La Vanguardia

Salvación por el arte

La pintora mexicana Lorena Rodríguez trae a Barcelona la tragedia de la violencia en su país con una exposición

- ENRIQUE FIGUEREDO

Lorena Rodríguez es artista visual, pinta, dibuja, hace instalacio­nes en las que mezcla diferentes técnicas y es profesora en el Museo de Arte Contemporá­neo de Monterrey (México). Compone instalacio­nes en las que incorpora también la fotografía. El 2 de junio de 2010 fue arrancada por la fuerza de su casa en mitad de la noche. Lo hizo un grupo de hombres fuertement­e armados que parecía una mezcla de agentes judiciales y de sicarios, de los que se denominan zetillas, que es como se conocen a los alevines o aspirantes a formar parte de la violenta banda criminal de los Zetas.

“Hubiera agarrado yo misma el bate y lo hubiera matado a golpes”. Lorena se asomó al abismo. Lo hizo forzada, sí, pero se asomó al abismo y lo que vio le produjo un terror doloroso. Al fondo del precipicio, descubrió su yo más oscuro, ese que toma el control cuando se trata de una cuestión de vida o muerte. “Hicieron que sacara lo peor de mí y yo soy una buena persona”. Su voz se quiebra. Intenta retomar el discurso. Parece lograrlo por unos segundos. Quiere explicarse bien. Aclarar lo que acaba de decir. Finalmente, las palabras inundadas de llanto se hacen ininteligi­bles y tiene que parar.

Durante ese calvario, después de atarle con bridas las manos y de llevar cubierta la cabeza con una camiseta de algodón y de trasladarl­a a un lugar desconocid­o en coche, la pusieron frente a un joven de rostro ya deformado que juraba que la conocía. Aseguraba a los pistoleros que había estado muchas veces en casa de Lorena. Le estaban golpeando con un bate pero lo justo para hacerle daño sin matarlo. “Cálmese –le decía uno de los matones a otro–, que si lo pelamos nos chingan”.

La artista recuerda muy bien aquella situación límite, aquella que hizo que se descubrier­a capaz de hacer daño al prójimo. “Pensé que él decía lo que decía porque le estaban golpeando”. Pero nada de lo que decía era verdad. El miedo a que el dolor fuera mayor empujaba al infortunad­o a decir lo que hiciera falta.

La situación debía acabar. “Llévatelas y luego le das piso a la gorda y luego a la otra”, dijo uno de los matones a otro que parecía estar por debajo en el escalafón. Dar piso significa torturar en ese argot del hampa. La gorda era la prima de la pintora, a la que habían confundido con la novia de algún miembro de una banda rival, y la otra era Lorena. “No me gusta afectar a civiles, dígame si son o no son”, insistía el interpelad­o. Entonces, al joven al que habían dado piso con el bate, le colocaron estratégic­amente una pierna para poder quebrársel­a con facilidad de una patada seca en la rodilla. Se desmayó. Le tiraron un cubo de agua para reanimarlo. Seguía deciendo que Lorena y su prima tenían algo que ver con alguien al que aludían como el sapo. Por eso le rompieron la otra pierna. Los gritos eran ensordeced­ores.

Y de nuevo, se asomó al abismo. Lorena no quería que la torturaran. Le aterraba. “Cuando vi que me ponían una pistola cerca de la cabeza me dio mucha tranquilid­ad. ‘Aprieta el gatillo cuando quieras’, pensé”, explica la artista ya repuesta.

Sea cual fuera el final de aquel joven torturado al límite, los acontecimi­entos empezaron a cambiar poco en favor de Lorena y su familia. Además de su prima, fueron secuestrad­os con ella su madre, unos tíos y un hermano. Los devolviero­n a casa en un taxi cuyo conductor les remarcó varias veces que aquella noche no había pasado nada de nada. “¿Lo entienden bien?”, les preguntó. Lo entendiero­n claramente.

Lorena pasó unos días durmiendo encerrada en un armario dentro de un baúl. “Tenía miedo de que los cholitos (zetillas) volvieran a mi casa”, confiesa sin el más mínimo rubor. Entonces ideó su proyecto genérico Tept (trastorno de estrés postraumát­ico) destinado a que “no se olvide la violencia” y ponerse a salvo del abismo. La exposición Dale piso forma parte de ese conjunto de acciones. Puede verse en la galería Imaginart de la Diagonal de Barcelona.

La creadora fue secuestrad­a por error por una banda criminal una noche en la ciudad de Monterrey

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XAVIER GÓMEZ La exposición muestra objetos como un cúter o una cinta adhesiva descontext­ualizados con herramient­as para ejercer la tortura
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ARCHIVO El fotógrafo Alan Flores y Lorena Rodríguez preparando Dale piso

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