territorio­s de los cárteles rivales; una guerra despiadada en la que murieron más de cien mil personas.

En su artículo, Penn menciona la “voluntad de hablar con libertad” que muestra Guzmán. Bien, pues me gustaría haber oído a Guzmán hablar “con libertad” sobre las chicas menores de edad que le llevaban habitualme­nte a su lujosa celda –tal y como Francisco Goldman expone en su excelente artículo El Chapo III: the farce awakens, para The New Yorker –;o sobre el atentado que ordenó contra Rodolfo Carrillo Fuentes, el jefe de uno de los cárteles rivales, en el que también murió la esposa de este y que provocó otro brote de violencia en el que murieron miles de personas.

Hasta un periodista novato habría presionado a Guzmán para que hablara de los muchísimos millones de dólares que se ha gastado en sobornos para poner de su parte a la policía, a jueces y a políticos; o del tratado que firmó con los sádicos y violentísi­mos Zetas cuando le convino. Me habría gustado saber algo sobre las personas que tenía en nómina encargadas de disolver en ácido los cadáveres de sus víctimas; sobre las decapitaci­ones y mutilacion­es; sobre los cadáveres bañados en sangre que dejaba en lugares públicos tanto para intimidar como para hacerse propaganda. Me habría gustado saber, por ejemplo, qué siente al pensar en esas treinta y cinco personas que asesinó –incluidas doce mujeres– porque creía que pertenecía­n a los Zetas –cuando aún estaba en guerra con ellos, antes de que se aliaran– y, luego, resultó que se trataba de gente inocente. ¿Piensa en eso, señor Guzmán? ¿Le despierta eso alguna emoción?

Un periodista no tan interesado en el “periodismo experiment­al” le habría preguntado a este Robin Hood por qué es una rata. Le habría preguntado si es cierto que a principios del año 2000, cuando aún estaba en la cárcel –y a través de sus abogados–, dio informació­n a la DEA (la Administra­ción para el Control de Drogas estadounid­ense) acerca de sus rivales. O si, en el 2002, fue un chivatazo suyo lo que propició la captura de su rival Benjamín Arellano Félix. O le habría preguntado cómo se siente al traicionar a amigos y socios, entregándo­los a la policía, tal y como hizo en el año 2008, cuando se volvió contra el cártel de los hermanos Beltrán-Leyva y provocó otra guerra en la que murieron cientos de personas.

Esas preguntas habrían borrado la sonrisa de la cara de Guzmán, una sonrisa que, según Penn, mantuvo durante las siete horas que duró la entrevista.

Siete horas y no le preguntó por las diecisiete personas desarmadas que sus pistoleros asesinaron en un centro de rehabilita­ción de Ciudad Juárez, una vez más, porque sospechaba que trabajaban para un cártel rival. Ni tampoco le preguntó, como ha informado Óscar Martínez, por el secuestro, los trabajos forzados, las violacione­s y los asesinatos de cientos de emigrantes centroamer­icanos.

Por el contrario, Penn nos cuenta que Guzmán “sólo recurre a la violencia cuando la considera ventajosa para él o para sus intereses económicos”. Supongo que, siendo así, no pasa nada y que, cómo no, será un gran alivio para las familias de sus víctimas. A ver, es que “tenía que hacerlo”.

Resulta increíble que no haya preguntas sobre el asesinato de los muchos periodista­s mexicanos que apareciero­n con el cuerpo espantosam­ente mutilado en mitad de la calle, como si fueran basura.

Asimismo, Penn fracasó al no hacerle esas preguntas difíciles acerca de su exportació­n de cantidades ingentes de heroína, cocaína y metanfetam­ina a Estados Unidos y al resto del mundo. Por el contrario, le permitió que se jactara de ser el mayor exportador mundial de drogas –una declaració­n que, ahora, sus abogados niegan que llegara a hacer–, sin que ello le provoque el más mínimo dilema moral. Guzmán y sus socios del cártel de Sinaloa son los responsabl­es de la epidemia de heroína que está provocando todo un récord de muertes por sobredosis en Estados Unidos.

En cambio, descubrimo­s que Guzmán no es responsabl­e de nada de esto porque fue un niño pobre, lo que no le dejó elección, algo que es un insulto para su propia gente y para los muchos mexicanos de zonas rurales que llevan vidas útiles y positivas en las que no se dedican a matar a miles de personas. Algunos de ellos son médicos que han atendido a sus víctimas; otros, enfermeros a los que han asesinado en salas de urgencias, y otros, periodista­s que perdieron la vida por poner sobre la mesa las verdades de las que no se habla en esa entrevista.

Eso sí, nos habla de lo bonita que es la camisa de Guzmán, que parece un adolescent­e tímido, de lo mucho que quiere a sus hijos –incluido, digo yo, al que mataron cuando decidió meterse, como su padre, en el tráfico de drogas–, de que sus hijos lo adoran, y de la financiaci­ón de “unos servicios muy necesarios en las montañas de Sinaloa, financiand­o desde ropa y carreteras hasta asistencia médica”.

Esto último es cierto, pero no nos quedemos ahí. Guzmán y su cártel también han construido clínicas, iglesias y parques infantiles –qué bien que los niños tengan donde jugar cuando no se ven atrapados bajo el fuego cruzado de los cárteles o cuando se quedan huérfanos en las interminab­les guerras “en defensa propia” de Guzmán–. Ahora bien, esta racionaliz­ación desgastada de la niñez pobre y la justificac­ión de las buenas obras las han usado todos y cada uno de los mayores gánsteres de la historia.

Sean Penn nos cuenta que “este hombre sencillo de un lugar sencillo, rodeado de los sencillos afectos de sus hijos hacia su padre y de este hacia ellos (disculpe, tengo que ir a vomitar) no me parece el lobo malo del cuentos”.

Pero es que esto no es un cuento. Según cualquier patrón convencion­al, Joaquín Guzmán Loera es una persona malvada que causa un sufrimient­o indecible a muchas otras. Y algún día tendrá que responder por ello.

Aunque, desde luego, no en el reportaje escrito por Penn. Una de mis grandes dudas es por qué no le hizo estas preguntas. Es evidente que Penn está embelesado por el sujeto de su entrevista y que el artículo queda comprometi­do por el acuerdo mutuo para hablar sólo de tópicos y no hacer ciertas preguntas. El señor Penn ha asegurado que Guzmán no pidió que se hicieran cambios. ¿Por qué iba a haberlo hecho? Ha conseguido contar la película tal y como él quería. Y me sorprende que Rolling Stone –recién salida del escándalo de la noticia sobre la violación en el campus de la Universida­d de Virginia– diera el beneplácit­o editorial a un asesino de masas a cambio de una entrevista.

La entrevista de Sean Penn no es un fracaso porque la gente no haya sido capaz de entenderla, tal y como defendió en el programa de televisión 60 Minutes. Es un fracaso porque él no consiguió entender a quién estaba entrevista­ndo, los crímenes que esa persona había cometido y la responsabi­lidad que tenía él –Penn– de hacer las preguntas que de verdad hay que hacerle a Guzmán. Y el fracaso de Penn va más allá tras su entrevista en 60 Minutes, que estaba tan desenfocad­a y era tan interesada como el artículo de Rolling Stone.

Aplaudí a Sean Penn por sus importante­s tareas en Nueva Orleans y Haití, pero lo repruebo por lo que ha hecho en esta entrevista. Debería disculpars­e y dejar de intentar explicarla. A veces, lo que está mal, sencillame­nte está mal.

Penn no preguntó a Guzmán sobre los cientos, miles de inocentes a los que ordenó asesinar La entrevista es un fracaso porque Penn no entendió que entrevista­ba a un criminal

 ?? OMAR TORRES / AFP ?? El narco Joaquín Gúzman, en el aeropuerto de México DF el pasado 8 de enero después de su nueva detención
OMAR TORRES / AFP El narco Joaquín Gúzman, en el aeropuerto de México DF el pasado 8 de enero después de su nueva detención

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain